jueves, 15 de diciembre de 2011

CAPÍTULO 29.

EL PUENTE.
León conducía sin quitar ojo de la carretera y del GPS que Al había programado. Necesitaba aquello. Conducir, echar millas. Porque o dejaba de pensar en Li o se volvería loco.
León nunca se había sentido completo en nada. Era hispano y apellidándose García jamás sería visto como un americano. Había llegado a policía gracias a las influencias de su tío –el juez- por lo que ni él mismo se veía como tal, como si no se hubiera dejado la pistola y la radio en el camión al ir a aquella gasolinera. Solo con Li había sentido que podía encajar en algún lugar, ella incluso le había dado sentido a aquel fin del mundo de tercera que mermaba a la humanidad con absurda y despiadada eficiencia, porque le había permitido conocerla.
El viento siseaba entre el mural de cristales que Loco Jack estaba soldando y pegando para reparar el parabrisas. Su peluca afro y su falso bigote se ondeaban por la corriente del exterior, al igual que los rollos de papel que llevaba enrollados a lo largo de su cuerpo a forma de precaria vestimenta.
Por el retrovisor observó la estancia que se encontraba a su espalda. Allí estaba atada aquella blondi que debía haber contagiado a Li, robándole además -de alguna manera- sus facciones.
Estaba atada y vigilada por el Presidente que roncaba de manera sonora. Había hecho bien de dejar la cortina abierta para vigilarla él mismo, aunque aquella blondi tenía una mirada que le inquietaba por lo que intentaba evitarla a toda costa. Para nada era la mirada carente de inteligencia y llena de ansiosa y destructiva necesidad de sexo de aquellas zorras ninfoaniquiladoras. Aele les había dicho que pensaba estudiarla más adelante, significara lo que significara eso.
La carretera discurría entre eternos bosques de altos y viejos árboles que les saludaban al pasar moviendo sus ramas. Cada equis tiempo le tocaba cambiar la ruta si la carretera que transitaba se llenaba de vehículos abandonados, el GPS recalculaba la línea a seguir y se la indicaba. León deseaba que todo fuese así de sencillo, que tras perder a alguien simplemente tu corazón recalculara tu destino, como una radio que automáticamente busca una cadena tras desintonizarse.
-Era bonita- Dijo una voz y León se asustó al desensimismarse de sus propios pensamientos.
-Tu chica verde- siguió Loco Jack –Era bonita, y valiente-
-Gracias…- acertó a contestar León, sin demasiadas ganas de hablar de aquello con aquel loco.
-Mi querida Afrodita también murió. La sacrificaron como ofrenda a un ser abismal de infinitos tentáculos.-
-Lo siento- dijo de corazón León, sin entender una palabra pero comprendiendo el significado real de aquel desvarío.-¿Sucedió hace mucho?-
Loco Jack lo miró a través de aquellas enormes gafas de sol. –Hace demasiado lejos,a años luz, pero te aseguro que volveré a la tierra algún día. Y ese día será el último que vean los ojos de su asesino.-
Unos sonoros lloros inundaron la cabina. El presidente lloraba a moco tendido, sonándose los mocos en la corbata –A mi mujer se la trago una ventanilla- respiró aire, o mocos, o algo –era sonyer pero yo…la quería- dijo hipeando.
Como si fuera el efecto dominó de un parvulario los tres empezaron a llorar pensando en las mujeres que habían perdido.
-Lo si..ento-
Dijo la Blondi mirando fijamente a los ojos a León a través del retrovisor y el camión de Al a punto estuvo de salirse de la carretera.

El Juez, su grupo y los tres caídos del cielo se habían internado en el bosque y corrían sin descanso, esquivando árboles, saltando raíces. Tras ellos, tropezando con todas las raíces, chocando con todos los árboles, cientos de blondis. El suelo tenía un marcado desnivel de manera que unas se arrollaban a otras en su caída. Todo era fiesta.
Si la tierra ha visto persecución más patética que esta, se levante y lo diga. Unos –por cansados-y otras –por lerdas- no debían de ir a más velocidad que con la que una rana cruzaría un charco.
El par de mulatas ayudaban como podían a su King que por su opulencia no podía con su alma, Sanne apenas podía respirar pues no estaba acostumbrada al deporte. El mejor adiestrado era el soldado, pero este andaba perdido, sin rumbo, con su mente pensando en aquel que acababa de perder. Solo el juez –que daba gracias a sus largas marchas matutinas- guardaba la compostura y las fuerzas, guiando a los demás en tan desesperada y extremadamente lenta fuga.
Tras de sí escuchaban el reir y los batacazos de aquellas hienas, ilusionadas con aquella excursión por el campo cuyo premio era frotarse y follarse con aquellas sus víctimas que tan cerca les iban.
Algo pasó muy cerca de los arboles, levantando viento sobre la comisión de perseguidos y persiguientes y una fuerte luz les iluminó durante unos segundos antes de desaparecer junto al fuerte ruido de rotores y hélices que les permitió escuchar otro más peligroso. Más risas desde delante.
-Mierda- exclamó el juez al ver otra legión de furzias vestidas con todo tipo de ropas y tallas que a poco más de diez metros les venía a cortar el paso.
-Boooooooooombaaaaa!!!- cantó gritando King Sudáfrica que se lanzo haciéndose un ovillo hacia delante como si quisiese lanzarse a una piscina. De esta manera, el que bien podría haber sido el doble de la piedra que casi aplastó a Indiana Jones rodó colina abajo aplastando blondis y creando un camino entre la turba rubia. Todos tuvieron que apretar el paso para no quedarse rezagados y cruzar entre el mar de blondis antes de que se cerrara.
No menos de cien blondis, treinta arboles y cinco ardillas murieron aplastados en tan grotesca y desesperada acción tras la cual el grupo del juez atravesó el de blondis. Más las supervivientes que les venían a encontrar se unieron a las que ya los buscaban, prosiguiendo la persecución a la velocidad original pero con más blondis persiguiéndolos.
Ahora las mulatas llevaban rodando a King Sudáfrica, pues había detenido su valiente descenso chocando su cara contra una verja metálica. Era esta bajita pero no podían saltarla, porque llevaba a un rio de caudalosas aguas que a la vez, hacía de separación entre el bosque y una oscura urbanización que tenían delante de los mismos ojos. El ancho de aquel río no debía llegar a los dos metros, aunque parecía hondo y su agua de rápida y fiera. Si no fuera por las vallas metálicas podrían cruzar saltando, pero estas les impedían tomar impulso. Las risas que tan claramente escuchaban a sus espaldas les presagiaban su final sino encontraban una salida.
Aquellas zorras empezaron a surgir entre los árboles, con su frenética risa y sus enormes pechos saltando al compás de sus dorados cabellos.
-Jijijiii !!!- exclamaron ellas antes de lanzarse sobre el grupo y chocarse con una barrera de machetes y un palo de golf. Sanne y las dos gemelas se enzarzaron en brutal pelea contra aquella oleada, mientras el soldado pese a despierto parecía ido y King Sudáfrica dormía un placentero sueño. El juez intentó calmarse pese a todo aquello, debía de pensar o morirían todos.
El palo de golf de Sanne dibujaba brillantes arcos en cada uno de sus movimientos mientras que los machetes de las gemelas eran destellos cercenantes. Las tres se habían puesto en una formación en triángulo en la que peleaban desesperadamente para no ser rodeadas. A su espalda los tres hombres, solo uno de ellos consiente. El juez, cogió al soldado y empezó a abofetearlo primero, a darle puñetazos después -¡Despierta de una puta vez!!- le gritaba, hasta que lo cogió y lo arrastró hacia el rio, colocándolo medio por fuera de la valla. –O vuelves en ti o te juro que te lanzo allí abajo- dijo el juez mientras inclinaba al soldado hacia la oscuridad de aquel río, y al momento lo soltó.
El soldado llegó a flotar ingrávido apenas lo que sobra de restarle a un minuto sesenta segundos, ese fue el tiempo que tardó en reaccionar y cogerse al juez. Este lo miró con ojos severos que no acompañaron a sus palabras -Siento tu pérdida, pero o me ayudas en esto o caeremos todos-. Tras eso el juez señaló a King Sudáfrica y le hizo la señal de lanzarlo. Ambos se pusieron en marcha mientras escuchaban a las chicas gritar a cada golpe, como si aquello fuera un partido de tenis en el que llevaran jugando ocho horas y cada golpe requiriese un esfuerzo titánico. Entre el juez y el soldado pasaron a duras penas por encima de la verja a King y lo lanzaron al río, donde se quedó encallado como si fuera Papa Noel colándose por una chimenea demasiado pequeña.
-¡¡Tenemos un puente!!- gritó el Juez, que hizo cruzar al soldado el primero mientras arrancaba una gorda rama de un árbol con la que se unió a pelear con las chicas a base de garrotazo limpio. –Venga cruzad ¡¡yo os daré tiempo!!- Los cuatro fueron retrocediendo hacia donde estaba el puente Sudáfrica, pero eran demasiadas de aquellas blondis. Las mulatas cruzaron en orden de diestra y zurda, quedando así solo el juez y Sanne, ambos con sus espaldas pegadas contra la valla. Uno debía cubrir al otro en su retirada o morirían los dos, el juez lo sabía y no pensaba cargar con la muerte de aquella chica –de aquella mujer- sobre su conciencia, así que se lanzó contra aquella jauría de lobas para darle tiempo a Sanne.
Pero algo tiró de su cartuchera lanzándolo hacia detrás mientras que una melena rojiza y un perfume que nunca olvidaría pasaban ante sus ojos. La inercia del tirón lo lanzó por encima de la valla cayendo sobre su improvisado puente. Se levantó desesperadamente para ver como aquella muchedumbre de putas sedientas de sexo engullía a Sanne. El juez saltó por encima de la valla gritando, con sus pocos músculos tensados deformando sus tatuajes, sus garrotazos arrancaban cabezas y sus patadas atravesaban cuerpos. –¡Hijas de Puta devolvédmela!!- gritaba escupiendo espumarajos mientras se abría camino entre aquellas zorras. La turba de blondis empezó a cerrarse alrededor del Juez y en ese momento todo fue oscuridad para él.

