jueves, 15 de diciembre de 2011

CAPÍTULO 29.

EL PUENTE.
León conducía sin quitar ojo de la carretera y del GPS que Al había programado. Necesitaba aquello. Conducir, echar millas. Porque o dejaba de pensar en Li o se volvería loco.
León nunca se había sentido completo en nada. Era hispano y apellidándose García jamás sería visto como un americano. Había llegado a policía gracias a las influencias de su tío –el juez- por lo que ni él mismo se veía como tal, como si no se hubiera dejado la pistola y la radio en el camión al ir a aquella gasolinera. Solo con Li había sentido que podía encajar en algún lugar, ella incluso le había dado sentido a aquel fin del mundo de tercera que mermaba a la humanidad con absurda y despiadada eficiencia, porque le había permitido conocerla.
El viento siseaba entre el mural de cristales que Loco Jack estaba soldando y pegando para reparar el parabrisas. Su peluca afro y su falso bigote se ondeaban por la corriente del exterior, al igual que los rollos de papel que llevaba enrollados a lo largo de su cuerpo a forma de precaria vestimenta.
Por el retrovisor observó la estancia que se encontraba a su espalda. Allí estaba atada aquella blondi que debía haber contagiado a Li, robándole además -de alguna manera- sus facciones.
Estaba atada y vigilada por el Presidente que roncaba de manera sonora. Había hecho bien de dejar la cortina abierta para vigilarla él mismo, aunque aquella blondi tenía una mirada que le inquietaba por lo que intentaba evitarla a toda costa. Para nada era la mirada carente de inteligencia y llena de ansiosa y destructiva necesidad de sexo de aquellas zorras ninfoaniquiladoras. Aele les había dicho que pensaba estudiarla más adelante, significara lo que significara eso.
La carretera discurría entre eternos bosques de altos y viejos árboles que les saludaban al pasar moviendo sus ramas. Cada equis tiempo le tocaba cambiar la ruta si la carretera que transitaba se llenaba de vehículos abandonados, el GPS recalculaba la línea a seguir y se la indicaba. León deseaba que todo fuese así de sencillo, que tras perder a alguien simplemente tu corazón recalculara tu destino, como una radio que automáticamente busca una cadena tras desintonizarse.
-Era bonita- Dijo una voz y León se asustó al desensimismarse de sus propios pensamientos.
-Tu chica verde- siguió Loco Jack –Era bonita, y valiente-
-Gracias…- acertó a contestar León, sin demasiadas ganas de hablar de aquello con aquel loco.
-Mi querida Afrodita también murió. La sacrificaron como ofrenda a un ser abismal de infinitos tentáculos.-
-Lo siento- dijo de corazón León, sin entender una palabra pero comprendiendo el significado real de aquel desvarío.-¿Sucedió hace mucho?-
Loco Jack lo miró a través de aquellas enormes gafas de sol. –Hace demasiado lejos,a años luz, pero te aseguro que volveré a la tierra algún día. Y ese día será el último que vean los ojos de su asesino.-
Unos sonoros lloros inundaron la cabina. El presidente lloraba a moco tendido, sonándose los mocos en la corbata –A mi mujer se la trago una ventanilla- respiró aire, o mocos, o algo –era sonyer pero yo…la quería- dijo hipeando.
Como si fuera el efecto dominó de un parvulario los tres empezaron a llorar pensando en las mujeres que habían perdido.
-Lo si..ento-
Dijo la Blondi mirando fijamente a los ojos a León a través del retrovisor y el camión de Al a punto estuvo de salirse de la carretera.

