viernes, 30 de abril de 2010

CAPÍTULO 23.

EL REY DESNUDO.
Puede que realmente exisitiese un Dios allá arriba, puede que solo fuese suerte o quizás algo mucho más retorcido y atroz escondido en la forma de regalo envenenado.
Fuese como fuese, mientras el grupo de las tres Eles estaba intentando idear un plan para entrar en aquel edificio en llamas el cielo se oscureció y tras un trueno ta poderoso que les puso la piel de gallina el cielo pareció abrirse desatando un diluvio que en cinco minutos había apagado el fuego y los había empapado tanto que se sentían más dentro de una piscina que en medio de la calle.
Leon y Leroy se quedaron hipnotizados observando a Li que parecía sumida en algún extraño extasi. Recibía la lluvia con el rostro mirando el cielo, con los ojos y la boca abiertos, mientras abría los brazos como si quisiera fundirse con el agua bajo sus pies. La camisa blanca era toda del color rosado de su piel, al igual que toda su ropa interior, sus deportivas estaban desbordadas por agua. También el uniforme de preso de el policía se pegaba totalmente a su cuerpo como una segunda piel, y el del enorme preso.

Oh mierda.
se sobresaltó Leon al ver unos enormes pechos totalmente circulares bajo del uniforme naranja de Leroy. El conjunto de esto con sus ojos azules, sus labios rojos y su -cada vez más largo- pelo rúbio conformaban una imagen realmente turbadora. El bebe se agarraba a aquellas nuevas turgencias como si le fuera la vida en ello, así que Lee cogió al bebe entre sus brazos.
Ambos observaron apenados a Leon, como quien ve a un moribundo por el que no pueden hacer nada. No entendían exactamente que sucedía pero en su interir sabían que, fueran cuales fueran las fuerzas que estaban actuando sobre Leroy, estas escapaban a su control. Ya no había marcha atrás.

El enorme preso siguió la mirada de los tres, directa a unos enormes pechos que le sobresalían de sus pectorales. Oh mierda!!!! gritó Leroy con su voz de pito al verse aquello, mientras se golpeaba aquellos pechos como si pudiese aplastarlos o hacerlos desaparecer. Joder joder joder estoy jodido repitió desesperado. El ajetreo había sacado a Li de su estado, que se acercó a Leroy observándolo. ¿Has tenido algún contacto con esas dementes?.

Los tres entraron en los Juzgados después de que un Leroy pensativo tumbara la puerta usando su parachoques como ariete. No. Contestó este al fin, no demasiado convencido. Bueno cuando intenté tapar el aguejo de la alcantarilla una de esas zorras me dió un arañazo, pero vamos eso no fue nada.

Los tres quedaron en silencio -mientras el bebe empezaba a llorar otra vez- sacando sus propias conclusiones y estudiando aquel lugar. El techo y el suelo estaban totalmente ennegrecidos y hundido por tramos, al igual que las paredes que mostraban diversas capas de pintura y enlucido hinchadas por la temperatura. Algunas zonas del pasillo habían ardido completamente, con las puertas carbonizadas y las baldosas partidas por el fuego. Todo esto bañado por las pequeñas cataratas que la tormenta que azotaba la ciudad creaba con su abundante lluvia. El agua se deslizaba por las paredes, caía en torrente por los agujeros descolgándose de las ennegrecidas vigas.
Leon conocía demasiado bien a su tío, había sobrevivido a la segunda guerra mundial, a decadas de carcel, a enfrentarse a la peor calaña. Miró a su alrededor, aquello parecía Chernovil, pero debía de confiar en su tío.
Dieron un paso al unísono cuando el suelo bajo sus pies cedió lanzándolos al abismo.