jueves, 8 de diciembre de 2011

CAPÍTULO 28.

SIN PARAR.
Tras escuchar una explosión el Juez, su secretaria y los dos soldados salieron del camión para ver que ocurría. Apenas les dio tiempo a cerrar las puertas traseras antes de que estas se les lanzasen encima a una velocidad endiablada. Los soldados haciendo gala de unos reflejos y entrenamiento encomiables se lanzaron al suelo con un sincronismo perfecto, el juez a su vez se lanzó al suelo llevándose consigo a Sanne, su secretaria. Los cuatro vieron pasar los bajos del camión demasiado cerca, mención especial de la Betty Boop peliroja vestida como Leia que tuvo que aplastarse con las manos las tetas por miedo a que los ejes del camión se las llevaran consigo. Al segundo el camión había desaparecido diendo paso a una honda de fuego que –otra vez- les volvió a pasar por encima, quemando solo las vendas de las manos de Sanne.
Y así, quedaron en el suelo acostados dos soldados con sus uniformes a lo SWAT cogiditos de la mano, mientras el juez vestido aún solo con taparrabos y una pistolera sobaquera echaba mano a su Luger y Sanne con su biquini metálico movía las manos frenéticamente para apagar su pequeño incendio doméstico.
Todos ellos con la boca desencajada miraban el cielo; varios aviones desguazados y rebozados con fuego les caían encima junto con toda su carga prendida de un fuego que iluminaba a cientos de blondis que reían desquiciadas mirando como el suelo se acercaba hacia ellas. Los soldados se pusieron de pié de un ágil salto mientras que el juez y Sanne se levantaron apoyados el uno en el otro, los cuatro empezaron a correr mientras caían wáteres, maletas, trozos de avión y cajas fuertes.
Las cosas caían a su alrededor haciendo retumbar la autopista a base de brutales impactos, una descomunal ala con un enorme 86 pintado cayó delante de ellos lanzándolos de espaldas. Su carrera había terminado pues el enorme escombro ocupaba todos los carriles de autopista. Intentaron cambiar el rumbo pero un piano –marca Acme- cayó sobre uno de los soldados aplastándolo como un mosquito. Los otros quedaron en shock, rociados de tripas y sangre de su excompañero al mismo tiempo que una lluvia de blondis caía a su alrededor. Bastantes de ellas se estampaban como sellos en el asfalto de la carretera, otras caían atadas a sus asientos quedando libres cuando estos se hacían añicos por el golpe.
De esta forma, en apenas unos segundos quedaron rodeados por cientos de blondis que se acercaban a ellos cojeando y otro tanto de estas arrastrándose hacia ellos desde el suelo, minando con su presencia cualquier salida.

Al corrió la cortina de detrás los asientos y ella junto a León se internaron en el pequeño cuartito donde esta descansaba por las noches. En aquella pequeña estancia Li había estado cuidando al bebe y era lo último que habían sabido de ella antes de que apareciese blondificada, antes de perderla. Cuando la luz de las estrellas invadió el pequeño habitáculo vieron que la cama estaba vacía, en ella solo reposaba la bellísima espada de Li. Al la cogió, la sostuvo en sus manos observando sus pequeños dibujos, las filigranas de su empuñadura, la tela que la enrollaba. Era una buena espada, tal como había sido su dueña. Con pesar por el recuerdo de lo ocurrido se la entregó a León y este se colgó la funda a la espalda mientras la espada relucía con la luz de las estrellas en su mano.
-Esta es mía- le dijo apuntando con el afilada arma a la oscuridad que se cernía bajo la cama. Al asintió, cogió la litera y de un golpe seco la levantó. Allí abajo, medio escondida por la oscuridad y por las sábanas, había una clara figura femenina de la que asomaba una cabellera rúbia. León apartó las mantas y bajó la espada de un estocazo rápido, que se frenó justo en el tabique de la nariz, entre ojo y ojo. A pesar de la mala iluminación no había posibilidad de error, el rostro iluminado por el reflejo de la espada era el de Li. A pesar de que el color de su piel fuera el de Leroy, de que sus ojos fueran azules y su pelo del color del trigo, no había duda posible. León aparto la espada y cayó sobre su propio trasero, creyendo seguramente que se estaba volviendo loco, pero Al veía lo mismo. De hecho tiró de la manta y fue descubriendo aquel cuerpo que conservaba las medidas atléticas y armoniosas de la joven y no las rotundas y casi desproporcionadas curvas de las blondis.
-¿Qué…es esto?- Preguntó Al mientras apuntaba a aquel engendro con cazamamuts.

