jueves, 15 de diciembre de 2011

CAPÍTULO 29.

EL PUENTE.
León conducía sin quitar ojo de la carretera y del GPS que Al había programado. Necesitaba aquello. Conducir, echar millas. Porque o dejaba de pensar en Li o se volvería loco.
León nunca se había sentido completo en nada. Era hispano y apellidándose García jamás sería visto como un americano. Había llegado a policía gracias a las influencias de su tío –el juez- por lo que ni él mismo se veía como tal, como si no se hubiera dejado la pistola y la radio en el camión al ir a aquella gasolinera. Solo con Li había sentido que podía encajar en algún lugar, ella incluso le había dado sentido a aquel fin del mundo de tercera que mermaba a la humanidad con absurda y despiadada eficiencia, porque le había permitido conocerla.
El viento siseaba entre el mural de cristales que Loco Jack estaba soldando y pegando para reparar el parabrisas. Su peluca afro y su falso bigote se ondeaban por la corriente del exterior, al igual que los rollos de papel que llevaba enrollados a lo largo de su cuerpo a forma de precaria vestimenta.
Por el retrovisor observó la estancia que se encontraba a su espalda. Allí estaba atada aquella blondi que debía haber contagiado a Li, robándole además -de alguna manera- sus facciones.
Estaba atada y vigilada por el Presidente que roncaba de manera sonora. Había hecho bien de dejar la cortina abierta para vigilarla él mismo, aunque aquella blondi tenía una mirada que le inquietaba por lo que intentaba evitarla a toda costa. Para nada era la mirada carente de inteligencia y llena de ansiosa y destructiva necesidad de sexo de aquellas zorras ninfoaniquiladoras. Aele les había dicho que pensaba estudiarla más adelante, significara lo que significara eso.
La carretera discurría entre eternos bosques de altos y viejos árboles que les saludaban al pasar moviendo sus ramas. Cada equis tiempo le tocaba cambiar la ruta si la carretera que transitaba se llenaba de vehículos abandonados, el GPS recalculaba la línea a seguir y se la indicaba. León deseaba que todo fuese así de sencillo, que tras perder a alguien simplemente tu corazón recalculara tu destino, como una radio que automáticamente busca una cadena tras desintonizarse.
-Era bonita- Dijo una voz y León se asustó al desensimismarse de sus propios pensamientos.
-Tu chica verde- siguió Loco Jack –Era bonita, y valiente-
-Gracias…- acertó a contestar León, sin demasiadas ganas de hablar de aquello con aquel loco.
-Mi querida Afrodita también murió. La sacrificaron como ofrenda a un ser abismal de infinitos tentáculos.-
-Lo siento- dijo de corazón León, sin entender una palabra pero comprendiendo el significado real de aquel desvarío.-¿Sucedió hace mucho?-
Loco Jack lo miró a través de aquellas enormes gafas de sol. –Hace demasiado lejos,a años luz, pero te aseguro que volveré a la tierra algún día. Y ese día será el último que vean los ojos de su asesino.-
Unos sonoros lloros inundaron la cabina. El presidente lloraba a moco tendido, sonándose los mocos en la corbata –A mi mujer se la trago una ventanilla- respiró aire, o mocos, o algo –era sonyer pero yo…la quería- dijo hipeando.
Como si fuera el efecto dominó de un parvulario los tres empezaron a llorar pensando en las mujeres que habían perdido.
-Lo si..ento-
Dijo la Blondi mirando fijamente a los ojos a León a través del retrovisor y el camión de Al a punto estuvo de salirse de la carretera.