El Juez, su grupo y los tres caídos del cielo se habían internado en el bosque y corrían sin descanso, esquivando árboles, saltando raíces. Tras ellos, tropezando con todas las raíces, chocando con todos los árboles, cientos de blondis. El suelo tenía un marcado desnivel de manera que unas se arrollaban a otras en su caída. Todo era fiesta.
Si la tierra ha visto persecución más patética que esta, se levante y lo diga. Unos –por cansados-y otras –por lerdas- no debían de ir a más velocidad que con la que una rana cruzaría un charco.
El par de mulatas ayudaban como podían a su King que por su opulencia no podía con su alma, Sanne apenas podía respirar pues no estaba acostumbrada al deporte. El mejor adiestrado era el soldado, pero este andaba perdido, sin rumbo, con su mente pensando en aquel que acababa de perder. Solo el juez –que daba gracias a sus largas marchas matutinas- guardaba la compostura y las fuerzas, guiando a los demás en tan desesperada y extremadamente lenta fuga.
Tras de sí escuchaban el reir y los batacazos de aquellas hienas, ilusionadas con aquella excursión por el campo cuyo premio era frotarse y follarse con aquellas sus víctimas que tan cerca les iban.
Algo pasó muy cerca de los arboles, levantando viento sobre la comisión de perseguidos y persiguientes y una fuerte luz les iluminó durante unos segundos antes de desaparecer junto al fuerte ruido de rotores y hélices que les permitió escuchar otro más peligroso. Más risas desde delante.
-Mierda- exclamó el juez al ver otra legión de furzias vestidas con todo tipo de ropas y tallas que a poco más de diez metros les venía a cortar el paso.
-Boooooooooombaaaaa!!!- cantó gritando King Sudáfrica que se lanzo haciéndose un ovillo hacia delante como si quisiese lanzarse a una piscina. De esta manera, el que bien podría haber sido el doble de la piedra que casi aplastó a Indiana Jones rodó colina abajo aplastando blondis y creando un camino entre la turba rubia. Todos tuvieron que apretar el paso para no quedarse rezagados y cruzar entre el mar de blondis antes de que se cerrara.
No menos de cien blondis, treinta arboles y cinco ardillas murieron aplastados en tan grotesca y desesperada acción tras la cual el grupo del juez atravesó el de blondis. Más las supervivientes que les venían a encontrar se unieron a las que ya los buscaban, prosiguiendo la persecución a la velocidad original pero con más blondis persiguiéndolos.
Ahora las mulatas llevaban rodando a King Sudáfrica, pues había detenido su valiente descenso chocando su cara contra una verja metálica. Era esta bajita pero no podían saltarla, porque llevaba a un rio de caudalosas aguas que a la vez, hacía de separación entre el bosque y una oscura urbanización que tenían delante de los mismos ojos. El ancho de aquel río no debía llegar a los dos metros, aunque parecía hondo y su agua de rápida y fiera. Si no fuera por las vallas metálicas podrían cruzar saltando, pero estas les impedían tomar impulso. Las risas que tan claramente escuchaban a sus espaldas les presagiaban su final sino encontraban una salida.
Aquellas zorras empezaron a surgir entre los árboles, con su frenética risa y sus enormes pechos saltando al compás de sus dorados cabellos.
-Jijijiii !!!- exclamaron ellas antes de lanzarse sobre el grupo y chocarse con una barrera de machetes y un palo de golf. Sanne y las dos gemelas se enzarzaron en brutal pelea contra aquella oleada, mientras el soldado pese a despierto parecía ido y King Sudáfrica dormía un placentero sueño. El juez intentó calmarse pese a todo aquello, debía de pensar o morirían todos.
El palo de golf de Sanne dibujaba brillantes arcos en cada uno de sus movimientos mientras que los machetes de las gemelas eran destellos cercenantes. Las tres se habían puesto en una formación en triángulo en la que peleaban desesperadamente para no ser rodeadas. A su espalda los tres hombres, solo uno de ellos consiente. El juez, cogió al soldado y empezó a abofetearlo primero, a darle puñetazos después -¡Despierta de una puta vez!!- le gritaba, hasta que lo cogió y lo arrastró hacia el rio, colocándolo medio por fuera de la valla. –O vuelves en ti o te juro que te lanzo allí abajo- dijo el juez mientras inclinaba al soldado hacia la oscuridad de aquel río, y al momento lo soltó.
El soldado llegó a flotar ingrávido apenas lo que sobra de restarle a un minuto sesenta segundos, ese fue el tiempo que tardó en reaccionar y cogerse al juez. Este lo miró con ojos severos que no acompañaron a sus palabras -Siento tu pérdida, pero o me ayudas en esto o caeremos todos-. Tras eso el juez señaló a King Sudáfrica y le hizo la señal de lanzarlo. Ambos se pusieron en marcha mientras escuchaban a las chicas gritar a cada golpe, como si aquello fuera un partido de tenis en el que llevaran jugando ocho horas y cada golpe requiriese un esfuerzo titánico. Entre el juez y el soldado pasaron a duras penas por encima de la verja a King y lo lanzaron al río, donde se quedó encallado como si fuera Papa Noel colándose por una chimenea demasiado pequeña.
-¡¡Tenemos un puente!!- gritó el Juez, que hizo cruzar al soldado el primero mientras arrancaba una gorda rama de un árbol con la que se unió a pelear con las chicas a base de garrotazo limpio. –Venga cruzad ¡¡yo os daré tiempo!!- Los cuatro fueron retrocediendo hacia donde estaba el puente Sudáfrica, pero eran demasiadas de aquellas blondis. Las mulatas cruzaron en orden de diestra y zurda, quedando así solo el juez y Sanne, ambos con sus espaldas pegadas contra la valla. Uno debía cubrir al otro en su retirada o morirían los dos, el juez lo sabía y no pensaba cargar con la muerte de aquella chica –de aquella mujer- sobre su conciencia, así que se lanzó contra aquella jauría de lobas para darle tiempo a Sanne.
Pero algo tiró de su cartuchera lanzándolo hacia detrás mientras que una melena rojiza y un perfume que nunca olvidaría pasaban ante sus ojos. La inercia del tirón lo lanzó por encima de la valla cayendo sobre su improvisado puente. Se levantó desesperadamente para ver como aquella muchedumbre de putas sedientas de sexo engullía a Sanne. El juez saltó por encima de la valla gritando, con sus pocos músculos tensados deformando sus tatuajes, sus garrotazos arrancaban cabezas y sus patadas atravesaban cuerpos. –¡Hijas de Puta devolvédmela!!- gritaba escupiendo espumarajos mientras se abría camino entre aquellas zorras. La turba de blondis empezó a cerrarse alrededor del Juez y en ese momento todo fue oscuridad para él.