El helicóptero de doble hélice cruzaba la noche iluminando con sus focos el bosque que estaba sobrevolando.-Coronel, todavía nos siguen- Observó uno de los soldados que controlaba las enormes luces con las que barrían el terreno bajo ellos. Allí, entre los árboles, decenas de esas zorras corrían tras el helicóptero. Podían oir las risas que siempre las precedían, no eran lo suficiente inteligentes como para saber que las delataban y tampoco eran lo suficiente inteligentes como para rendirse en ninguna ocasión, bajo ningún concepto, y eso las hacía sumamente peligrosas.
El Coronel observó su carga. La carga… era difícil llamar así a los quince niños que le devolvieron la mirada. Sus edades oscilaban entre los diez y trece años y sabían lo que sucedía. Lo sabían en todos los sentidos y a todos los efectos. No por nada sus coeficientes intelectuales rozaban la escandalosa cifra de doscientos, duplicando la media del ser humano. Esos niños lo sabían porque científicos adultos, pero menos inteligentes que ellos, habían hecho sus cálculos. Cuando una persona normal se convertía en una de esas putas, se volvía rubia, de ojos azules y estúpida. Perdía prácticamente toda su inteligencia guiándose solo por el instinto. Pero ¿Qué sucedería si la persona blondificada era un puto genio como Voltaire o Isaac Newton?. Pues que por drástica que fuera la reducción de inteligencia, seguirían siendo inteligentes.
Al Coronel se le erizó la piel solo de pensar en aquella posibilidad, aquellas hijas de puta ya eran lo suficientemente duras como para tener más ventajas; soportaban ser acribilladas, atropelladas y cortadas a trozos así que solo les faltaba que supieran devolverles los disparos o que de alguna manera sus hermanas listas las coordinaran.
Los quince niños lo miraron, habían hecho cuentas. Los kilómetros recorridos, los dos infructuosos intentos de repostar, la distancia a la que estaban de cualquier ciudad. No iban a llegar y sabían que la orden del Coronel era que no debían caer en manos de esas zorras bajo ningún concepto.
El Coronel besó la cruz que colgaba de su cuello y le pidió fuerzas a Dios, aunque sabía que precisamente él sería el último en dárselas para hacer lo que tenía que hacer.

La Luger del Juez era la única arma de fuego que llevaban consigo mientras la amenaza rubia se cernía sobre ellos, pues se habían dejado todo el equipo –ordenadores incluidos- en la “salita” del camión. El soldado se sacó un cuchillo de filo negro del tobillo, seguramente de fibra de carbono mientras Sanne cogía del suelo un palo de golf metálico salido de alguna de las maletas. Los tres se pusieron en guardia, aquellas zorras se lo iban a tener que currar si querían acabar con ellos.
Empezaron a sonar los disparos, el sonido seco del palo de golf machacando cabezas y el silbido del cuchillo del soldado cortando miembros. Pero nada acababa con ellas y caían a sus pies sumándose a las demás rubias víricas que se arrastraban, en apenas unos minutos las balas se acabaron por lo que empezó la cuenta atrás en la que serían superados.
Algo sonó en el aire, como dos “clicks”, y en un momento una lluvia de balas empezó a azotar a aquellas zorras ninfómanas. Miraron hacia el cielo para ver como descendían dos mujeres que parecían sujetarse de un enorme balón de playa hinchado. Apenas se veían en la oscuridad pues eran mulatas y solo las iluminaba el destello de sus propios disparos. Cada una de ellas disparaba con la mano libre con la que no se cogía a aquel enorme balón-globo, así pues una de ellas era diestra y la otra zurda. El balón giraba sobre si mismo mientras descendía así que las ráfagas dibujaban círculos de sangre en el suelo, cada vez más pequeños a la vez que iban bajando; era toda una tarea de limpieza.
La nueva ayuda dio esperanzas y fuerzas a nuestros tres protagonistas, que empezaron a defenderse con todo lo que tenían, codazos, rodillazos, dedazos en los ojos; cualquier cosa valía en aquellos momentos desesperados.
La inesperada ayuda ya estaba más cerca de tierra, donde vieron que aquello no era ninguna enorme pelota de playa. Parecía una descomunal toga hinchada por el viento que hacía de paracaídas, mientras que aquello a lo que se sujetaban las mulatas eran dos pequeños piececitos.
-¿Es un globo?- Dijo el soldado -¿Será un zepellin?- Preguntó la secretaria -No, ¡¡Es King Sudáfrica!!!- afirmó el Juez en el mismo momento que este tomaba tierra, con sus enormes gafas oscuras y su batamanta que tenía dibujado un mapamundi casi a tamaño real en el que áfrica le caía sobre el pecho.
¡MaaaaaaaaaaaaTaaaaaaaaaaaaaaaaaarrrrrrrr!!!!- gritó King Sudáfrica mientras sus dos gogos –con enormes y naranjas pelos afro y vestidas con tops y pantalones cortos- guardaban sus Akas a la espalda y empezaban a pelear a machetazo limpio al son que cantaba su jefe –Mata-mata-mata sin parrrraaaaaaaaaaarrr…de mataaaarrrr-. La pelea se convirtió en un caos y luego en algo peor, los miembros de las blondis volaban cercenados mientras los tres recién llegados correteaban danzando y bailando entre las blondis –sin mataaaaarrrr…de parrrraaaar..mata-mata-mata…- Y así, de esta guisa, los seis se abrieron paso hasta salir de la maldita autopista y internarse en la oscuridad.

domingo, 4 de diciembre de 2011

CAPÍTULO 27.

COMO TORTUGAS EN LA PECERA.

Los más pequeños y letales trozos de asteroide golpearon como metralla el casco de la nave abriendo una fuga de aire en la misma. Los enormes y negramente negros músculos de Black Jackson se tersaron para ponerse en marcha mientras su mente –la del mejor detective que la tierra hubiera conocido- evaluaban la situación. Su preciosa capitana, ajustada en su traje intergaláctico peleaba con los mandos de la nave para que esta no perdiera el control, mientras que el presidente del Senado intentaba ordrozar el hexígnotio a través del vradinador drerivérico portátil que llevaba en las manos. Black Jackson sintió que lo había subestimado, había creído que era otro político blancucho más pero su ayuda en aquellos vitales momentos estaba siendo clave para mantener la estabilidad de la nave.
El caos fue total cuando la escotilla tras de sí se abrió y entró en la sala de mandos la chica de piel relucientemente verdosa, que se lanzó en plancha contra el cadete espacial -que creía su pareja- aunque ambos, al no estar sujetos por ningún cinturón, fueron succionados por el agujero que había abierto la metralla del asteroide.
Durante solo un instante pensó que el asunto entre la chica de la piel relucientemente verdosa y el cadete era algúna pelea de enamorados pero cuando observó que varias tuercas y placas de metal asomaban por su piel supo lo que estaba ocurriendo. Se estaba convirtiendo en una de esas ciborgs y además quería llevarse consigo al espacio infinito a aquel joven tan valiente. Algo que Black Jackson nunca permitiría, así que absorvió todo el aire que su hercúleos pulmones pudieran aguantar y se lanzó a través del agujero tras ellos.

