miércoles, 20 de enero de 2010

CAPÍTULO 12.

JUEVES.
El juez estaba bebiéndose su café cuando se sentó a ver las noticias. Un avión se había estrellado en un bosque de canadá. Suspiró mientras daba un sorbo, últimamente parecía que no hacían más que suceder desastres. Dieron paso al tiempo, la chica que lo recitaba se había teñido de rubia, le favorecía.
-Un frente frío se encontrará con esta borrasca procediente del norte causando... causando...
La frondosa ceja del juez se levantó interrogante y dejó el cafe sobre la mesa mientras observaba aquello. La mujer del tiempo se había quedado en blanco, riendo, mientras miraba hacia todos los lados sin saber que hacer o que decir. Un segundo más tarde la cabecera de la sección de deporte invadía el televisor.

Emprendió su ruta matutina al trote con aquel absurdo suceso en la cabeza, aún le daba vueltas cuando se cruzó con los habituales del parque, se detuvo cuando vió a las universitarias. Habían acostado a una de ellas en un banco y las demás la rodeaban. El juez se acercó a la chica acostada en el banco y se sintió muy mal cuando su vista se dirigió directamente a sus pechos, la camiseta blanca estaba toda sudada y transparentaba unos sostenes que a todas luces le venían muy pequeños. Supo que algo más que el simple líbido había dirigido su mirada allí, se había cruzado con aquellas jovenes durante casi dos años y conocía su físico. Le habían crecido tres tallas.
-¿Que... que le ha sucedido? preguntó el juez a las otras tres chicas, le rodeo la muñeca a la caida y contó sus pulsaciones. O al menos lo intentó, aquello era inhumano, ningún corazón podía bombear a semejante velocidad.
Las tres jovenes, -dos de ellas parecían hermanas italianas, la tercera parecía una pueblerina del sur- lo miraron con lágrimas en los ojos, contestó una de las hermanas.
Al principio reimos, porque se quedó de pié y empezó a reir, y nos preguntó..."¿como se corre?" reimos con ella aunque... aunque no entendíamos el chiste. Pero nos pareció gracioso.. la chica siguió sollozando, siguió hablando la pueblerina. Y luego se cayó al suelo, se golpeó la cara con el pavimento y siguió riendo, mientras la sangre le salía por la nariz. Las chicas ya habían llamado a una ambulancia y minutos después se llevaban a la joven en ambuláncia.
El juez llegó tarde a las clases de natación. Cuando se metió en la piscina ya estaban todos -incluso la "profe"- con las gafas de bucear puestas. Parecía que les iban a meter caña.
Disfrutó del castigo cuasi militar al que los sometió su monitora. Parecía que estaba pagando con todos su pequeña negativa del día anterior, poco le importaba, el Juez era duro de pelar. La monitora nadaba siempre delante de ellos para que vieran el estilo que debían tomar, mariposa, lateral, brazos... Hasta que se dieron cuenta de que la monitora había desaparecido momento en el que reinó el caos. Las ancianas empezaron a discutir sobre cual de ellas había sacado más probecho del dia de las rebajas. Ellos discutían sobre la talla de sujetador que debía de usar Sasha -su monitora-, todos creían que había ido al baño. Todos menos uno.
El juez tomó tanto aire como pudo y se hundió en las profundidades de la piscina olímpica. Sasha estaba en el fondo de la piscina. El juez se situó a su lado y le dió la vuelta, ella reía, el agua entraba por su boca mientras el aire salía en enormes burbujas. Y ella seguía riendo. Al juez se le erizó el vello de la nuca, pero aún así se situó tras la monitora y la cogió fuertemente haciendo presa a la altura del ombligo. Empezó a subirla notando que su aire -y sus fuerzas- se acababan, al mismo tiempo Sasha que no estaba quieta empezó a escurrírsele. Suerte de que sus pechos hicieron tope en los brazos del Juez por lo que no se escapó de su presa.
Ambos salieron a la superficie, el Juez maldecía y Sasha reía mientras el agua le manaba de los labios. Con la ayuda de los otros ancianos la sacaron del agua y la acostaron en el suelo. Varios de ellos le oprimían el pecho para achicarle el agua y un tercero -tras sacarle brillo a su dentadurar postiza- le hizo el boca a boca. El juez estaba demasiado agotado para eso, apenas tenía aire en sus propios pulmones.
Una de las ancianas, más llevada por la curiosidad que por la caridad, le preguntó a el Juez que había pasado.
Este la miró.Se olvidó de nadar.

