viernes, 18 de diciembre de 2009

CAPITULO 6

LA BALADA DE LOCO JACK
Ey Loco Jack Ey No estamos de broma
Ey Loco Jack Ey Suelta esa pistola
Pero no estaba por la labor
Ese elemental de la locura
De descontrolado corazón
y escasa cordura

...

Black Jackson observó su herculeo rostro de ebano reflejado en la ventanilla de su puerta, una fina línea de sangre caía por la comisura de sus lábios.
Intentó abrir la puerta pero el gangster que había secuestrado a su muy amada Afrodita parecía aberla cerrado. Los golpes contra la madera retumbaron en la habitación haciendo que lloviera polvo, maldita sea, no podía perder ni un solo segundo. Se colocó la sobaquera y enfundó en ella su magnum, se puso su gabardina y sacó de ella las llaves mientras se encendía un cigarro, se colocaba las gafas de sol y se rascaba la entrepierna. Todo con una sola mano.
Tras abrir la puerta de su despacho observó a su alrededor, el pasillo de la comisaría estaba abarrotado de policías blancos que lo observaban con envidia. Olió el aire y el seductor aroma de Afrodita le indicó que su raptor había huido hacia la izquierda, que luego allí se había detenido y observado el mapa para luego comprar en la máquina un café maloliente tras el cual había llamado al ascensor marcando la planta baja. Estaba claro, el aroma de una mujer nunca engañaba.

Todos los presentes en el pasillo tres de la sección de psiquiatría se quedaron sin habla -incluso los locos- cuando observaron a aquel gigante disfrazado de enfermero sacar a aquella mujer desnuda.
Luego salió corriendo con un cigarrillo en la boca aquel panadero loco que se creía un detective negro de los setenta, totalmente desnudo salvo por una bata de enfermera, una sobaquera con una pistola de agua y sus sempiternos bigote y pelo a lo afro falsos. Aquello trajo de nuevo la normalidad y todos volvieron a sus quehaceres con un suspiro de tranquilidad.
El Loco Jack llamó al ascensor mientras dos enfermeros se acercaban a él sigilosamente con sendas jeringuillas.

Por poco aquellos mafiosos no sorprendieron a Black Jackson por la espalda, este se giró saltando por el aire -mientras daba una fuerte calada a su cigarrillo- a la vez que entraba por el hueco del ascensor que se estaba abriendo es ese justo momento. Los dos disparos de Black Jackson alcanzaron la cabeza de ambos criminales que soltaron sus cuchillos y gritaron
¡¡Quién le ha llenado la puta pistola de lejía??.
Mientras la puerta del ascensor se cerraba y Black Jackson se levantaba, con sus músculos tensos, empezaba a entenderlo todo. Era una trampa de la policía, como si no iban a atacarle varios gangsters en plena comisaría. ¿Tanto era el desprecio que le tenían por ser negro? ¿por ser el mejor en lo que hacía? Ahora eso ya no importaba, ya daba igual. Si tenía que matar hasta al último mafioso, quemar la comisaría y derrumbar cada edificio de la ciudad para rescatar a Afrodita lo haría. Sin contemplación alguna.

Cuando se abrió la puerta del ascensor toda la seguridad del hospital estaba esperándole, un enfermero les había avisado de que el paciente había intentado violar a la enfermera que llevaba desnuda con el, por lo que todos estaban preparados para su aparición.
Aunque ninguno de ellos olvidaría lo que sucedería a continuación, lo recordarían durante años, lo contarían a sus hijos y nietos y los cantautores -los nuevos bardos- le dedicarían canciones.
Aún no se habían abierto unos centímetros la puerta del ascensor cuando un mechero salió disparado por el, chocando contra el techo y actibando todos los aspersores. Una mancha apareció bajo la lluvia artificial que les había sorprendido y los seguratas empezaron a volar por los aires con la nariz rota y los labios partidos. Aquel huracán de ferviente y creciente locura atacó con tal brutalidad a los soprendidos guardias que ni uno solo pudo herirlo, tocarlo o simplemente verlo.
Se rompieron plantas, paredes, puertas y ventanas.
Repartió puñetazos, patadas, mordiscos e insultos.
Fué como si un tanque colérico los hubiese atropellado varias veces. Ni uno solo de aquellos guardias siguió en activo tras aquella demostración de que si un hombre estaba lo suficientemente loco y enamorado, no necesitaba de músculos o arma alguna para ser un ejército en si mismo.

