viernes, 16 de abril de 2010

CAPÍTULO 21

FAMILIAS
Aquellas rúbias psicópatas tiraban de ellos arrastrándolos de vuelta al interior de la gasolinera, incluso desde el suelo Li y Leo podían ver a través de las cristaleras del establecimiento que estaba lleno de cabezas huecas y melenas rúbias.
El policía lanzó sus manos a las cartucheras buscando unas pistolas que no tenía, segundos después le lanzaba una brutal patada a aquella psicópata que le alcanzaba en toda la mandíbula y la lanzaba al suelo riendo como una loca. Se levantó apresuradamente para ir a ayudar a Li cuando dos de aquellas locas -que vestían monos azules de mecánico- le placaron, cayéndole encima y aplastándolo contra el suelo.
Li no lo tenía mucho mejor, aquellas fúrcias satánicas la arrastraban de vuelta a la tienda con una de aquellas zorras sobre ella, la muy guarra intentaba morrearla desesperadamente mientras reía por lo bajo. Varios codazos de Li impactaron en el rostro y el cuello de aquella rúbia, haciendola tambalear pero no cesar en su empeño. Mientras sus compañeras rúbias habían tirado de sus piernas y sus pantalones -dejándola sin los segundos- llenandole las piernas de pequeños cortes por el asfalto. Li iba a propinarle un gancho a la rúbia que cabalgaba sobre ella cuando otra se unió la primera saltando sobre ambas y enterrando su mano derecha bajo su trasero.
Una de las cristaleras estalló en una explosión de cristales y ambos creyeron que eran las rúbias saliendo en desbandada de la tienda, pero desde el suelo vieron a un señor rechoncho lleno de cristales y entendieron que era quién había roto el cristal con su cuerpo. Las rúbias del interior perdieron rápidamente el interés en Leo y Li, y se lanzaron como hienas sobre el señor de los cristales.
Las rúbias más alejadas del "caramelo" que les habían lanzado salieron por la puerta atropelladamente, como si tuvieran miedo a quedarse sin nada. No llegaron a avalanzarse sobre sus presas porque una mujer negra calló sobre ellas como un enorme saco tirándolas contra el suelo. Sus risillas aumentaron cuando entre todas y desde el suelo empezaron a desvestir, besar y refregarse apasionadamente con la mujer.

Los lábios de las rúbias mecánico estaban a apenas unos milímetros de los de Leo, lo mismo sucedía con las lénguas de las dos rúbias que desesperadamente se avalanzaban sobre Li. Ambos estaban lo suficientemente cerca como para que incluso peleando por sus propias vidas pudieran ver el final del otro.
Las cuatro rúbias salieron volando por el cielo soltando dientes rotos cuando de un solo y brutal golpe de parachoques Leroy las bateó hacia el infinito.
Las rúbias empezaron a salir en tropel de la tienda mientras el policía y la asiática se ponían de pié ayudados por Leroy. Él con la camisa por fuera y los pantalones cayéndole, ella en bragas y con las piernas llenas de cortes.
Apenas podían respirar para darle las gracias al enorme preso que llevaba además del paracoches y atado a la espalda con una sábana... un niño. No había tiempo para preguntar por el bebé, ni por los dos proyectiles humanos que había lanzado contra las rúbias. Aunque se hacían una idea.
Leroy les indicó un agujero a sus pies, todos descendieron por la escalerilla de la alcantarilla que Leroy no pudo llegar a cerrar. Cientos de manos de manicura perfecta y rostros de actrices porno aparecieron por el lugar donde debería haber ido la tapa. Así que los tres bajaron cagando leches y esquivando las rúbias que caían a plomo desde arriba, seguramente alguna de ellas algún día descubriría como usar una escalera de mano, aunque para ese día el sol se hubiese extinguido y la tierra solo estuviese poblada por rúbias y cucarachas.
Se alejaron corriendo por uno de los húmedos y malolientes túneles, con el bebé de Leroy llorando y las rúbias practicando caida libre. No, no tenían tiempo que perder.

Glacias. le dijo Li a los diez minutos, cuando creyeron que habían dado el esquinazo a las rúbias psicópatas y pudo juntar algo de aire en los pulmones. El policía asintió en la penumbra, ya que las alcantarillas solo estaban iluminadas por los agujeros de las tapas que pendían sobre sus cabezas.