jueves, 8 de diciembre de 2011

CAPÍTULO 28.

SIN PARAR.
Tras escuchar una explosión el Juez, su secretaria y los dos soldados salieron del camión para ver que ocurría. Apenas les dio tiempo a cerrar las puertas traseras antes de que estas se les lanzasen encima a una velocidad endiablada. Los soldados haciendo gala de unos reflejos y entrenamiento encomiables se lanzaron al suelo con un sincronismo perfecto, el juez a su vez se lanzó al suelo llevándose consigo a Sanne, su secretaria. Los cuatro vieron pasar los bajos del camión demasiado cerca, mención especial de la Betty Boop peliroja vestida como Leia que tuvo que aplastarse con las manos las tetas por miedo a que los ejes del camión se las llevaran consigo. Al segundo el camión había desaparecido diendo paso a una honda de fuego que –otra vez- les volvió a pasar por encima, quemando solo las vendas de las manos de Sanne.
Y así, quedaron en el suelo acostados dos soldados con sus uniformes a lo SWAT cogiditos de la mano, mientras el juez vestido aún solo con taparrabos y una pistolera sobaquera echaba mano a su Luger y Sanne con su biquini metálico movía las manos frenéticamente para apagar su pequeño incendio doméstico.
Todos ellos con la boca desencajada miraban el cielo; varios aviones desguazados y rebozados con fuego les caían encima junto con toda su carga prendida de un fuego que iluminaba a cientos de blondis que reían desquiciadas mirando como el suelo se acercaba hacia ellas. Los soldados se pusieron de pié de un ágil salto mientras que el juez y Sanne se levantaron apoyados el uno en el otro, los cuatro empezaron a correr mientras caían wáteres, maletas, trozos de avión y cajas fuertes.
Las cosas caían a su alrededor haciendo retumbar la autopista a base de brutales impactos, una descomunal ala con un enorme 86 pintado cayó delante de ellos lanzándolos de espaldas. Su carrera había terminado pues el enorme escombro ocupaba todos los carriles de autopista. Intentaron cambiar el rumbo pero un piano –marca Acme- cayó sobre uno de los soldados aplastándolo como un mosquito. Los otros quedaron en shock, rociados de tripas y sangre de su excompañero al mismo tiempo que una lluvia de blondis caía a su alrededor. Bastantes de ellas se estampaban como sellos en el asfalto de la carretera, otras caían atadas a sus asientos quedando libres cuando estos se hacían añicos por el golpe.
De esta forma, en apenas unos segundos quedaron rodeados por cientos de blondis que se acercaban a ellos cojeando y otro tanto de estas arrastrándose hacia ellos desde el suelo, minando con su presencia cualquier salida.

