domingo, 4 de diciembre de 2011

CAPÍTULO 27.

COMO TORTUGAS EN LA PECERA.

Los más pequeños y letales trozos de asteroide golpearon como metralla el casco de la nave abriendo una fuga de aire en la misma. Los enormes y negramente negros músculos de Black Jackson se tersaron para ponerse en marcha mientras su mente –la del mejor detective que la tierra hubiera conocido- evaluaban la situación. Su preciosa capitana, ajustada en su traje intergaláctico peleaba con los mandos de la nave para que esta no perdiera el control, mientras que el presidente del Senado intentaba ordrozar el hexígnotio a través del vradinador drerivérico portátil que llevaba en las manos. Black Jackson sintió que lo había subestimado, había creído que era otro político blancucho más pero su ayuda en aquellos vitales momentos estaba siendo clave para mantener la estabilidad de la nave.
El caos fue total cuando la escotilla tras de sí se abrió y entró en la sala de mandos la chica de piel relucientemente verdosa, que se lanzó en plancha contra el cadete espacial -que creía su pareja- aunque ambos, al no estar sujetos por ningún cinturón, fueron succionados por el agujero que había abierto la metralla del asteroide.
Durante solo un instante pensó que el asunto entre la chica de la piel relucientemente verdosa y el cadete era algúna pelea de enamorados pero cuando observó que varias tuercas y placas de metal asomaban por su piel supo lo que estaba ocurriendo. Se estaba convirtiendo en una de esas ciborgs y además quería llevarse consigo al espacio infinito a aquel joven tan valiente. Algo que Black Jackson nunca permitiría, así que absorvió todo el aire que su hercúleos pulmones pudieran aguantar y se lanzó a través del agujero tras ellos.

-Así pues, a las 24:00 se hará efectiva la sentencia del juzgado internacional emitida el 29 de agosto de 2006 en que al acusado se le condenó a muerte por los crímenes de terrorismo contra la humanidad-.La pequeña sala –que se reflejaba en el cristal oscuro tras el cual presenciarían la ejecución- se quedó en silencio, los dos guardias que habían preparado y atado al preso en la silla eléctrica le ocultaron el rostro con la bolsa de tela. El color negro de la misma sería lo último que vería antes de ir a una oscuridad mucho mayor.
Ambos guardias asintieron al encargado de dar la corriente y este –un viejecito de mantenimiento- cogió con fuerza la palanca y tiró de ella hacia abajo. Aunque no pudo, estaba demasiado fuerte. Volvió a intentarlo y tampoco lo consiguió. Uno de los guardias, sonrojado como un tomate, acudió en su ayuda. Se arremangó la camisa dejando a la vista sus músculos, tomo aire, apresó con fuerza la palanca y escuchó unas risas.
El guardia y el viejo de mantenimiento se giraron hacia el reo y el guardia que respondió con rapidez –Nosotros no hemos sido jefe-. Los tres se miraron entre ellos a la vez que las risas se multiplicaban y empezaban a fundirse con un segundo ruido, como de golpes.
Todos –incluso el preso enmascarado- giraron la cabeza hacia el indiscutible origen del sonido; la mampara oscura. El guardia que había permanecido junto al preso se adelantó a pasos rápidos hasta un pequeño cuadro de interruptores de la pared donde pulsó uno de ellos.
La luz de la habitación contigua desde la que observaban la sala de la ejecución se encendió mostrando su contenido. Apretujadas contra la mampara -como tortugas en una pecera- debía de haber unas doscientas rúbias, vestían con trajes de presos y de guardia, de periodistas y de mantenimiento, algunas con trajes de abogado y otras prácticamente desnudas, todas con enormes pechos que golpeaban como arietes aquel castigado cristal.
-No os preocupéis no se que ocurre ahí pero la mampara aguantará- Dijo el viejo de mantenimiento segundos antes de que la mampara se separara de la pared por el peso y cayera dentro de la sala estallando por el golpe y cubriendo todo el suelo de trozos de cristal… y blondis. Estas se levantaron con la ropa hecha jiroles a causa de los trozos de vidrio, de manera que los guardias y el viejo tuvieron un shock de realidad, que es lo que sucede cuando estás seguro de estar despierto pero la realidad intenta convencerte de lo contrario. Hacía unos segundos estaban en una ejecución y ahora parecía que estuviesen en una película porno. En una que –algo les decía- no iba a acabar demasiado bien para ellos.
Así fue, como lobas hambrientas de sexo se lanzaron sobre los guardias y el viejo y les arrancaron la ropa antes de lanzarse sobre ellos como una marea de zorras en celo. Como había tantas y salían a tan pocos hubo tirones y desmembramientos, y desmembramientos y tirones. Aunque no sufráis, todas las blondis quedaron saciadas de alguna u otra manera.
Pero ¿que veían sus azules ojos?, había otra víctima orgiástica allí sentada, riendo se acercaron a el y lo rodearon. Cientos de cabelleras rúbias reluciendo como bombillas de neón rodeando una pequeña caperucita negra. Una de las blondis retiró la tela del rostro del preso el cual aún tenía ambos ojos cerrados con fuerza, como si con ello fuera a evitar algo. No somos quienes juzgaremos la eficacia del gesto, aunque habrá que concederle que como mínimo, le había librado de 5000 ricos vóltios.
El preso abrió uno de los ojos y vió a todas aquellas bellezas rúbias y se creyó en el cielo, abrió el otro y observó que a los dos guardias les habían salido tetas y que el viejo de mantenimiento tenía una flamante melena rúbia como bigote.