De nada zorras.
Dijo Leroy y aunque no le veían pudieron imaginarselo sonriendo. Por cierto buen culo. Volvió a decir el enorme negro con voz algo aflautada, tanto que durante un momento dudaron si se lo decía a Li o a Leon. Tampoco le dijeron nada pues había acabado de salvarles la vida.

Llevaban media hora caminando, era Li quien les guiaba, parecía estar orientada incluso en aquellos túneles.
¿Tu tenías familia en Vietnam no? preguntó Leroy y ambos lo miraron frunciendo el ceño. Joder solo era una broma. dijo él. Su bebe lloraba a su espalda.
¿Puedes dejar de hablar así? le pregunó Leon, y Leroy se encogió de brazos.¿Como? dijo él con tono enfadado pero voz afeminada.
Jodel así. Dijo Li deteniendo el paso.
Estais como una puta cabra. dijo él con más voz de mujer, lo cual saliendo de un cuerpo de más de dos metros y lleno de músculos sonaba estremecedor.
Vale vale. dijo Li intentando aclarar sus ideas, pues necesitaba concentrarse. Voy a ir arriba a ver si vamos bien. Ninguno de los puso ningún inconveniente, y ambos siguieron el ascenso del culo de Li hacia la superfície. La joven abrió con no pocas dificultades la tapa y salió al exterior.

Li observó a ambos lados de la calle, aquella zona de la ciudad estaba mucho más castigada que la que ellos habían abandonado. Casi todos los bajos estaban en llamas, había camiones del ejercito abandonados a lo largo de la misma, así como algún que otro tanque e incluso habían tiendas de campaña militares ondeando en llamas al viento. El suelo brillaba cubierto de casquillos de armas, había sangre por todos lados, pero no cuerpos. Iba a emprender el descenso cuando vio una cabina telefónica, estaba torcida porque un coche parecía haber chocado con ella, aunque por lo visto no a demasiada velocidad como para destrozarla.
Llamó al restaurante, estaba segura que su madre y sus hermanas debían de estar juntas allí. Con el mobil no había tenido suerte, pero quizás con el teléfono tuviera más. Li soltó un gritito de alegría cuando el tono empezó a sonar tras marcar el número, pero los tonos pasaban y pasaban y nadie respondía. Volvió a llamar hasta que se consumieron todos los tonos. Y lo hizo otra vez, rezando para que lo descolgaran. Y así sucedió, escuchó un estruendo que le indicó que parecía que más que descolgar el telefono lo habían lanzado al suelo. Escuchó pasos arrastrándose y al final se armó de valor para preguntar. ¿Hay alguien?.
Un coro de risas estúpidas con acento chino le respondió.

Al cabo de diez minutos el culo de Li volvió a descender bajo la atenta mirada de sus tres compañeros, bebe incluido. Ninguno de sus dos compañeros se dió cuenta en la penumbra que Li estaba llorando. Ni siquiera cuando le pidió a Leroy si podía llevar su bebé, el cual guardó silencio inmediatamente al abrazarlo contra sus pechos.
Yo probé eso mismo con mis pectorales y se puso a llorar aún más fuerte. dijo una voz femenina desde las alturas.
No me extlaña. dijo li observando a aquella mole humana.

Durante la siguiente hora intentaron averiguar que debía de haber sucedido para que Alicia se marchara con el camión y con aquel loco, pero no se les ocurrió nada convincente. Al final llegaron a su destino, el único lugar del que habían hablado todos juntos y en el que esperaban encontrar a Al.
Los tres ascendieron por la escalerilla hasta salir a la superfície. Allí les esperaba el edificio de los Juzgados... totalmente en llamas.
Ahí... ahí tiene que estar mi tio. dijo Leon. Pués debe de ser un trozo de carbón dijo el enorme negro con voz aflautada, acompañando las palabras de gestos exagerados.
Leon se giró para responderle pero se quedó sin palabras y mirándolo con ojos como platos, lo mismo le sucedió a Li y al bebé de Leroy que llevaba con ella.
¿Que pasa, tengo monos en la cara o que? dijo haciendo mohines exagerados con los labios y gesticulando como una loca.
No, no tenía monos, pero sí el pelo rubio y los ojos azules... además de unos labios de un color rojo tan fuerte que parecían un anuncio de neón.

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