Al corrió la cortina de detrás los asientos y ella junto a León se internaron en el pequeño cuartito donde esta descansaba por las noches. En aquella pequeña estancia Li había estado cuidando al bebe y era lo último que habían sabido de ella antes de que apareciese blondificada, antes de perderla. Cuando la luz de las estrellas invadió el pequeño habitáculo vieron que la cama estaba vacía, en ella solo reposaba la bellísima espada de Li. Al la cogió, la sostuvo en sus manos observando sus pequeños dibujos, las filigranas de su empuñadura, la tela que la enrollaba. Era una buena espada, tal como había sido su dueña. Con pesar por el recuerdo de lo ocurrido se la entregó a León y este se colgó la funda a la espalda mientras la espada relucía con la luz de las estrellas en su mano.
-Esta es mía- le dijo apuntando con el afilada arma a la oscuridad que se cernía bajo la cama. Al asintió, cogió la litera y de un golpe seco la levantó. Allí abajo, medio escondida por la oscuridad y por las sábanas, había una clara figura femenina de la que asomaba una cabellera rúbia. León apartó las mantas y bajó la espada de un estocazo rápido, que se frenó justo en el tabique de la nariz, entre ojo y ojo. A pesar de la mala iluminación no había posibilidad de error, el rostro iluminado por el reflejo de la espada era el de Li. A pesar de que el color de su piel fuera el de Leroy, de que sus ojos fueran azules y su pelo del color del trigo, no había duda posible. León aparto la espada y cayó sobre su propio trasero, creyendo seguramente que se estaba volviendo loco, pero Al veía lo mismo. De hecho tiró de la manta y fue descubriendo aquel cuerpo que conservaba las medidas atléticas y armoniosas de la joven y no las rotundas y casi desproporcionadas curvas de las blondis.
-¿Qué…es esto?- Preguntó Al mientras apuntaba a aquel engendro con cazamamuts.