-Así pues, a las 24:00 se hará efectiva la sentencia del juzgado internacional emitida el 29 de agosto de 2006 en que al acusado se le condenó a muerte por los crímenes de terrorismo contra la humanidad-.La pequeña sala –que se reflejaba en el cristal oscuro tras el cual presenciarían la ejecución- se quedó en silencio, los dos guardias que habían preparado y atado al preso en la silla eléctrica le ocultaron el rostro con la bolsa de tela. El color negro de la misma sería lo último que vería antes de ir a una oscuridad mucho mayor.
Ambos guardias asintieron al encargado de dar la corriente y este –un viejecito de mantenimiento- cogió con fuerza la palanca y tiró de ella hacia abajo. Aunque no pudo, estaba demasiado fuerte. Volvió a intentarlo y tampoco lo consiguió. Uno de los guardias, sonrojado como un tomate, acudió en su ayuda. Se arremangó la camisa dejando a la vista sus músculos, tomo aire, apresó con fuerza la palanca y escuchó unas risas.
El guardia y el viejo de mantenimiento se giraron hacia el reo y el guardia que respondió con rapidez –Nosotros no hemos sido jefe-. Los tres se miraron entre ellos a la vez que las risas se multiplicaban y empezaban a fundirse con un segundo ruido, como de golpes.
Todos –incluso el preso enmascarado- giraron la cabeza hacia el indiscutible origen del sonido; la mampara oscura. El guardia que había permanecido junto al preso se adelantó a pasos rápidos hasta un pequeño cuadro de interruptores de la pared donde pulsó uno de ellos.
La luz de la habitación contigua desde la que observaban la sala de la ejecución se encendió mostrando su contenido. Apretujadas contra la mampara -como tortugas en una pecera- debía de haber unas doscientas rúbias, vestían con trajes de presos y de guardia, de periodistas y de mantenimiento, algunas con trajes de abogado y otras prácticamente desnudas, todas con enormes pechos que golpeaban como arietes aquel castigado cristal.
-No os preocupéis no se que ocurre ahí pero la mampara aguantará- Dijo el viejo de mantenimiento segundos antes de que la mampara se separara de la pared por el peso y cayera dentro de la sala estallando por el golpe y cubriendo todo el suelo de trozos de cristal… y blondis. Estas se levantaron con la ropa hecha jiroles a causa de los trozos de vidrio, de manera que los guardias y el viejo tuvieron un shock de realidad, que es lo que sucede cuando estás seguro de estar despierto pero la realidad intenta convencerte de lo contrario. Hacía unos segundos estaban en una ejecución y ahora parecía que estuviesen en una película porno. En una que –algo les decía- no iba a acabar demasiado bien para ellos.
Así fue, como lobas hambrientas de sexo se lanzaron sobre los guardias y el viejo y les arrancaron la ropa antes de lanzarse sobre ellos como una marea de zorras en celo. Como había tantas y salían a tan pocos hubo tirones y desmembramientos, y desmembramientos y tirones. Aunque no sufráis, todas las blondis quedaron saciadas de alguna u otra manera.
Pero ¿que veían sus azules ojos?, había otra víctima orgiástica allí sentada, riendo se acercaron a el y lo rodearon. Cientos de cabelleras rúbias reluciendo como bombillas de neón rodeando una pequeña caperucita negra. Una de las blondis retiró la tela del rostro del preso el cual aún tenía ambos ojos cerrados con fuerza, como si con ello fuera a evitar algo. No somos quienes juzgaremos la eficacia del gesto, aunque habrá que concederle que como mínimo, le había librado de 5000 ricos vóltios.
El preso abrió uno de los ojos y vió a todas aquellas bellezas rúbias y se creyó en el cielo, abrió el otro y observó que a los dos guardias les habían salido tetas y que el viejo de mantenimiento tenía una flamante melena rúbia como bigote.

Las ruedas del camión chirriaron cuando este consiguió ponerse en marcha. Al iba a suspirar pero los acontecimientos no le dejaron. Aquel flacucho envuelto en papel del wáter saltó a la desesperada por el agujero del parabrisas tras León y Li, cogiéndolo a el del cuello de la camisa y aferrándose al camión con lo único que encontró: el volante.
Como todos habréis comprobado infinidad de veces, conducir marcha atrás un tráiler cargado mientras dos aviones -y cientos de rubias semidesnudas- te están cayendo encima no es algo sencillo –aunque con todo, se mejora con la práctica-, pero si a esto le añadimos que tres personas que se están peleando sobre tu capo cuelgan del volante la cosa empeora –si eso puede ser- mucho más.
Un trozo de ala cayó sobre el enorme rotor que intentaba engulliros, haciéndolo explotar, el camión se había puesto en marcha en el momento justo para no ser bañado por el fuego pero aún así notaron el intenso aumento de la temperatura.
Sin duda, aquel era un momento crítico para todos: -Mierda estoy apunto de quedarme sin batería¡Tengo que llegar al punto de guardado!!- Gritó Osama que recibió una patada en toda la cara regalo de Al que empezaba a hartarse de tanta tontería. Al mismo tiempo –pero por diferentes razones- Li recibía otro puntapié –también en el rostro- propiciado por Loco Jack. –Chico defiéndete o nos arrastrará con ella!¡no podremos aguantar la respiración para siempre!- le gritó a León, pero este no podía hacer nada. A pesar de que tuviera el pelo dorado y los pechos le hubiesen aumentado tres tallas aquella seguía siendo Li, la chica de la que se había enamorado. Le era imposible golpearla y a la vez, ¿que sentido tenía todo aquello? Si todos iban a acabar siendo transformado en blondis ¿Quién mejor que ella para que lo transformara?. Así que Leon cerró los ojos y la besó.
O eso creyó el, pues lo que había frente a él era el sobaco de Loco Jack, que haciendo gala de una fuerza inhumana había levantado a ambos dejando a Leon al alcance del Presidente. Este –con el ojo hinchado- le sujetó fuerte, aunque Loco Jack sabía que no tenía suficiente fuerza suficiente para subir al chico y a la ciborg. Así que había que deshacerse Ya de ella.
Un inmenso trozo de fuselaje no los aplastó por la pericia de Aele al volante, pero era imposible que la suerte les durara demasiado y segundos después un enorme trozo de motor cayó justo en el trayecto del camión. Al volvió a esquivarlo, pero el movimiento tan rápido de volante hizo que Loco Jack se soltará del mismo, a la vez que el propio camión, al ir marcha atrás con el tráiler por delante de la cabina hizo un amago de cerrarse en tijera que Al –demostrando su maestría- volvió a evitar.
Pero el movimiento había tenido su coste, Loco Jack, que se había soltado del volante momentos antes, ya no estaba sobre el capó. León lo había visto resbalarse del capó y desaparecer en la oscuridad de la carretera… por intentar ayudarlo.
La primera patada al rostro de Li fue, prácticamente una caricia. No así la segunda, mucho menos la tercera. A cada patada su rábia se acrecentaba, aquella zorra que estaba cogido a el no era Li, ya no. Si se hubiera dado cuenta antes… La blondi –que aún conservaba los rostros asiáticos de Li- intentaba bajarle los pantalones, arrancarle la roba, morderle, besarle. Era como una ninfómana desquiciada en una especie de crisis de ansiedad sexual.
Las patadas no le dolían, no podía quitársela de encima y el Presidente se estaba poniendo blanco así que Al decidió que aquello ya había durado suficiente. Bloqueó el volante con el hierro antirrobo y cogió a León del otro brazo. De un tirón lo aupó dentro de la cabina quedando entonces Li prácticamente dentro, Al –sentada aún- le lanzó una patada a la barbilla que la levanto tres palmos. Lo justo para cortarle el cuello con el cristal restante del parabrisas.
El cuerpo de la Li blondi se deslizó hasta caer por un lateral, mientras que su cabeza cayó dentro de la cabina, en el regazo del joven policía. El presidente lo miró –Ser o no ser, esa es la cuestión- Le dijo, y León se puso a llorar. Al le lanzó una mirada fría a Osama mientras cogía la cabeza cortada y la lanzaba al exterior. Segundos después frenaba el camión, pues ya se creía lo suficientemente lejos del accidente. Al bajó a observar la lluvia de Blondis, metralla y trozos de avión que aún caía en la lejanía.
Se encendió un cigarro y con la luz de este vió una silueta junto a ella, se puso en guardia rápidamente pero se relajó al instante mientras una enorme sonrisa se dibujaba en su rostro.
Allí delante del camión estaba colgando Loco Jack, vivito y coleando, la infinidad de rollos de papel se habían enganchado con los hierros del guardamotor delantero. Al se puso a reir, le recordaba totalmente a uno de esos criminales que spiderman dejaba a la policía pegados con telaraña a alguna pared.
El presidente y León bajaron también, y juntos fueron a ver a los demás para organizar el viaje.