Cuando Li abrió los ojos estaba esposada a un pilar además de amordazada, incluso la habían atado por el cuello de manera que apenas podía girar la cabeza, mucho menos intentar levantarse. Se encontraba en el centro de un circulo de unos veinte metros formado por coches aparcados puerta contra puerta, todos apuntando con sus potentes focos encendidos al pilar donde ella se encontraba. Por el rabillo de sus finos ojos creyó ver a algunos metros a su izquierda a Leon y también a Leroy a su derecha. Ambos parecían en su misma situación.
Sobre los capós de los coches había multitud de delincuentes y malnacidos observando el espectáculo, casi todos sin camisa y con los torsos y brazos llenos de tautajes nazis.
Directamente delante de Li y sobresaliendo del circulo de vehículos había un enorme cadillac negro cruzado por una línea roja. El coche estaba reluciente y en su carrocería se reflejaba la escena como si fuera un espejo de ónice. Sobre el imponente vehículo había una silla que más bien parecía un trono. Era de madera antigua con inscripciones de oro, su respaldo estaba acabado con seda roja llena de bordados de plata.
Sentado en el trono el Juez. Mas viejo que ninguno. Más sabio, más diablo. Su sola postura delataba poder, su mirada acallaba la multitud. Estaba completamente desnudo salvo un cinturón del que colgaban jiroles de tela negros de lo que una vez fué su pantalón, en su costado y sujeta por una sobaquera que le venía grande se podía observar la culata de una Luger. Su cuerpo lleno de tatuajes de demonios y calaveras, de fuego y espinas. Inscripciones de muerte y guerra, jeroglíficos de la oscura alma humana recorrían todo su cuerpo, casi todos ellos grisáceos, descoloridos. Solo uno relucía rojo como sangre en su pecho: Una enorme esbástica.
A su lado, de pié y atada por una cadena que el juez sujetaba con fuerza había una joven vestida solo con un extraño biquini metálico que recordaba al que luciera una vez la princesa Leia. Era la viva imagen de Betti Page salvo por el detalle de ser peliroja y tener los ojos verdes. Sujetaba entre su pecho al bebe de Leroy que no paraba de llorar y patalear.

Los delincuentes empezaron a golpear los capós del coche cada vez con más rápidez, con más fuerza, hasta que el juez se puso de pié y todo se quedó en silencio.
Saltó del techo del cadillac al suelo seguido de Betti.
Bienvenidos a los sótanos de los Juzgados dijo con su voz potente. Veo que tenemos a un policía, a una puta amarilla, a un maricón negro. ¡Y un pequeño mono!! dijo arrancandole de las manos el bebe a la peliroja y levantandolo al aire como una ofrenda, todos aquellos dementes rieron a carcajadas.
El juez seguido de la chica del biquini metálico bajaron del capó del cadillac y dieron varias vueltas alrededor de los tres pilares donde se encontraban sus presos hasta quedarse delante de Li. El Juez se puso de cuclillas delante suya y tras darle un beso en los labios que Li intentó rehuir, este le arrancó la camiseta con el brazo libre del bebé, mientras Betti le abría las esposas.
Me quedo con la china dijo mientras le tocaba las tetas sin ningún pudor vosotros podeis darle una buena paliza a ese policía, eso sí de uno en uno o no durará nada. El grupo de salvajes gritaron enfurecidos mientras que un calvo gigantesco con la cara de Hitler tatuada en el pecho se dirigía hacia el Juez con gesto furioso. ¡¡Ya nos dijiste eso con la pelirroja!! El Juez miró a su alrededor Está bien está bien, mis niños se han portado bien y se merecen un premio. Dijo mientras le daba la cadena de la peliroja al bruto cabeza rapada. La chica del biquini lanzó una mirada llena de súplica y terror al Juez, este se encogió de hombros, rebuscó en uno de sus jirones de tela que parecía contener un bolsillo y sacó una cajita de cartón que lanzó a la peliroja. Condones, no dirás que no me preocupo por ti. dijo el juez socarronamente mientras el medio centenar de presos que debía de haber allí le reían la gracia con voces guturales. De uno en uno le dijo al calvo pero dirigiéndose a todos con un tono que no permitía replicas. No quiero que me la rompais. El calvo se llevó a rastras a Betti que no paraba de gritar, dirigiéndose una puerta que había tras el circulo de coches.
El juez también se llevaba inmovilizada por el cuello a Li, a la que había cargado con el bebé, hacia una enorme furgoneta de presos situada justo detrás del Cadillac. Abrió la puerta trasera mientras observaba como desataban a Leon y uno de aquellos tipos se lanzaba sobre él con una navaja.
Oh vaya, se me olvidaba. Le dijo a Li antes de sacar la Luger y volarle la cabeza al enorme Leroy.

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