El helicóptero de doble hélice cruzaba la noche iluminando con sus focos el bosque que estaba sobrevolando.-Coronel, todavía nos siguen- Observó uno de los soldados que controlaba las enormes luces con las que barrían el terreno bajo ellos. Allí, entre los árboles, decenas de esas zorras corrían tras el helicóptero. Podían oir las risas que siempre las precedían, no eran lo suficiente inteligentes como para saber que las delataban y tampoco eran lo suficiente inteligentes como para rendirse en ninguna ocasión, bajo ningún concepto, y eso las hacía sumamente peligrosas.
El Coronel observó su carga. La carga… era difícil llamar así a los quince niños que le devolvieron la mirada. Sus edades oscilaban entre los diez y trece años y sabían lo que sucedía. Lo sabían en todos los sentidos y a todos los efectos. No por nada sus coeficientes intelectuales rozaban la escandalosa cifra de doscientos, duplicando la media del ser humano. Esos niños lo sabían porque científicos adultos, pero menos inteligentes que ellos, habían hecho sus cálculos. Cuando una persona normal se convertía en una de esas putas, se volvía rubia, de ojos azules y estúpida. Perdía prácticamente toda su inteligencia guiándose solo por el instinto. Pero ¿Qué sucedería si la persona blondificada era un puto genio como Voltaire o Isaac Newton?. Pues que por drástica que fuera la reducción de inteligencia, seguirían siendo inteligentes.
Al Coronel se le erizó la piel solo de pensar en aquella posibilidad, aquellas hijas de puta ya eran lo suficientemente duras como para tener más ventajas; soportaban ser acribilladas, atropelladas y cortadas a trozos así que solo les faltaba que supieran devolverles los disparos o que de alguna manera sus hermanas listas las coordinaran.
Los quince niños lo miraron, habían hecho cuentas. Los kilómetros recorridos, los dos infructuosos intentos de repostar, la distancia a la que estaban de cualquier ciudad. No iban a llegar y sabían que la orden del Coronel era que no debían caer en manos de esas zorras bajo ningún concepto.
El Coronel besó la cruz que colgaba de su cuello y le pidió fuerzas a Dios, aunque sabía que precisamente él sería el último en dárselas para hacer lo que tenía que hacer.

La Luger del Juez era la única arma de fuego que llevaban consigo mientras la amenaza rubia se cernía sobre ellos, pues se habían dejado todo el equipo –ordenadores incluidos- en la “salita” del camión. El soldado se sacó un cuchillo de filo negro del tobillo, seguramente de fibra de carbono mientras Sanne cogía del suelo un palo de golf metálico salido de alguna de las maletas. Los tres se pusieron en guardia, aquellas zorras se lo iban a tener que currar si querían acabar con ellos.
Empezaron a sonar los disparos, el sonido seco del palo de golf machacando cabezas y el silbido del cuchillo del soldado cortando miembros. Pero nada acababa con ellas y caían a sus pies sumándose a las demás rubias víricas que se arrastraban, en apenas unos minutos las balas se acabaron por lo que empezó la cuenta atrás en la que serían superados.
Algo sonó en el aire, como dos “clicks”, y en un momento una lluvia de balas empezó a azotar a aquellas zorras ninfómanas. Miraron hacia el cielo para ver como descendían dos mujeres que parecían sujetarse de un enorme balón de playa hinchado. Apenas se veían en la oscuridad pues eran mulatas y solo las iluminaba el destello de sus propios disparos. Cada una de ellas disparaba con la mano libre con la que no se cogía a aquel enorme balón-globo, así pues una de ellas era diestra y la otra zurda. El balón giraba sobre si mismo mientras descendía así que las ráfagas dibujaban círculos de sangre en el suelo, cada vez más pequeños a la vez que iban bajando; era toda una tarea de limpieza.
La nueva ayuda dio esperanzas y fuerzas a nuestros tres protagonistas, que empezaron a defenderse con todo lo que tenían, codazos, rodillazos, dedazos en los ojos; cualquier cosa valía en aquellos momentos desesperados.
La inesperada ayuda ya estaba más cerca de tierra, donde vieron que aquello no era ninguna enorme pelota de playa. Parecía una descomunal toga hinchada por el viento que hacía de paracaídas, mientras que aquello a lo que se sujetaban las mulatas eran dos pequeños piececitos.
-¿Es un globo?- Dijo el soldado -¿Será un zepellin?- Preguntó la secretaria -No, ¡¡Es King Sudáfrica!!!- afirmó el Juez en el mismo momento que este tomaba tierra, con sus enormes gafas oscuras y su batamanta que tenía dibujado un mapamundi casi a tamaño real en el que áfrica le caía sobre el pecho.
¡MaaaaaaaaaaaaTaaaaaaaaaaaaaaaaaarrrrrrrr!!!!- gritó King Sudáfrica mientras sus dos gogos –con enormes y naranjas pelos afro y vestidas con tops y pantalones cortos- guardaban sus Akas a la espalda y empezaban a pelear a machetazo limpio al son que cantaba su jefe –Mata-mata-mata sin parrrraaaaaaaaaaarrr…de mataaaarrrr-. La pelea se convirtió en un caos y luego en algo peor, los miembros de las blondis volaban cercenados mientras los tres recién llegados correteaban danzando y bailando entre las blondis –sin mataaaaarrrr…de parrrraaaar..mata-mata-mata…- Y así, de esta guisa, los seis se abrieron paso hasta salir de la maldita autopista y internarse en la oscuridad.

domingo, 4 de diciembre de 2011

CAPÍTULO 27.