Black Jackson salió de la comisaría -que ardía a su espalda- con el mismo cigarrillo que se encendiera en su habitación, y aún le sobraría tiempo de entrar otra vez y sintonizar todos los televisores de aquel lugar en telecinco antes de que este se apagara. Pero nisiquiera aquellos policías corruptos se merecían aquello y además llevaba prisa. Observó a su alrededor y divisó un cadillac rojo alejándose por la calle 35, era jueves 15 por lo que el cadillac debería haber sido -evidentemente- verde. Aquello era muy sospechoso.
Era una suerte que aquellos matones fueran tan descuidados, pensó para si mismo mientras le hacía el puente a una Harley Davidson y salía quemando rueda tras su amada Afrodita.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

CAPITULO 5.

5 SEMANAS ANTES.
Black Jackson sacó a relucir su enorme revolver y empezó a frotarlo. Suspiró observando su despacho, su viejo despacho, tan cubierto de polvo como de buenos momentos. Cuanto hechaba de menos los viejos tiempos, cuando uno podía entrar a saco, llenar de plomo a los malos y irse con la chica.
Ahora había que rellenar mil informes para poder mear, y si atrapabas al criminal con algo que no fuera un "Porfavor venga conmigo señor" aún te denunciaban ellos a ti para que te dieran bien por culo los putos chupatintas.
Dejó su magnum sobre la mesa probocando una nuve de polvo. Se levantó y estiró sus brazos hacia el diploma de la pared "Al mejor Negro al Servicio de América". Sopló para sacarle el polvo de encima, aquel trozo de cristal enmarcado en madera vieja era el orgullo de Black Jackson. Siendo negro había tenido que luchar el doble que todos los demás, incluso el triple, para llegar donde estaba. Era el mejor detective de toda la ciudad, aunque el trabajo escaseaba. Los tiempos habían cambiado y la gente solo contrataba detectives para casos de infidelidad, ya no había acción, ni persecuciones. Solo polvo sobre la mesa.

Un fino puño apareció en la ventanilla de su puerta, golpeando en la "v" de -Detective Black Jackson-. Al momento una despampanante mujer de color con el pelo a lo afro como él, de enormes pechos y fulgurante cadera entró en su habitación, inundándola de olor a hembra.
La invitó a sentarse y esta así lo hizo, cruzando una pierna sobre la otra, forzándo hasta los límites el tejido de la falda de su vestido dorado.
Sus pechos se inflaban y desinflaban mientras sus ojos marrones buscaban los suyos.
Se llamaba Afrodita y necesitaba urgentemente que él la protegiera, y le dijo que solo tenía una manera de pagarle mientras que con un -zip- abría la cremallera del vestido y quedaba totalmente desnuda frente a el.
Black Jackson respondió quitándose la ropa, con su cuerpo totalmente desnudo y sus enormes músculos en tensión la cogió y la lanzó sobre la mesa. Saltó luego sobre ella e intentó besarla una y otra vez. Pero sus peinados afros chocaban entre sí haciendo rebotar sus cabezas.
Así que dejó de lado los preliminares y le hizo el amor durante horas, hasta que la mesa deshizo bajo ellos y la lámpara les cayó encima.

Dos minutos después de la rubísima enfermera empezara a cabalgar sobre su esmirriado paciente esté soltó un sonoro aullido de placer. Le miró y a pesar de que aquel piltrafilla ya había acabado ella siguió saltando sobre el, como intentando exprimirle las últimas gotas mientras no paraba de reir tontamtente.
Se llamaba Gina, sus medidas físicas sobrepasaban por mucho la perfección y sus mentales, bueno, eran más bien inexistentes. Era la sobrina del director del hospital y este la había enchufado como ayudante de ayudante del Auxiliar médico. Resumiendo, nadie le mandaba nada porque todo lo hacía mal y luego había que rehacer sus desastres y además hacer la tarea que le habían mandado.
Aún así, puede que Gina fuera algo tonta, pero tenía un corazón que no le cabía en el pecho, y eso era decir mucho. Escuchaba a los enfermos y reía con ellos, siempre reía y esto hacía sonreir a los enfermos, lo cual nunca era malo.
Y estaba enamorada, perdidamente enamorada de aquel piltrafilla que intentaba salir de debajo de ella. Era un panadero al que tenían encerrado siempre en aquella habitación, y estaba solo como ella. Solo con él conseguía hablar sin miedo a meter la pata, él nunca la reñía ni se mofaba de ella. Y le encantaba hacer el amor con el -aunque nunca le durara nada- y notar sus pálidos cuerpos unos junto al otro.
En esta indecorosa posición les pilló el camillero con pinta de asesino en serie. Esté entró sin llamar en la habitación y, tras darle un puñetazo a él se la llevó a ella a rastras cerrando la puerta tras de si.
El enclenque panadero cayó al suelo tras rodar sobre la cama y luego se abalanzó sobre la puerta, golpeando la misma con desesperación.