Pero estos no estaban.

Al abrió la puerta trasera para ver que no estaba el Juez, ni su secretaria ni los soldados. -¿Dónde pueden estar?- preguntó León, y la respuesta era evidente. Todos miraron hacia la parte de la autopista que habían dejado atrás. Estaba iluminada por el fuego de los restos del avión. Sabían que no había tiempo para volver atrás y que debían de confiar en que el Juez y su grupo saldrían de aquella. Era la única opción.
-Y Li…-Preguntó otra vez León-¿Cómo?...creo que en la gasolinera no la alcanzaron esas Blondis. ¿Será el bebe?-
Al cogió al chico del hombro y lo oprimió un poco contra ella para darle ánimos por su perdida.
-Eso es algo que vamos a averiguar ahora mismo-.

martes, 29 de noviembre de 2011

CAPITULO 26

LA LLUVIA.
-Estan aporreando la puerta Intercontinental 27- *TskK*-También las tengo aquí, te veo sobrevolándome vuelo 87- *Tss*Tssk*-No podemos dejar que estas putas lleguen vivas Intercontinental 27- *Tssssssssk* -Pues vamos a hacerlas bailar hasta la muerte Vuelo 87-


Al seguía allí, sentada sobre uno de los escombros. Con la culata de Cazamamuts apoyada en el suelo, sirviendo el arma de improvisado bastón sobre el que descargaba su cuerpo, parecía que estuviera haciendo guardia o guardando una hoguera imaginaria, aunque en aquel lugar que antes fuera una gasolinera, nada habia salvo ruinas y nada. Llevaba allí practicamente una hora, lo que reducía su estrecho margen para llegar a su vuelo a solo nueve horas.
Durante ese tiempo Leon había permanecido nadando dentro del enorme motor del camión ya que parecía que sabía bastante de mecánica. mientras Loco Jack permanecía en el techo del remolque con un soldador y con el cuerpo totalmente enrollado en papel del water. Decía que estaba sellando las fugas de oxígeno, por lo visto esos rollos de papel eran una especie de traje de astronauta. Nadie quiso saber más. En el interior del remolque el juez y su secretaria hacían inventario de la carga que transportaba el camión, había muchas cosas que les podían servir, la mayor parte de ellas ilegales por el hecho de no haber sido declaradas en ninguna aduana. Aún así cada caja era una nueva sorpresa, parecía que su rubia benefactora era una contrabandista en toda regla.
Ajenos a todo esto, en la cama de la cabina Li cuidaba del bebe mientras que el Presidente jugaba a su consola portatil sentado en el asiento del copiloto.
Con esa hora había llegado el anochecer, el sol parecía apunto de expirar y el gris parecía haberse adueñado del mundo. Otra hora más y la oscuridad sería completa.
Al, cabizbaja, parecía ausente, como si su mente estuviese a miles de kilometros de allí. Aún así cuando dos punteros rojos se dibujaron sobre su gorra pareció notarlos -como si estos le quemasen- y se levantó rápidamente empuñando su escopeta hacia la creciente oscuridad donde encontro una oscura sombra frente a ella. Solo una.
Porque sobretodo, esa hora había sido el tiempo máximo de margen que los dos soldados se habían permitido darle a aquella desconocida que les había salvado.
-¿Y tu novia?- Preguntó Al sin dejar de apuntar al soldado -a la vez que este le apuntaba a ella- mientras se movia lenta y lateralmente en circulos alrededor de él, buscando con la vista al otro soldado.
-Podemos hacerlo por las buenas, nos das las llaves del camión y desapareces.- Al no dijo nada, pues seguía buscando entre las sombras de los escombros a su segundo enemigo mientras se maldecía por haberse alejado tanto del camión. -No se que te pasa por la cabeza pero nos estás condenando a todos. No nos dejas otra opción así que danos las putas llaves YA.- Al se detuvo sin dejar de apuntarle. -Tengo mi propio plan para que salgamos de esta, pero vamos a tener que trabajar en equipo. También te lo pido por las buenas.- Dijo Al mientras quitaba el seguro a Cazamamuts. El viento sopló frío levantando olas de polvo, apenas visibles en aquella mortecina luz.
Varias gotas de sudor aparecieron de debajo del casco del soldado recorriendo en caida libre el poco tramo de rostro que tenía visible. -Dispara, mátala, diremos que se había convertido en una blondi.- ordenó al otro soldado que pareció dudar, pues se movió intranquilo... y este leve movimiento lo delató.
Al se había ido preparando discretamente mientras hablaban, así que en un momento dió una patada al aire -lanzando polvo y piedras al soldado con el que había estado hablando- y luego aprovechando el impulso de este golpe dio una patada aún más fuerte hacia atrás donde escucho un sonoro“crack”.
En el mismo momento que el primer soldado bajó las manos del movimiento reflejo de protegerse el rostro recibió un poderoso culetazo que se saldó con otro fuerte “crack”; ambos soldados cayeron noqueados al suelo prácticamente al mismo tiempo.
Despertaron con la nariz rota y medio mareados al cabo de unos minutos. Al estaba sentada en su misma piedra, en la misma pose, aunque desde su perspectiva -estando tumbados en el suelo- les parecía una especie de coloso. Cuando consiguieron levantarse observaron el dibujo que había ido realizando Al en el polvo del suelo con la culata. Entre un mar de formulas numéricas había un rio de algoritmos e incluso algo que parecía alguna especie de código.
-Sentaos-, les ordenó Al,-es mi camión, son mis reglas. Espero que esa nariz rota os lo recuerde. Hay demasiado poco tiempo para que recorramos todo el trayecto que comentáis. Así que vamos a duplicar ese tiempo. - Les indicó con Cazamamuts parte del dibujo del suelo-Vamos a hacer dos trayectos pero la mitad de cortos. Uno para conseguir el avión y otro para conseguir un piloto que nos lleve hasta España.- Ambos soldados se miraron entre ellos y luego habló uno de ellos. -No te sigo, ¿que tiempo vamos a ganar entonces? Si son la mitad de cortos pero hacemos dos...- El otro soldado asintió; -Creo que empiezo a entender: Quieres que nos separemos en dos grupos.- Al asintió.