Varias horas después Li entraba en el restaurante sin dirigirle palabra a su madre, esta correteaba tras ella hablándole muy despacio y muy aprisa. Pero ella ya lo había decidido el día anterior: dejaba el trabajo. Entró a los vestuarios donde varias compañeras se estaban cambiando y se fijó en que varias de ellas parecían tener más pecho. Parecía que las operaciones de cirugía también estaban de rebajas, pensó para si misma mientras llegaba a su taquilla y cogía sus cosas. Con su madre siguiéndola sin parar de hablarle -como si fuera una rádio con patas- fué a uno de los armarios de vídrio que mostraban la colección de armas chinas que su padre había atesorado antes de morir y lo abrió con su llave. Fué entonces cuando su madre volvió a gritarle, sacó dos preciosas espadas chinas. Su padre se las dejó en su testamento y no pensaba dejarlas más tiempo a la vista de desconocidos. Las puso en sus fundas y las guardó en un zurrón que llevaba con ella. Había concertado una entrevista con los de "El Circulo del Sol", un enorme circo donde hacían cosas increibles. Y ella era increible con la espada. Su padre le enseñó a serlo.
Se giró hacia su madre -que aún seguía gritandole en chino- para despedirse de ella pero se quedó en silencio, se dió la vuelta y se marchó. No quería saber que locura había llevado a su madre a ponerse lentillas azules.

Esa misma noche, dos reconocidos sicólogos charlaban delante de una puerta de acero. Observaban un dossier, comentaban y comparaban datos.
Abrieron el ojo de buey de la puerta y miraron en el interior.
-Mañana se lo llevan. ¿Cual es su estado?. Preguntó el doctor más joven.
-Ha estado en las mejores manos, le han suministrado lo más nuevo en medicinas, creeme, está perfecto.
Desde el otro lado, Black Jackson observaba aquellos dos rostros que asomaban por la pequeña ventana circular haciéndose una pregunta. ¿Desde cuando los chimpances hablaban?

martes, 19 de enero de 2010

CAPÍTULO 11.

MIERCOLES.
Llamaron a la puerta por segunda vez. La puerta tembló a la tercerá y esta vez el seco ruido si llegó a los oidos de la inquilina.
Dos ojos tan finos como cuchillas se abrieron. Li Lee se despertó abrazada a su almohada como una gata sobre sus sábanas, estas ahora hacían la función de improvisada alfombra sobre el suelo lleno de ropa súcia. Su cama ocupaba la mitad de aquella habitación pero siempre se despertaba en el suelo.
Estiró la mano hacia arriba y tras varios manotazos en busca del despertador este le cayó sobre la cabeza y empezó a sonar sobre el suelo por el golpe.
Las diez y cuarenta de la mañana. El maldito despertador no había sonado. Los siguientes golpes en la puerta de la entrada hicieron temblar las paredes. Conocía a su madre, si no abría la puerta inmediatamente la tiraría abajo.
Se levantó y salió corriendo y saltando por encima de la infinidad de vasijas que tenía repartidas por el suelo. Llegó a la puerta casi sin aliento y la abrió de golpe.

A ambos policías se les formó una sonrisa al ver a aquella joven en ropa interior, ambos pensaron que la comida basura americana hacía milagros en la fisonomía asiática. La sonrisa se les borró con un portazo que les hizo temblar los dientes.

Li Lee empezó a maldecir en chino, había acabado de darles con la puerta en las narices a dos policías. Se sintió tonta por haber pensado que era su madre y haber abierto en ropa interior. Soltando tacos indescifrables saltó otra vez sobre las vasijas y se lanzó de cabeza dentro del armario de su habitación. Allí tuvo una lucha a muerte con su ropa que salía volando en todas direcciones.