Te rescataré, lo juro. ¡¡Afrodita iré a buscarte!!!

lunes, 14 de diciembre de 2009

CAPITULO 4

CAZAMAMUTS.
Aquella aberración de caderas sinuosas se quedó de pié, riendo, ardiendo, frente a ella. En su piel se formaban ampollas que estallaban salpicando de gotas degrasa caliente a Alicia que seguía sin poder moverse.
Aquel ser de fuego torció la cabeza, como si desde esa nueva perspectiva le fuera a ser más facil saber que hacer con aquel ser que era su igual, pero a la vez no lo era.
Se arrodilló frente a ella y empezó a acercar su rostro llameante al de Al, que seguía sin poder mover un solo músculo, así que hizo lo único que pudo hacer.

Reir.

Jijiji. dijo mirando a su llameante enemiga cuya nariz estaba casi en contacto con la suya. La rubia llameante se detuvo ante aquella revelación, se levantó riendo y se alejó de Al que reprimió un profundo suspiro de alivio. Pero aquella silueta envuelta en fuego no llegó a salir de la habitación, al quinto paso, tras soltar una última risita histérica se desplomó en el suelo.
Había muerto.

Mientras se recuperaba de aquel golpe y sus desobedientes músculos volvían a pertenecerle, el bar había sido tomado completamente por el fuego y ya empezaba a internarse en el baño. Cuando empezó a tener movilidad comenzó a arrastrarse desesperadamente por el suelo hasta llegar a la puerta del baño. Estiró la mano y se agarró a la escopeta insertada en la puerta, una vez de pié, con el fuego contorneando sus formas, arrancó la escopeta de la puerta de la misma manera que Arturo extrajo a Excalibur del yunque. Le iba a ser imposible salir por el bar y aquel aseo no tenía ventanilla alguna por la que escapar.
Aún así la salida de aquel lugar la tenía en las manos. Buscó por todo el aseo la bolsa con munición pero no la encontró, le debía de haber caido en el bar cuando escapó. Pero había aún un cartucho solitario en alguna parte de ese baño pues ella misma lo había llevado entre los labios.
Su intuición femenina y su conocimiento de las leyes de murphy le indicaron sin posibilidad de error donde se encontraba así que se agachó frente al cadaver carbonizado y humeante de aquella cosa, metió el largo cañon de CazaMamuts por debajo y haciendo palanca la giró.
Y allí estaba el cartucho, sobresaliendo de entre los dos ennegrecidos pechos. Acercó su mano temblando y cogió el cartucho sin problema alguno, al menos hasta que aquel supuesto cadaver le agarró el brazo con unos dedos negros como garras de cuervo y abrió sus dos ojos azules que parecían brillar como estrellas en aquella cara de ébano.
Y así se quedó, Al conteniendo la respiración y la rúbia muerta y bien muerta.
Cuando arrancó sus dedos de un tirón sus ojos permanecían fijos en la nada y el fuegodel bar ya ocupaba la mitad del baño.
El cartucho estaba caliente. Pero no le quedaba otra que arriesgarse a que la escopeta le estallara en las manos.

Al no consiguió hacer una ventana, ya que lo que apareció en la pared fué el hueco de una puerta, de garaje además. Se despidió de Cazamamuts mientra salía al exterior, ya que por la enorme fuerza de retroceso se le había escapado de las manos y esta se había caido entre las llamas.