El juez estaba sentado en la pequeña “salita” que habían improvisado en el interior del remolque, aún había mucho espacio ocupado por las enormes y misteriosas cajas que transportaba. La habían creado montando varios muebles que habían encontrado en algunas de las cajas; un sofá y varios sillones amartillados al suelo conformaban la estancia. En el sofá el juez cambiaba a su secretaria las vendas de sus manos con un cuidado casi enfermizo. Solo sus actos demostraban cuanto sentía lo ocurrido en el parking, porque ningún “lo siento” había salido ni saldría jamás de su boca. Su secretaria lo miraba con admiración desmedida, mordiendose los labios con los dientes, quizá por el dolor de sus manos, o quizá por el dolor de sus pensamientos. Sabía que con su diferencia de edad el juez jamás la vería como una mujer, sería como una eterna niña a sus ojos.
-Vaya haciendo manitas eh?-; Ambos se sobresaltaron al escuchar a Al y separaron sus manos como si hubiese saltado una chispa de electricidad de los dedos del uno al otro. Al sonrió para sus adentros y se sentó en el espacio libre que quedaba a la derecha de la parejita, asegurándose que al sentarse ella ambos quedaran aún más apretujados. Los soldados, que habían entrado tan silenciosamente como la misma Al se sentaron en dos sillones que quedaban enfrente del sofá. Ambos sacaron un pequeño portatil de sus mochilas y lo abrieron sobre sus regazos.
Los cinco se pusieron a hablar de rutas y posibles grupos y a copiar o memorizar todo cuanto les decía Al. Fue ella quien tomó la palabra: -Bueno, pues los grupos entonces quedarán de la siguiente manera: Yo, el juez...-varios golpes en el techo del remolque los hicieron sobresaltarse y ponerse en pie en el justo momento que Loco Jack saltaba adentro descolgándose por el hueco de la puerta. -¡¡Hay que ponerse en marcha, dos meteoritos van a chocar sobre nuestras cabezas!!-
Todos volvieron a sentarse fastidiados y a la vez aliviados por la intromisión de aquel demente. Todos salvo Al. Si bien sabía la locura que reinaba en la mente de aquel escuálido ser enrollado en papel de vater, también había aprendido a confiar en su intuición que es la que debía haberlo mantenido con vida durante tanto tiempo.
Loco Jack y Al saltaron del camión cerrando después las puertas traseras y corrieron hacia la parte delantera del camión, donde Leo asomaba de dentro del motor mirando hacia el cielo.

Sobre sus cabezas, dos enormes aviones de pasajeros volaban paralelas, practicamente una encima de otra. Ambas giraban sobre si mismas, batiendo sus alas como enormes aspas de ventiladores. Era dificil adivinar en que pensaban aquellos pilotos, pero solo había una cosa clara: como iba a acabar.
-¡¡TODOS AL CAMIÓN!!- gritó Al mientras arrastraba al Loco Jack con el y lo metía por la puerta del conductor, mientras que Leo subía por la del copiloto.
El sonido de la colisión entre los aviones fué devastados,hizo temblar el cielo y iluminó la noche con fuego. Ambos aviones al chocar se partieron en trozos, que eran como enormes bombas de racimo rellenas de blondis.
-Mierdamierdamierda- gritaba nervioso Leo mientras veía a Al intentar poner en marcha el camión.
-No arranca, mierda se debe haber agotado la batería, no entiendo que ha podido pasar- Dijo Al nerviosa hasta ver que había algo conectado al enchufe eléctrico del mechero. Era un cable. Siguió dicho cable y este le llevó a la consola portatil.-Es que el 3D consume mucho.- Sentenció el presidente mirando a los demás sin entender porque estaban tan estresados. Un enorme rotor cayó delante del camión haciendo temblar el suelo. Al arrancó el puto cable del enchufe y intentó poner el camión en marcha otra vez, esta vez el vehículo le respondió con un sonido lastimero pero sin encenderse.
-Joder -gritó Leo- arranca ya maldito trasto, esto no puede estar pasando, las cosas no nos pueden ir peor- dijo segundos antes de que Li saltara sobre el desde la parte trasera de la cabina y ambos atravesaran el parabrisas cayendo sobre el capó del motor, donde el enorme rotor que seguía girando a enorme velocidad por inercia empezó a absorberlos hacia sí.
Leo no sabía exactamente que pasaba, pero podía escuchar mientras se deslizaba hacia las enormes fauces del rotor, como bajo suyo el motor del camión intentando arrancar sin éxito a la vez que podía ver -cuando el pelo color oro de Li se lo permitía- como doscientas toneladas de metal y cientos de blondis se dirigían hacia ellos desde el cielo.

viernes, 15 de abril de 2011

ALTO AHI!!

Este Libro tiene sentido de lectura oriental. Por lo que el capítulo que hay bajo este es el ÚLTIMO de la primera temporada y no el primero, así que si no quieres AutoSpoilearte mejor vas al primero de todos los posts. Si empiezas por allí y llegas hasta este otra vez ¡¡es que tienes mucho estomago querido lector -o lectora-.
Avisad@s quedais!!

martes, 12 de abril de 2011

EPILOGO DE LA PRIMERA TEMPORADA.

El camión se detuvo en la autopista frente a un edificio demolido. Apenas había coches y a unos kilómetros habían dejado el último control formado por dos tanques abandonados. En la lejanía aún se vislumbraba la silueta de una enorme seta atómica barrida por el viento y recortada por su camión. Dentro del mismo se encontraba una china experta con las espadas, un policía novato, un juez veterano de la segunda guerra mundial, un loco que se creía negro, una holandesa errante, dos soldados gays, un bebe sin nombre y el presidente de los estados unidos. Todos ellos supervivientes del holocausto blondi.

Al saltó el muro de la autopista y se dirigió a las ruinas del edificio, la sirena de una huemante ambulancia aún lanzaba lastimeros aullidos. Ella empezó a buscar entre los despojos, las piedras, la ceniza y los cascotes.
Diez minutos después encontraba lo que buscaba, una enorme escopeta, sucia pero igual de mortal que la última vez que la blandió: La cazamamuts.
Ahora sí que estamos todos suspiró Al. Les quedaba mucho camino por delante.

CAPITULO 25

MASCHINEGEWEHR NO ES NOMBRE DE CERVEZA.
Sanne reprimió un grito de dolor cuando aquel animal la lanzó contra el frío y sucio suelo de aquel cuartucho trastero. Lo que más le dolía, más que la inminente violación de aquel nazi gigantesco, era la traición de su jefe. Ella había sido una trabajadora incansable, leal y eficaz. Más allá incluso del tema laboral lo había considerado casi como un padre, aquel viejo estirado la había sacado del reformatorio y ella le había compensado siendo ejemplar en todos los aspectos de su vida. Había dejado atrás bandas, robos, violencia y familia para dedicarse en cuerpo y alma a trabajar en aquellos juzgados, bajo las ordenes de aquel hombre que defendía la ley y la justicia como si fueran sangre de sus entrañas. Los dos habían tenido un pasado lleno de violencia y Sanne creía que ambos lo habían dejado atrás...pero parecía haberse equivocado con el Juez.