COMO TORTUGAS EN LA PECERA.

Los más pequeños y letales trozos de asteroide golpearon como metralla el casco de la nave abriendo una fuga de aire en la misma. Los enormes y negramente negros músculos de Black Jackson se tersaron para ponerse en marcha mientras su mente –la del mejor detective que la tierra hubiera conocido- evaluaban la situación. Su preciosa capitana, ajustada en su traje intergaláctico peleaba con los mandos de la nave para que esta no perdiera el control, mientras que el presidente del Senado intentaba ordrozar el hexígnotio a través del vradinador drerivérico portátil que llevaba en las manos. Black Jackson sintió que lo había subestimado, había creído que era otro político blancucho más pero su ayuda en aquellos vitales momentos estaba siendo clave para mantener la estabilidad de la nave.
El caos fue total cuando la escotilla tras de sí se abrió y entró en la sala de mandos la chica de piel relucientemente verdosa, que se lanzó en plancha contra el cadete espacial -que creía su pareja- aunque ambos, al no estar sujetos por ningún cinturón, fueron succionados por el agujero que había abierto la metralla del asteroide.
Durante solo un instante pensó que el asunto entre la chica de la piel relucientemente verdosa y el cadete era algúna pelea de enamorados pero cuando observó que varias tuercas y placas de metal asomaban por su piel supo lo que estaba ocurriendo. Se estaba convirtiendo en una de esas ciborgs y además quería llevarse consigo al espacio infinito a aquel joven tan valiente. Algo que Black Jackson nunca permitiría, así que absorvió todo el aire que su hercúleos pulmones pudieran aguantar y se lanzó a través del agujero tras ellos.