Alicia respiró algo de aire fresco, y sin perder un segundo se fué corriendo hacia su camión, no podía permitirse ni un momento ya que si el bar ardía sería cuestion de minutos que la gasolinera adjunta saltara por los aires. De camino hacia ese bar su Kenwort la había dejado tirada y le había tocado meterse literalmente dentro del enorme motor para -con algunas chapuzas- hacerlo funcionar. Cuando giró la esquina para dirigirse al parking y subir en su camión vió que una ambuláncia se había detenido en el lugar y el conductor llevaba tapada con una manta a una de esas rúbias. De la manta apenas sobresalía una melena rúbia por arriba y dos súcias pantuflas por abajo.

De repente la rúbia se deshizo de la manta, y se lanzó sobre el bombero abrazándolo.
No hace falta que me agradezca nada señorita, es mi... la frase murió bajo un apasionado beso. El bombero pese a su integridad le siguió el juego a aquel bombón semidesnudo, al menos hasta que empezó a toser sangre sobre el asfalto, entre los surtidores de gasolina a los cuales el fuego estaba apunto de alcanzar.

Al, que no era tonta, había observado toda la escena mientras se dirigía hacia su camión el cual la sorprendió arrancando a la primera.
Se internó con el enorme trailer en la autopista esperando escuchar la explosión de la gasolinera en cualquier momento.
No le pasó por alto que por el carril contrario no transitaba ni un solo coche y en el suyo apenas había adelantado a un par de vehículos. Varios metros más adelante vió un par de vehículos detenidos ante un control militar. Lo mismo sucedía en el carril paralelo. Tanques. Alicia jamás había visto un control similar en todos sus años de camionera.
Ella llevaba unas veinte toneladas de contrabando de todo tipo así que hundió el pie hasta tocar fondo. Su camión rugió, hecho bocanadas de humo por los tubos de ventilación y se lanzó a toda velocidad contra el control, no había muchos coches así que quizás pudiera apartarlos.
Una enorme explosión sacudió la tierra como un terremoto, dibujando una gigantesca seta de Fuego a varios kilómetros. La honda expansiva, pese a lejana, aún tuvo la suficiente fuerza como para golpear la autopista y conseguirque los coches salieran literalmente volando. Los tanques debido a su diseño y peso apenas notaron la sacudida, en el camión de Al la fuerza del impacto se equiparó al peso que transportaba, dejando al enorme trailer en un precario equilibrio sobre sus ruedas izquierdas.
Y en esta posición el camión atravesó por el centro de ambos tanques. Los del tanque derecho se qeudaron sin habla al ver tan cerca los bajos el pesado camión y sus ruedas derechas apuntando al cielo. Los del otro tanque vieron clamamente a Al conducir y gritaron:
Una Blondi!!!

A ella aún le temblaban las manos mientras observaba la colosal seta de fuego que empezaba a desaparecer.

Eso no ha sido la gasolinera.

viernes, 11 de diciembre de 2009

CAPÍTULO 3

AL Y LOS IDIOTAS.
Al y los dos idiotas observaban en total silencio a través de los huecos del mobiliario. Intentaban comprender que cojones estaban haciendo aquellas rubias. A Alicia al principio le había parecido una fiesta de "paisano" organizada por Play Boy, pues todas eran rubísimas y esculturales por lo único que solo podía distinguir a unas de otras era por sus atuendos. Casi todas vestían con ropas de hombres que les venían anchas de algunos sitios y pequeñas de otros, algunas otras vestían como mujeres, unas menos de azafatas e incluso de piloto y por último algunas iban casi desnudas.

Pero eso no era lo extraño, lo realmente raro es que cuando las rubias ya casi habían llegado a su posición, sin parar de reir estúpidamente, de la entrada del local habían escuchado un gritito y una risilla más histérica y tonta aún que la del propio grupo.
La última en entrar -que vestía solo unos gallumbros grises y unas horrorosas pantuflas- se había quedado justo debajo de la puerta automática y esta al cerrarse, chocaba contra sus dos tetas con un sonoro ¡puf!, momento en que todas las rubias -que le habían hecho una especie de coro alrededor para verla mejor- reían casi hipando. Cuando las puertas mecánicas se abrían todas quedaban en silencio, casi aguantando la respiración, con sus diminutas mentes intentando adivinar si aquel prodigio, aquel milagro volvería a repetirse. Parecía que el que ha hubiera sucedido unas doscientas veces no llegaba a sentar precedente en sus cerebros, de manera que cada vez que las puertas automáticas hacian sandwich de tetas todas reían como histéricas.
Silencio,¡puf!,risas histéricas.
Silencio,¡puf!,risas histéricas.
Eso habían sido las tres últimas horas de Al y los dos idiotas.