Un puñetazo de aquel béstia la despertó de sus ensoñaciones lanzándola contra el suelo justo al mismo tiempo que afuera en el parking León recibia un navajazo en el costado, al que respondió de un cabezazo que hundió el tabique nasal de aquel nazi. Este cayó seco, muerto, con el cerebro atravesado por el hueso de la nariz, mientras que el joven –que nunca hasta ese momento había matado a nadie- se quitaba el cuchillo de su propio cuerpo. Alrededor de la pelea de Leon se había formado un círculo de nazis ociosos que aguardaban su turno para hacérselo con la holandesa del cuarto trastero.
No pareció importarles que uno de ellos hubiera muerto, la única respuesta fue que otro de ellos salió del grupo con una barra de hierro en la mano y se dirigió al centro, se colocó delante del policía y se puso en posición de batear.

Al menos dejamé que te lo ponga..
. dijo Sanne a aquel grandullón que se había acabado de quedar desnudo ante ella con su cosa apuntando hacia ella.
Está bien. Le gruñó el musculoso nazi para luego empezar a reir, le encantaba que fueran tan sumisas, que se dieran por vencidas ante su poder. Sanne abrió temblando la cajita de condones que el Juez le había dado y lejos de encontrar ninguna gomita lo único que había era hilo de pescar. ¿Pero que...?

La barra de hierro silvó sobre la cabeza de León que se agachó justo a tiempo para esquivarla, desde esa posición dio un potente salto para golpear de lleno la mandibula del nazi con su cabeza. Se escuchó un horrible Clac tras el cual una decena de dientes y una lengua cercenada por los mismos cayeron al suelo mientras el segundo nazi perdía la conciencia. León se cambió inmediatamente de mano la navaja mientras cogía la barra con su diestra. Dos nazis salieron del círculo, uno de ellos con una cadena y otro con una bate de beisbol. El sudor le picaba en los ojos a León, que no tenía ni un solo segundo para secárselo.

El nazi sonrió al sentir las cálidas manos de Sanne en su miembro, aunque pronto notó una sensación como de algo frío sobre él. Cuando bajó la mirada vió como tenía enrollada en su polla una especie de hilo plateado.
Ni siquiera llegó a formarse en su cabeza la pregunta, Sanne abrió los brazos violentamente como si quisiera apretar bien fuerte un nudo. Lo hizo con tanta fuerza que el hilo de pescar le hizo profundos cortes en la mano y cortó en rodanchas de chorizo el pene de aquel maldito desgraciado. Este apenas pudo lanzar un chillidito de rata antes de caer de rodillas sin respiración.
Sanne nisiquiera lo dudó, no pensaba darle ni un solo segundo para recuperarse. Pasó el hilo de pescar alredor del cuello del nazi castrado y empezó a tirar con todas sus fuerzas.

El primer cadenazo golpeó a León justo en las costillas donde tenía la herida de navaja, la cadena se enrolló en su cintura y de un tirón lo lanzaron hacia delante, justo para recibir el golpe de bate en plena cara. Tras el impacto León sintió el salado gusto de la sangre en su garganta y como le flanqueaban las piernas. Cayó de rodillas y recibió otro golpe de bate en el hombro y una patada en el estómago.
Se dobló sobre si mismo por el dolor y eso le permitió ver, entre el hueco de las piernas de aquellos nazis, que una rúbia vestida con un mono naranja y con un disparo en la cabeza, estaba hechada en el suelo morreando a uno de aquellos nazis. Este no podía gritar y movía las manos violentamente.... pero el grupo estaba demasiado ocupado viendo la pelea para hacerle caso.
León rodó por el suelo liberándose de la cadena y esquivando al bate que estalló en astillas al golpear el suelo.
Mientras rodaba se dio cuenta de que más allá de la rubia presidiaria que una vez fuera Leroy, había varias rubias más en el suelo, reincorporándose a las espaldas del grupo. Todas en topless luciendo tatuajes nazis. Desdeluego la zorra que una vez fuera Leroy no había perdido el tiempo.

Quedate aquí. Le dijo el Juez a Li, dándole el bebé. Ella lo observó con desconfianza, pero esta desapareció cuando el mismo le dio la Luger. Recordó que con esa misma pistola había disparado a Leroy y la desconfianza, ese animal tan escurridizo, volvió renovada. El Juez simplemente la miró-sin decir nada- mientras cogía del suelo de la furgoneta una Maschinegewehr.
Aquella ametralladora debía tener tantos años o más que la Luger, Li la había visto en las viejas películas de guerra. Unas ametralladoras aparatosas con un cañón demasiado largo y dos patas que formaban una enorme V invertida casi al final del mismo. Cuando abrió la puerta del vehiculo y oprimitó el gatillo la furgoneta empezó a temblar como si fuera uno de esos vehículos tuneados que salen en las películas de rap.

Fue una suerte que León estuviera en el suelo, o quizás su caída fuera la señal de partida de aquel infierno. Pero la lluvia de metralla fue tan brutal que evaporó la mitad superior de aquellos nazis que parecían estallar como fruta podrida, el sonido de la ametralladora creaba tal eco en aquel sótano que parecía que era un ejercito entero el que disparaba. Trozos de carne, astillas de hueso, humo de sangre, placas de pared, piedras de hormigón, papel de pintura, todo saltando por todas partes como fuegos artificiales.

Cuando el último casquillo cayó en el interior de la furgoneta León se encontraba cubierto de carne picada. Intentó ponerse de pie, moverse, gritar... pero estaba en shock. Una figura femenina fue corriendo hacia él y lo abrazó para luego besarlo.
O casi besarlo. León había recuperado la conciencia y aunque aún no podía moverse si vió que la mujer que casi lo había besado era la rubia que una vez fuera Leroy, por alguna razón, mantenía su rostro y sus labios a unos centímetros de los suyos.

Quítate de ahí, ¡ya!
Gritó la holandesa que con su bikini metálico de Star Wars parecía salida de una película de conan, sus manos goteaban sangre y de ellas salía un filo hilo, casi invisible salvo por las partes que estaba manchado de sangre. Este hilo era lo único que separaba los labios de aquella sicópata rubia de los de Leo. Sanne tiraba con fuerza hacia atrás pero aquella zorra era mucho más fuerte de lo que parecía.

No ayudó en nada el par de rubias nazis que se arrastraban sin piernas hacia Sanne. Aunque antes de que estas llegaran al lugar, Li apartó la cabeza de aquella rubia de una buena patada. Es mío pel-la. Le gritó enfadada mientras arrastraba a León hacia la furgoneta.
Sanne la ayudó en el último tramo y cuando lo subieron el vehículo arrancó con el Juez al volante.

Cinco minutos más tarde el vehículo atravesaba la puerta del garaje y chocaba con un camión conducido por una rubia. El primer disparo de la Luger le voló un trozo de flequillo, el segundo resonó en el aire, desviado por Li. Esta sonrió al escuchar quejarse a Aele.
Joder, necesito ese puto tinte ya.