Las ruedas del camión chirriaron cuando este consiguió ponerse en marcha. Al iba a suspirar pero los acontecimientos no le dejaron. Aquel flacucho envuelto en papel del wáter saltó a la desesperada por el agujero del parabrisas tras León y Li, cogiéndolo a el del cuello de la camisa y aferrándose al camión con lo único que encontró: el volante.
Como todos habréis comprobado infinidad de veces, conducir marcha atrás un tráiler cargado mientras dos aviones -y cientos de rubias semidesnudas- te están cayendo encima no es algo sencillo –aunque con todo, se mejora con la práctica-, pero si a esto le añadimos que tres personas que se están peleando sobre tu capo cuelgan del volante la cosa empeora –si eso puede ser- mucho más.
Un trozo de ala cayó sobre el enorme rotor que intentaba engulliros, haciéndolo explotar, el camión se había puesto en marcha en el momento justo para no ser bañado por el fuego pero aún así notaron el intenso aumento de la temperatura.
Sin duda, aquel era un momento crítico para todos: -Mierda estoy apunto de quedarme sin batería¡Tengo que llegar al punto de guardado!!- Gritó Osama que recibió una patada en toda la cara regalo de Al que empezaba a hartarse de tanta tontería. Al mismo tiempo –pero por diferentes razones- Li recibía otro puntapié –también en el rostro- propiciado por Loco Jack. –Chico defiéndete o nos arrastrará con ella!¡no podremos aguantar la respiración para siempre!- le gritó a León, pero este no podía hacer nada. A pesar de que tuviera el pelo dorado y los pechos le hubiesen aumentado tres tallas aquella seguía siendo Li, la chica de la que se había enamorado. Le era imposible golpearla y a la vez, ¿que sentido tenía todo aquello? Si todos iban a acabar siendo transformado en blondis ¿Quién mejor que ella para que lo transformara?. Así que Leon cerró los ojos y la besó.
O eso creyó el, pues lo que había frente a él era el sobaco de Loco Jack, que haciendo gala de una fuerza inhumana había levantado a ambos dejando a Leon al alcance del Presidente. Este –con el ojo hinchado- le sujetó fuerte, aunque Loco Jack sabía que no tenía suficiente fuerza suficiente para subir al chico y a la ciborg. Así que había que deshacerse Ya de ella.
Un inmenso trozo de fuselaje no los aplastó por la pericia de Aele al volante, pero era imposible que la suerte les durara demasiado y segundos después un enorme trozo de motor cayó justo en el trayecto del camión. Al volvió a esquivarlo, pero el movimiento tan rápido de volante hizo que Loco Jack se soltará del mismo, a la vez que el propio camión, al ir marcha atrás con el tráiler por delante de la cabina hizo un amago de cerrarse en tijera que Al –demostrando su maestría- volvió a evitar.
Pero el movimiento había tenido su coste, Loco Jack, que se había soltado del volante momentos antes, ya no estaba sobre el capó. León lo había visto resbalarse del capó y desaparecer en la oscuridad de la carretera… por intentar ayudarlo.
La primera patada al rostro de Li fue, prácticamente una caricia. No así la segunda, mucho menos la tercera. A cada patada su rábia se acrecentaba, aquella zorra que estaba cogido a el no era Li, ya no. Si se hubiera dado cuenta antes… La blondi –que aún conservaba los rostros asiáticos de Li- intentaba bajarle los pantalones, arrancarle la roba, morderle, besarle. Era como una ninfómana desquiciada en una especie de crisis de ansiedad sexual.
Las patadas no le dolían, no podía quitársela de encima y el Presidente se estaba poniendo blanco así que Al decidió que aquello ya había durado suficiente. Bloqueó el volante con el hierro antirrobo y cogió a León del otro brazo. De un tirón lo aupó dentro de la cabina quedando entonces Li prácticamente dentro, Al –sentada aún- le lanzó una patada a la barbilla que la levanto tres palmos. Lo justo para cortarle el cuello con el cristal restante del parabrisas.
El cuerpo de la Li blondi se deslizó hasta caer por un lateral, mientras que su cabeza cayó dentro de la cabina, en el regazo del joven policía. El presidente lo miró –Ser o no ser, esa es la cuestión- Le dijo, y León se puso a llorar. Al le lanzó una mirada fría a Osama mientras cogía la cabeza cortada y la lanzaba al exterior. Segundos después frenaba el camión, pues ya se creía lo suficientemente lejos del accidente. Al bajó a observar la lluvia de Blondis, metralla y trozos de avión que aún caía en la lejanía.
Se encendió un cigarro y con la luz de este vió una silueta junto a ella, se puso en guardia rápidamente pero se relajó al instante mientras una enorme sonrisa se dibujaba en su rostro.
Allí delante del camión estaba colgando Loco Jack, vivito y coleando, la infinidad de rollos de papel se habían enganchado con los hierros del guardamotor delantero. Al se puso a reir, le recordaba totalmente a uno de esos criminales que spiderman dejaba a la policía pegados con telaraña a alguna pared.
El presidente y León bajaron también, y juntos fueron a ver a los demás para organizar el viaje.

Pero estos no estaban.

Al abrió la puerta trasera para ver que no estaba el Juez, ni su secretaria ni los soldados. -¿Dónde pueden estar?- preguntó León, y la respuesta era evidente. Todos miraron hacia la parte de la autopista que habían dejado atrás. Estaba iluminada por el fuego de los restos del avión. Sabían que no había tiempo para volver atrás y que debían de confiar en que el Juez y su grupo saldrían de aquella. Era la única opción.
-Y Li…-Preguntó otra vez León-¿Cómo?...creo que en la gasolinera no la alcanzaron esas Blondis. ¿Será el bebe?-
Al cogió al chico del hombro y lo oprimió un poco contra ella para darle ánimos por su perdida.
-Eso es algo que vamos a averiguar ahora mismo-.

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