Mientras habían intentado buscar el water que se enontraba en alguna parte a sus espaldas, sumido en la oscuridad, sin encontrarlo. Al final habían decidido salir en silencio de la barricada tras el siguiente ¡puf! e internarse tras la barra.

Así lo hicieron, se internaron gateando tras la barra. Al iba primera, los otros dos detrás peleándose por ir tras ella para poder ver su culo en primer plano. Ella hizo una parada en la caja y hurgó bajo la misma hasta encontrar una caja de cartuchos para Cazamamuts.
El viejo mecánico llego tras Al y la imitó, como si la realidad fuera a generar otra escopeta y otra caja de cartuchos solo para él. Lo que encontró fué una extraña seta de plástico que pulsó por si acaso.

La alarma empezó a sonar, el suministro eléctrico desapareció y con él los pocos puntos de luz que iluminaban el local, como los leds de la televisión, de la rádio y de todas las máquinas eléctricas. La puerta automática se detuvo en el instante mismo que había hecho ¡puf! dejándo atrapada a la rubia de los gallumbos grises y a las otras rúbias sin diversión.
Esta vez no hubo risas y cuando el alumbrado de emergéncia se encendió sobre las cabezas de Al y los dos idiotas, señalándolos con su haz luminoso, veinticinco melenas rubias se giraron en esa dirección y medio centenar de ojos azules cayeron sobre ellos. El mostrador tras de sí, pese a estar roto parcialmente, les reflejaba delatándolos.

Alicia había intentando ayudar a los dos idiotas, pese a que estos habían intentado matarla, pero ahora si quería vivir había llegado el momento de soltar lastre.

Mientras las rubias saltaban por encima de la barra para caer sobre ellos -salvo algunas de las rubias que se habían puesto a bailar entre ellas encima de la barra- Al había sacado su mechero y había lanzado este sobre la barra, que al momento se convirtió en una enorme flameado de madera y rubias.
Al saltó sobre la barra atravesando el fuego que se prendió en su ropa, rodó por el suelo para apagarlo y chocó contra la mesa de billar.
Ouch!
Saltó la barricada maldiciendo entre dientes, con dos cartuchos sobresaliendo de su boca, como dos horribles y deformados dientes vampíricos. Repuso el cartucho usado mientras levantaba la cabeza.
Lo que vió no le gustó, tenía ya a todas aquellas guarras delante de la barricada.

Juorid Jutas dijo Al antes de disparar a Cazamamuts y desintegrar media barricada, lanzar por el aire la mesa de billar y bañar con pólvora, astillas y sangre a más de la mitad de aquellas zorras. Toda la primera línea de aquel ejército de rúbias se había convertido en puré rojo salpicado por todo el bar. De ellas solo quedaban los pies.

El brutal retroceso del arma la había estampado contra la pared, donde la culata de la escopeta se había incrustado en algo y no podía moverla. Sin poder apuntar con ella solo pudo esperar a que las maltrechas supervivientes se acercaran a ella.
Así lo hizo, temblando de miedo y aguantando la respiración esperó a tener delante de ella a aquel montón de fúrcias y entonces usó el segundo disparo.
Las cabezas de las rubias salieron volando como tapones de botellas de champán tras descorcharlos, los miembros, entrañas y pechos cercenados salieron volando dispersándose por todo el bar quedándose colgados del techo y las paredes.

Al se despertó en el suelo de una habitación blanca, intentó hacer memoria, la habitación tenía bidé, meaderos. Se frotó la cabeza, mientras observaba la puerta de madera abierta, en la misma había atravesada una escopeta como si de una lanza se tratara. Parecía que esta vez el retroceso había sido mucho mayor. Se miró la mano con la que se había frotado la cabeza, en ella había sangre. Intentó levantarse pero no pudo. Su cuerpo no le respondía. Desde su posición en el suelo, entre dos meaderos, observó como una rúbia entraba por la puerta riendo.