CAPITULO 24

LA FIESTA DE FIN DE MUNDO.
La limusina se detuvo delante del imponente avión con una brusca frenada que salpicó de piedras a los hombres que allí esperaban. En cualquier otra ocasión lucirían impecables, perfectos, pero todos vestían desaliñados, con sus uniformes a medio abrochar y con el aspecto de alguien que acaba de ser arrollado por una apisonadora. Todos se cuadraron saludando al unísono hacia la puerta que se abría, de ella salieron primero dos soldados apostándose de rodillas a ambos lados de la puerta, como si el lugar no fuera lo suficientemente seguro.
A la docena de soldados y el par de pilotos cuadrados ante el presidente delante del A.F.O no pareció gustarles aquello, era como echarles por tierra, como si con ellos no bastara para tener aquel pequeña pista de aterrizaje asegurada.
El capitán dio un paso adelante sin abandonar su postura.
Primera Dama y Primer Caniche a bordo. Listos para partir.
El presidente asintió sin mirarles, caminó hacia la escalerilla cabizbajo maldiciendo a algo que llevaba entre las manos. Al final le pasó el objeto a uno de los dos guardias que le flanqueaban.
Pásame la pantalla. Es una orden. Y de esta guisa el presidente Osama empezó a subir la escalerilla del Air Force One, con uno de sus guardaespaldas apuntando nerviosamente hacia cada rincón y con el otro recolectando estrellitas para la primera pantalla del Super Mario DS.

Cuando el presidente entró con paso firme dentro del aparato, lejos de escucharse sus varoniles zapatos machacando el suelo con un sonido atronador lo que retumbó dentro del aparato fue un lastimero aullido. Bajo del zapato izquierdo del presidente se había fraguado la desgracia.

El Primer Caniche había muerto.

Se dispararon salvas en su honor, se hizo un desfile de doce soldados, dos pilotos y un guardaespaldas. Si la devastación rubia no barría a la humanidad seguramente algún día se escribirían increíbles gestas de cómo este valiente caniche había dado su canina vida por su país. Se honraría su memoria bautizando con su nombre –Pirrupuchiminí- a alguna ciudad árabe tras ser bombardeada y reconstruida por el país de la Libertad.
Fue un momento realmente entrañable -incluso el presidente lloró- cuando el segundo guardaespaldas le devolvió su DS con todas las estrellitas recolectadas.

Así que tras perder estúpidamente el tiempo y avisar a todo ser viviente de que se encontraban allí, el Air Force One emprendió el vuelo hacia un lugar seguro. Todo estaba planeado a la perfección pero a las dos horas, cinco minutos y tres segundos de viaje sobrevino la tragedia.
La Nintendo DS del Presidente se quedó sin pilas. Maldeció a todos los chinos por haber construido un artefacto así. Buscó a alguno de los soldados pero ni siquiera encontró a sus propios guardaespaldas. Quizás estuviesen preparándole alguna sorpresa, algo como una fiesta de fin de mundo, así que decidió no molestarles.
En ese momento se acordó de que aún no había visitado a su mujer así que se fue al dormitorio, cuando abrió la puerta le pareció ver durante unos segundos a doce soldados y dos pilotos rodeando a su mujer con los pantalones bajados. Un trueno sacudió el cielo apagando durante unos segundos la luz del avión, tras el mismo vió que la habitación estaba vacía, había sido solo una extraña y perturbadora ilusión.

Porque allí estaba su angelical y –cada vez más escultural- mujer, desnuda, esperándolo con su lencería. Su rizado cabello moreno estaba mojado como si acabara de salir de la ducha, su cuerpo brillaba, reluciendo por algún tipo de aceite. Estaba más bonita que nunca. Sería porque cada vez la quería más pero el presidente incluso juraría que a su mujer le habían desaparecido las pocas arrugas que tenía. Apenas tenía los cuarenta años (cinco menos que el) y siempre se había conservado muy bien pero aquello ya era demasiado. El presidente acostó a su mujer y empezó a masajearle la espalda, aquel líquido que la recubría parecía ayudar a estimularla, aunque francamente olía fatal. Aunque claro, no pensaba decírselo a su mujer. Al fin y al cabo había hecho todo aquello por él.
El presidente le desabrochó el sujetador dejando su espalda totalmente desnuda y luego el mismo se desnudó hasta quedarse en unos enormes calzoncillos con la bandera americana impresa.
Su mujer se hirguió en la cama sobre sus rodillas contoneando sus caderas mientras pasaba sensualmente sus dedos sobre sus braguitas bajandoselas muy poco a poco hasta dejarlas al nivel de sus perfectos muslos. El presidente se quedó asombrado ¡¡su mujer se había tintado el felpudito de rubio!! Desde luego su Daisy era una caja de sorpresas. De alguna parte su mujer sacó un vibrador y se lo ofreció... Los ojos de Osama se abrieron como platos , ¡Si nena eres la mejor!! Le dijo mientras saltaba de la cama con el vibrador en la mano y salía de la habitación chocando en el pasillo con sus dos guardaespaldas que salían -a la vez- del servicio de caballeros.
Cinco minutos después el presidente estaba en su butaca recolectando estrellitas, con uno de sus guardaespaldas –algo nervioso- a su lado y el otro vigilando avión arriba avión abajo. Mientras, en el suelo, el vibrador había sido ultrajado, mancillado. Le habían arrebatado las pilas.

Tres horas, diez minutos y cuarenta segundos más tarde la DS del Presidente de los Estados Unidos volvía a quedarse sin pilas así que este se levantó con clara intención de arrebatarle algún otro juguete sexual a su mujer. Sus dos guardaespaldas, totalmente pálidos, le dijeron que no era buena idea ya que la primera dama seguramente estaría acostada.
Aún así la realidad suele ser mucho más furtiva de lo que uno cree e incluso sorprendió a los dos soldados de la guardia personal del presidente.
Cuando abrieron la puerta había quince rúbias retozando en la habitación, doce de ellas con amplias camisas de soldado desabrochadas, otras dos con gorras de piloto y una última con las mismas braguitas que llevaba su mujer. Las quince rieron tontamente al verlos mientras el presidente gritaba. ¡Lo sabía, me han preparado una fiesta de fin de mundo!!.
Las zorras rubias saltaron con una velocidad pasmosa hacia el presidente que fue lanzado hacia el pasillo del avión por uno de sus guardaespaldas mientras el otro disparaba con su escopeta de combate.
Vació el cargador sobre el interior de la habitación, haciendo saltar por los aires y retroceder a aquella blondis mientras que un último y desgraciado disparo reventaba una de las ventanillas. La propia presión del aire cerró las puertas frente a sus narices mientas el avión empezaba a perder altura. Uno de los guardias de seguridad hecho un último vistazo a través de la cerradura de la puerta, la ventanilla se estaba tragando a aquellas zorras rubias convirtiéndolas en zumo rosa, lejos de gritar mientras esto les sucedía, solo reían. Con un Blop todo se quedó a oscuras y un ojo marrón adornaba ahora la cerradura de la puerta, mientras el soldado gritaba de dolor.
El avión perdía altura cada vez más rápido asi que el presidente Osama fue corriendo a la cabina a hablar con los pilotos que resultaron no estar. Pero eso no lo asustó, se giró hacia el pasillo y les gritó a sus guardias personales.
No os preocupéis, soy el mejor en el “Imagina ser Aviadora”!!