-Así pues, a las 24:00 se hará efectiva la sentencia del juzgado internacional emitida el 29 de agosto de 2006 en que al acusado se le condenó a muerte por los crímenes de terrorismo contra la humanidad-.La pequeña sala –que se reflejaba en el cristal oscuro tras el cual presenciarían la ejecución- se quedó en silencio, los dos guardias que habían preparado y atado al preso en la silla eléctrica le ocultaron el rostro con la bolsa de tela. El color negro de la misma sería lo último que vería antes de ir a una oscuridad mucho mayor.
Ambos guardias asintieron al encargado de dar la corriente y este –un viejecito de mantenimiento- cogió con fuerza la palanca y tiró de ella hacia abajo. Aunque no pudo, estaba demasiado fuerte. Volvió a intentarlo y tampoco lo consiguió. Uno de los guardias, sonrojado como un tomate, acudió en su ayuda. Se arremangó la camisa dejando a la vista sus músculos, tomo aire, apresó con fuerza la palanca y escuchó unas risas.
El guardia y el viejo de mantenimiento se giraron hacia el reo y el guardia que respondió con rapidez –Nosotros no hemos sido jefe-. Los tres se miraron entre ellos a la vez que las risas se multiplicaban y empezaban a fundirse con un segundo ruido, como de golpes.
Todos –incluso el preso enmascarado- giraron la cabeza hacia el indiscutible origen del sonido; la mampara oscura. El guardia que había permanecido junto al preso se adelantó a pasos rápidos hasta un pequeño cuadro de interruptores de la pared donde pulsó uno de ellos.
La luz de la habitación contigua desde la que observaban la sala de la ejecución se encendió mostrando su contenido. Apretujadas contra la mampara -como tortugas en una pecera- debía de haber unas doscientas rúbias, vestían con trajes de presos y de guardia, de periodistas y de mantenimiento, algunas con trajes de abogado y otras prácticamente desnudas, todas con enormes pechos que golpeaban como arietes aquel castigado cristal.
-No os preocupéis no se que ocurre ahí pero la mampara aguantará- Dijo el viejo de mantenimiento segundos antes de que la mampara se separara de la pared por el peso y cayera dentro de la sala estallando por el golpe y cubriendo todo el suelo de trozos de cristal… y blondis. Estas se levantaron con la ropa hecha jiroles a causa de los trozos de vidrio, de manera que los guardias y el viejo tuvieron un shock de realidad, que es lo que sucede cuando estás seguro de estar despierto pero la realidad intenta convencerte de lo contrario. Hacía unos segundos estaban en una ejecución y ahora parecía que estuviesen en una película porno. En una que –algo les decía- no iba a acabar demasiado bien para ellos.
Así fue, como lobas hambrientas de sexo se lanzaron sobre los guardias y el viejo y les arrancaron la ropa antes de lanzarse sobre ellos como una marea de zorras en celo. Como había tantas y salían a tan pocos hubo tirones y desmembramientos, y desmembramientos y tirones. Aunque no sufráis, todas las blondis quedaron saciadas de alguna u otra manera.
Pero ¿que veían sus azules ojos?, había otra víctima orgiástica allí sentada, riendo se acercaron a el y lo rodearon. Cientos de cabelleras rúbias reluciendo como bombillas de neón rodeando una pequeña caperucita negra. Una de las blondis retiró la tela del rostro del preso el cual aún tenía ambos ojos cerrados con fuerza, como si con ello fuera a evitar algo. No somos quienes juzgaremos la eficacia del gesto, aunque habrá que concederle que como mínimo, le había librado de 5000 ricos vóltios.
El preso abrió uno de los ojos y vió a todas aquellas bellezas rúbias y se creyó en el cielo, abrió el otro y observó que a los dos guardias les habían salido tetas y que el viejo de mantenimiento tenía una flamante melena rúbia como bigote.