De ella solo se podía distinguir unas enormes gafas de pasta que se le resbalaban por la cara ya que su cuerpo era una crepitante antorcha de fuego.

Jierda dijo escupiendo el cartucho.

jueves, 10 de diciembre de 2009

CAPÍTULO 2.

BAR DE CARRETERA.
Aquel pequeño bar gasolinera de las afueras era un lugar tranquilo, o al menos lo fue hasta aquel día.

Las puertas automáticas se abrieron con un ruido a aire presurizado mientras aquella figura se internaba en el oscuro bar. AL ponía en su camiseta roja a cuadros negros, era difícil de leer pues dichas letras estaban bordadas sobre los orondos y saltarines pechos del visitante. El pelo enredado y grasiento, sobresaliendo de manera desigual de debajo de una gorra de los Rockets. Los pantalones le apretaban las nalgas del culo dibujando una "Y" en el encuentro de las mismas que la destartalada camisa -en algunos tramos puesta por debajo del pantalón, en otros por fuera- mostraba y ocultaba con total impunidad. Desde un bolsillo de los mismos colgaba un llavero con forma de sirena desnuda. Tanto su ropa, como sus altas botas de vaquero, como su rostro y sus brazos estaban sucios y grasientos.

Era rubia y tenía ojos azules.

Se quedó de pié, en la entrada de aquel bar solo iluminado por la luz que se colaba por la puerta situada a la espalda de la curvilínea a la vez que atlética silueta. La puerta se cerraba tras ella y se volvía a abrir al detectarla, una y otra vez. Donde debían haber mesas y sillas solo se veía el parqué de madera con charcos de bebida resecos, la barra estaba desatendida.

La mujer se internó dubitativa, como si su cerebro no comprendiese la situación. Quizá era porque realmente no la entendía.

Se internó en la oscuridad pero esta se desvaneció a intervalos, mostrando que en el fondo del bar se habían amontonado todas las sillas y mesas tras las cuales se habían atrincherado los habituales del bar que parecían apuntarle. Cuando el suelo bajo sus piés y la puerta metálica tras de sí empezaron a volar en pedazos asoció las armas, las luces esporádicas que iluminaban el bar y los agujeros que se creaban bajos sus pies. Le estaban disparando.

Saltó tras la barra con una agilidad felina y allí se hizo un ovillo mientras todas las bebidas del mostrador y el propio mostrador caían sobre ellas empapándola de vidrios rotos y de cientos de alcoholes diferentes.

Desde detrás de la barricada se levantó un viejo vestido de mecánico, era casi calvo, con más entradas que un partido de beisbol y con menos dientes que un bebe de teta. Era feo de cojones.
Maldita rubia tetuda, no vamos a dejar que nos violes.
Al lado de este se levantó un tipo bajito y barrigudo, llevaba unas gafas de pasta enormes, apenas tenía pelo pero se había hecho una coleta con el pelo de la nuca. Vestía también con camisa a cuadros y tejanos, sin duda era camionero. Si el viejo era difícil de ver, el careto de este era todo una orgía de fealdad.
¡¡Nunca dejaremos que refriegues tus inmensos pechos en nuestra cara y nos hagas guarradas!!

Ese fue el momento en que a Alicia se le hincharon unas pelotas que ni tenía ni nunca había tenido, su mano casi por instinto se metió debajo del mostrador donde sabía que el amo del bar guardaba su escopeta de cazar mamuts, tal y como él mismo la llamaba.

El primer disparo evaporó una mesa de ocho comensales, levantó siete tablas del suelo e hizo tambalearse todo el bar. También lanzó a Al hacia atrás enviándola a la otra parte de la barra.

Ahora además de follarnos quiere matarnos le dijo el viejo mecánico al camionero totalmente sorprendido.
Su maldad no tiene fin, dictaminó este mientras le temblaba el revólver en la mano.

Desde el final de la barra, casi en la otra parte del bar y no demasiado lejos de la puerta.
Pero seréis mamones. Vosotros sois los que queréis matarme a mí. Varios disparos impactaron en la barra recalcando estas palabras.

No intentes hacernos dudar, GRITÓ el mecánico con un deje de duda en la voz. Eres rubia, como las que llegaron esta mañana y se llevaron a unos cuantos, que a la vez se volvieron rubias y macizas. Y que volvieron y se llevaron a otros que ahora seguramente también serán rubias, tontas y a saber que más. Nadie nos creyó porque solo nosotros estábamos desde la mañana. Todos... er todas, se fueron.