El Juez, su grupo y los tres caídos del cielo se habían internado en el bosque y corrían sin descanso, esquivando árboles, saltando raíces. Tras ellos, tropezando con todas las raíces, chocando con todos los árboles, cientos de blondis. El suelo tenía un marcado desnivel de manera que unas se arrollaban a otras en su caída. Todo era fiesta.
Si la tierra ha visto persecución más patética que esta, se levante y lo diga. Unos –por cansados-y otras –por lerdas- no debían de ir a más velocidad que con la que una rana cruzaría un charco.
El par de mulatas ayudaban como podían a su King que por su opulencia no podía con su alma, Sanne apenas podía respirar pues no estaba acostumbrada al deporte. El mejor adiestrado era el soldado, pero este andaba perdido, sin rumbo, con su mente pensando en aquel que acababa de perder. Solo el juez –que daba gracias a sus largas marchas matutinas- guardaba la compostura y las fuerzas, guiando a los demás en tan desesperada y extremadamente lenta fuga.
Tras de sí escuchaban el reir y los batacazos de aquellas hienas, ilusionadas con aquella excursión por el campo cuyo premio era frotarse y follarse con aquellas sus víctimas que tan cerca les iban.
Algo pasó muy cerca de los arboles, levantando viento sobre la comisión de perseguidos y persiguientes y una fuerte luz les iluminó durante unos segundos antes de desaparecer junto al fuerte ruido de rotores y hélices que les permitió escuchar otro más peligroso. Más risas desde delante.
-Mierda- exclamó el juez al ver otra legión de furzias vestidas con todo tipo de ropas y tallas que a poco más de diez metros les venía a cortar el paso.
-Boooooooooombaaaaa!!!- cantó gritando King Sudáfrica que se lanzo haciéndose un ovillo hacia delante como si quisiese lanzarse a una piscina. De esta manera, el que bien podría haber sido el doble de la piedra que casi aplastó a Indiana Jones rodó colina abajo aplastando blondis y creando un camino entre la turba rubia. Todos tuvieron que apretar el paso para no quedarse rezagados y cruzar entre el mar de blondis antes de que se cerrara.
No menos de cien blondis, treinta arboles y cinco ardillas murieron aplastados en tan grotesca y desesperada acción tras la cual el grupo del juez atravesó el de blondis. Más las supervivientes que les venían a encontrar se unieron a las que ya los buscaban, prosiguiendo la persecución a la velocidad original pero con más blondis persiguiéndolos.
Ahora las mulatas llevaban rodando a King Sudáfrica, pues había detenido su valiente descenso chocando su cara contra una verja metálica. Era esta bajita pero no podían saltarla, porque llevaba a un rio de caudalosas aguas que a la vez, hacía de separación entre el bosque y una oscura urbanización que tenían delante de los mismos ojos. El ancho de aquel río no debía llegar a los dos metros, aunque parecía hondo y su agua de rápida y fiera. Si no fuera por las vallas metálicas podrían cruzar saltando, pero estas les impedían tomar impulso. Las risas que tan claramente escuchaban a sus espaldas les presagiaban su final sino encontraban una salida.
Aquellas zorras empezaron a surgir entre los árboles, con su frenética risa y sus enormes pechos saltando al compás de sus dorados cabellos.
-Jijijiii !!!- exclamaron ellas antes de lanzarse sobre el grupo y chocarse con una barrera de machetes y un palo de golf. Sanne y las dos gemelas se enzarzaron en brutal pelea contra aquella oleada, mientras el soldado pese a despierto parecía ido y King Sudáfrica dormía un placentero sueño. El juez intentó calmarse pese a todo aquello, debía de pensar o morirían todos.
El palo de golf de Sanne dibujaba brillantes arcos en cada uno de sus movimientos mientras que los machetes de las gemelas eran destellos cercenantes. Las tres se habían puesto en una formación en triángulo en la que peleaban desesperadamente para no ser rodeadas. A su espalda los tres hombres, solo uno de ellos consiente. El juez, cogió al soldado y empezó a abofetearlo primero, a darle puñetazos después -¡Despierta de una puta vez!!- le gritaba, hasta que lo cogió y lo arrastró hacia el rio, colocándolo medio por fuera de la valla. –O vuelves en ti o te juro que te lanzo allí abajo- dijo el juez mientras inclinaba al soldado hacia la oscuridad de aquel río, y al momento lo soltó.
El soldado llegó a flotar ingrávido apenas lo que sobra de restarle a un minuto sesenta segundos, ese fue el tiempo que tardó en reaccionar y cogerse al juez. Este lo miró con ojos severos que no acompañaron a sus palabras -Siento tu pérdida, pero o me ayudas en esto o caeremos todos-. Tras eso el juez señaló a King Sudáfrica y le hizo la señal de lanzarlo. Ambos se pusieron en marcha mientras escuchaban a las chicas gritar a cada golpe, como si aquello fuera un partido de tenis en el que llevaran jugando ocho horas y cada golpe requiriese un esfuerzo titánico. Entre el juez y el soldado pasaron a duras penas por encima de la verja a King y lo lanzaron al río, donde se quedó encallado como si fuera Papa Noel colándose por una chimenea demasiado pequeña.
-¡¡Tenemos un puente!!- gritó el Juez, que hizo cruzar al soldado el primero mientras arrancaba una gorda rama de un árbol con la que se unió a pelear con las chicas a base de garrotazo limpio. –Venga cruzad ¡¡yo os daré tiempo!!- Los cuatro fueron retrocediendo hacia donde estaba el puente Sudáfrica, pero eran demasiadas de aquellas blondis. Las mulatas cruzaron en orden de diestra y zurda, quedando así solo el juez y Sanne, ambos con sus espaldas pegadas contra la valla. Uno debía cubrir al otro en su retirada o morirían los dos, el juez lo sabía y no pensaba cargar con la muerte de aquella chica –de aquella mujer- sobre su conciencia, así que se lanzó contra aquella jauría de lobas para darle tiempo a Sanne.
Pero algo tiró de su cartuchera lanzándolo hacia detrás mientras que una melena rojiza y un perfume que nunca olvidaría pasaban ante sus ojos. La inercia del tirón lo lanzó por encima de la valla cayendo sobre su improvisado puente. Se levantó desesperadamente para ver como aquella muchedumbre de putas sedientas de sexo engullía a Sanne. El juez saltó por encima de la valla gritando, con sus pocos músculos tensados deformando sus tatuajes, sus garrotazos arrancaban cabezas y sus patadas atravesaban cuerpos. –¡Hijas de Puta devolvédmela!!- gritaba escupiendo espumarajos mientras se abría camino entre aquellas zorras. La turba de blondis empezó a cerrarse alrededor del Juez y en ese momento todo fue oscuridad para él.

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