Las ruedas del camión chirriaron cuando este consiguió ponerse en marcha. Al iba a suspirar pero los acontecimientos no le dejaron. Aquel flacucho envuelto en papel del wáter saltó a la desesperada por el agujero del parabrisas tras León y Li, cogiéndolo a el del cuello de la camisa y aferrándose al camión con lo único que encontró: el volante.
Como todos habréis comprobado infinidad de veces, conducir marcha atrás un tráiler cargado mientras dos aviones -y cientos de rubias semidesnudas- te están cayendo encima no es algo sencillo –aunque con todo, se mejora con la práctica-, pero si a esto le añadimos que tres personas que se están peleando sobre tu capo cuelgan del volante la cosa empeora –si eso puede ser- mucho más.
Un trozo de ala cayó sobre el enorme rotor que intentaba engulliros, haciéndolo explotar, el camión se había puesto en marcha en el momento justo para no ser bañado por el fuego pero aún así notaron el intenso aumento de la temperatura.
Sin duda, aquel era un momento crítico para todos: -Mierda estoy apunto de quedarme sin batería¡Tengo que llegar al punto de guardado!!- Gritó Osama que recibió una patada en toda la cara regalo de Al que empezaba a hartarse de tanta tontería. Al mismo tiempo –pero por diferentes razones- Li recibía otro puntapié –también en el rostro- propiciado por Loco Jack. –Chico defiéndete o nos arrastrará con ella!¡no podremos aguantar la respiración para siempre!- le gritó a León, pero este no podía hacer nada. A pesar de que tuviera el pelo dorado y los pechos le hubiesen aumentado tres tallas aquella seguía siendo Li, la chica de la que se había enamorado. Le era imposible golpearla y a la vez, ¿que sentido tenía todo aquello? Si todos iban a acabar siendo transformado en blondis ¿Quién mejor que ella para que lo transformara?. Así que Leon cerró los ojos y la besó.
O eso creyó el, pues lo que había frente a él era el sobaco de Loco Jack, que haciendo gala de una fuerza inhumana había levantado a ambos dejando a Leon al alcance del Presidente. Este –con el ojo hinchado- le sujetó fuerte, aunque Loco Jack sabía que no tenía suficiente fuerza suficiente para subir al chico y a la ciborg. Así que había que deshacerse Ya de ella.
Un inmenso trozo de fuselaje no los aplastó por la pericia de Aele al volante, pero era imposible que la suerte les durara demasiado y segundos después un enorme trozo de motor cayó justo en el trayecto del camión. Al volvió a esquivarlo, pero el movimiento tan rápido de volante hizo que Loco Jack se soltará del mismo, a la vez que el propio camión, al ir marcha atrás con el tráiler por delante de la cabina hizo un amago de cerrarse en tijera que Al –demostrando su maestría- volvió a evitar.
Pero el movimiento había tenido su coste, Loco Jack, que se había soltado del volante momentos antes, ya no estaba sobre el capó. León lo había visto resbalarse del capó y desaparecer en la oscuridad de la carretera… por intentar ayudarlo.
La primera patada al rostro de Li fue, prácticamente una caricia. No así la segunda, mucho menos la tercera. A cada patada su rábia se acrecentaba, aquella zorra que estaba cogido a el no era Li, ya no. Si se hubiera dado cuenta antes… La blondi –que aún conservaba los rostros asiáticos de Li- intentaba bajarle los pantalones, arrancarle la roba, morderle, besarle. Era como una ninfómana desquiciada en una especie de crisis de ansiedad sexual.
Las patadas no le dolían, no podía quitársela de encima y el Presidente se estaba poniendo blanco así que Al decidió que aquello ya había durado suficiente. Bloqueó el volante con el hierro antirrobo y cogió a León del otro brazo. De un tirón lo aupó dentro de la cabina quedando entonces Li prácticamente dentro, Al –sentada aún- le lanzó una patada a la barbilla que la levanto tres palmos. Lo justo para cortarle el cuello con el cristal restante del parabrisas.
El cuerpo de la Li blondi se deslizó hasta caer por un lateral, mientras que su cabeza cayó dentro de la cabina, en el regazo del joven policía. El presidente lo miró –Ser o no ser, esa es la cuestión- Le dijo, y León se puso a llorar. Al le lanzó una mirada fría a Osama mientras cogía la cabeza cortada y la lanzaba al exterior. Segundos después frenaba el camión, pues ya se creía lo suficientemente lejos del accidente. Al bajó a observar la lluvia de Blondis, metralla y trozos de avión que aún caía en la lejanía.
Se encendió un cigarro y con la luz de este vió una silueta junto a ella, se puso en guardia rápidamente pero se relajó al instante mientras una enorme sonrisa se dibujaba en su rostro.
Allí delante del camión estaba colgando Loco Jack, vivito y coleando, la infinidad de rollos de papel se habían enganchado con los hierros del guardamotor delantero. Al se puso a reir, le recordaba totalmente a uno de esos criminales que spiderman dejaba a la policía pegados con telaraña a alguna pared.
El presidente y León bajaron también, y juntos fueron a ver a los demás para organizar el viaje.

Pero estos no estaban.

Al abrió la puerta trasera para ver que no estaba el Juez, ni su secretaria ni los soldados. -¿Dónde pueden estar?- preguntó León, y la respuesta era evidente. Todos miraron hacia la parte de la autopista que habían dejado atrás. Estaba iluminada por el fuego de los restos del avión. Sabían que no había tiempo para volver atrás y que debían de confiar en que el Juez y su grupo saldrían de aquella. Era la única opción.
-Y Li…-Preguntó otra vez León-¿Cómo?...creo que en la gasolinera no la alcanzaron esas Blondis. ¿Será el bebe?-
Al cogió al chico del hombro y lo oprimió un poco contra ella para darle ánimos por su perdida.
-Eso es algo que vamos a averiguar ahora mismo-.