Al se levantó furibunda, saltó encima de la barra y con su mirada paralizó a ambos hombres que no pudieron ni disparar, como si los hubiera convertido en estatuas de sal. Saltó por encima de la barricada y los infló a hostias hasta que los anillos se le cayeron de los dedos hechos polvo.

George, Lucke, pe-da-zo de tro-zos de mieeer-da no sé qué coño habéis fumado, pero incluso si toda esa mierda fuera verdad...Soy tan rubia como las últimas mil veces que habeis visto ¡¡ME CONOCEIS DESDE HACE CINCO AÑOS!! Y manda huevos que me llameis tonta, sabeis demasiado bien que en mi cabina tengo colgada mi Licenciatura de Física Cuántica, asi queun coro de risas estúpidas se internó en el bar y hizo que Al se callara y se girara lentamente.
En los aterrados ojos de los dos idiotas se reflejaba una legión de rubias despampanates internándose en aquel demacrado bar.

jueves, 3 de diciembre de 2009

CAPÍTULO 1.

RÚBIAS.
Hugo se rascaba la entrepierna con fruición mientras se comía con la otra un mohoso sandwich. Eruptó y un trozo de chorizo calló en el televisor, donde se pegó y luego fue deslizándose hacia abajo dejando una perfecta línea de grasa en la pantalla del mismo.
Volvió a eruptar mostrando su desacuerdo ante aquella línea de suciedad. Vivía enterrado en kilos y kilos de mierda acumulada desde hacía decadas pero no aguantaba que aquel medio metro cuadrado que ocupaba su televisor fuera mancillado por nada.

Intentó levantarse pero tenía tan encajado el culo en el sillón que este se levantó junto a él, como si fuera la cabeza de un extraño animal que quisera tragárselo. El inesperado peso fué más de lo que Hugo podía sostener (que era básicamente una cerveza en cada mano) y cayó hacia atrás, el golpe de las patas de madera contra el suelo de la carabana fué amortiguado por una ventosidad que hizo temblar el vehículo.

Aquello era demasiado. Con un grito atenuado por el trozo de salami que intentaba colarse por su garganta llamó a su esposa. Como no aparecía por ninguna parte volvió a gritar mientras tosía y escupía el trozo de salami.
Volvió a llamarla otra vez. Nada.

Joder Becky si me levanto te vay a zurrar a...
La frase murió en su boca.
Su mujer se había encerrado hacia unas horas para hacerse una de aquellas mascarillas horribles en la cara y eso esperaba encontrar. A su huesuda mujer de nariz aguileña y una enorme berruga en la barbilla, con su albornoz rosa roido por las polillas.
Y sí, del baño salió aquel viejo albornoz rosa, aunque lejos de flotar en el aire estaba relleno de unas suntuosas caderas y unos vigorosos pechos que parecía que iban a salirsele en cualquier momento. Las piernas de Becky se habían duplicado en longitud y en ellas no se marcaba ni uno de las centenares de venas verdes que debían de poblarlas. Sus brazos eran jovenes y atléticos y su rostro, bueno. No era su rostro.
Aún quedaban restos verdes de la mascarilla facial que se había untado. Pero los redondeados pómulos que se escondían debajo, la rariz respingona que se perfilaba en verde, los carnosos lábios relucientes de rojo. Y sobretodo, aquellos resplandecientes ojos azules y aquella melena rubia que habían reemplazado unos ojos negros llenos de cataratas y una triste mata de pleno negro canoso.
Su mujer se había convertido en algo parecido a la pornostar definitiva.

-¿Becky?? le preguntó Hugo mucho más asustado que excitado.

Jijijiji respondió ella antes de avalanzarse sobre él.

Al cabo de unos minutos dos rúbias se alejaban de la caravana. Una de ellas vestía un albornoz raido y la otra iba completamente desnuda salvo unas chancletas y unos gallumbos grises con manchas de meados. Las dos reían como hienas colocadas a pesar de que ambas llevaban el cuerpo erizado de pequeños cristales, habían salido del vehículo atravesando la ventana.

Ninguna de las dos había podido entender el funcionamiento del pomo de la puerta.