Una sonriente Li Lee vestida con su uniforme de repartidora abrió la puerta. Hola. Su sonrisa era tan verdadera como una moneda triangular. Uno de lo dos policías era un hombre canoso de media edad, el otro un apuesto joven hispano. Li se lo quedó mirando mordiendose el labio inferior.
Para su decepción fué el otro policía quién le habló mientra le entregaba un sobre.
Esto es una citación para los juzgados. Dijo secamente mientras -paradójicamente- se le escapaba una sonrisita torcida. La mirada que le lanzó Li se la borró de la cara y hizo que su compañero, el hispano, soltara un amago de carcajada que transformó burdamente en una tos.
Firmó el acuse de recibo y aquellos dos policías desaparecieron así que cerró la puerta tras de sí y se dejó caer en el suelo. Cientos de ideas le pasaron por la mente; quizás habían detectado su IP mientras se descargaba peliculas de internet, o puede que sus papeles no estuviesen en regla y quisieran enviarla a china.
Abrió el sobre y leyó la carta mientres entrecerraba los ojos, que ahora eran apanas una fina linea de pestañas. Suspiró tranquila al ver que aquello no tenía nada que ver con ella, era sobre aquel loco que le había intentado robar la moto hacía unas semanas. Unos escalofríos le recorrieron la espalda al recordar los sucesos de aquel día,pero no tenía tiempo para pensar en ello así que dobló el sobre y se lo guardó en la camiseta. Bajó las escaleras saltando los peldaños de tres en tres.
Volvió a subirlas corriendo y envenenando el aire con insultos que harían llorar hasta a las paredes si estas los entendieran. Al cabo de unos minutos bajaba otra vez -casi sin respiración- pero con las llaves de su scutter. Salió quemando rueda del aparcamiento agachándose para no golpearse con la puerta del garaje.
Salió a la calle y observó el frenesí que reinaba en las calles, con cientos de mujeres invandiendo las tiendas y corriendo por las aceras.Era el primer día de rebajas.
En aquellas fechas casi todas las compañías sacaban sus nuevos productos. Era una buena estrategia, una tirada corta de una nueva revista, un lanzamiento de tanteo de una nueva cerbeza o de una nueva colonia... Todo se agotaba siendo rebajas y lanzándolo a buén precio. Si no funcionaba las perdidas eran practicamente nulas, si lo hacía podían sacar una tirada más larga a mayor precio. Li había estudiado Gestión y era una contable excelente, algún día heredaría el negocio de su madre lo cual se debería traducir en un trato extra por parte de esta, pero no. Su madre quería que probara todos los puestos de trabajo -"Solo puedes dominal lo que conoces"-, había sido pinche de cocina y luego cocinera. Aún recordaba cuando llegaba a casa oliendo a aceite y sofritos, ahora en cambio olía a asfalto y gasolina. No parecía haber mejorado mucho.
Su madre salió a interceptarla nada más escuchó su moto, así que Li -que estaba parada en un semáforo en rojo- veía a su madre como un puntito amarillo saltando a dos manzanas de distancia. Apenas la veía, pero la escuchaba perfectamente, sus gritos retumbaban en la enorme avenida, acallando el ruido de los motores.
Bajo su casco se puso roja, pero no de vergüenza, sino de ira. Arrancó sin siquiera esperar a que el semaforo se pusiera en verde obligando a dar bruscos frenazos a varios coches. Se levantó la visera para empezar a gritar también y ambas acapararon toda la atención de la avenida, nadie entendía que decían, pero por el tono parecía que iban a sacar una pistola y inflarse a tiros.
Y la discusión fué a peor, Li y su madre - que era la viva imagen de Li si a esta le añadíesen canas, arrugas y le quitasen las tetas- se gritaban con los rostros tan pegados que sus narices se oprimían como en un saludo esquimal. Sin dejar de gritar Li tiró el casco al suelo y su madre le dió un bofetazo. Ambas callaron.
Toda la calle quedó en silencio.

lunes, 18 de enero de 2010

CAPÍTULO 10.

MARTES.
El despertador sonó apaciblemente sobre la mesilla pero no hubo respuesta bajo las mantas. Los primeros rayos del sol barrían el suelo y se reflejaban en la multitud de cuadros y retratos en blanco y negro que colgaban de las paredes. Cinco minutos después una mano decrépita y arrugada salida de lo más profundo de las sábanas apagó el despertador de un certero manotazo. Eran las 4:05 de la mañana.
Se arrastró hasta el baño con la agilidad y vitalidad de un caracol, encendió la calefacción y mientras esta hacía su trabajo se afeitó estudiando su própio rostro. Cada día le costaba más reconocerse en aquel espejo, ya hacía mucho que no crecían arboles en su azotea y que su nariz había crecido desproporcionadamente al igual que sus orejas. Cosechas de arrugas surcaban su cara y sus cejas tenían más pelo que el que alguna vez había tenido su cabeza.Solo sus ojos negros permanecían inalterables, solo ellos resistían el paso del tiempo.
Se desnudó mientras dejaba caer el agua caliente dentro de la bañera, todo su cuerpo estaba surcado por cientos de tatuajes. Enormes demonios que masticaban a sus víctimas, dragones, serpientes y zarzas que se enrollaban por sus miembros. Decenas de nombres y números se entrelazaban con calaberas, alas y llamas de fuego. Todos habían ido perdiendo el color salvo uno que ocupaba su barriga y sus flácidos pectorales, un enorme rombo cruzado por una equis. El símbolo era de un rojo tan intenso que uno diría que lo llevaba en carne viva. Apenas recordaba el tiempo en que aquellos tatuajes le habían quedado bien en su otrora musculoso cuerpo.

Cuando salió de la bañera se secó mirando el reloj. 4:20. Sonrió para si mismo, al menos su reloj interior no le fallaba.
Se incrustó en lo que se podría definir como un traje de superhéroe azul oscuro que lo tapaba todo salvo su cabeza y luego, encima de este, se vistió con un elegante chandal gris.
Encendió la televisión de la cocina y la fué escuchando y mirando a intervalos mientras se preparaba el almuerzo y la bolsa de la ropa.
Wall Street había caido dos puntos, más muertos en irack, anuncios de bebida y de cosméticos, resultados de la superbowl, el tiempo y el tráfico. Levaba tanto tiempo viendo aquello que sus movimientos se habían adaptado a los cambios de cada sección.
Salió a la calle a las cinco en punto de la mañana, y se puso a correr por las calles desiertas con la bolsa de la ropa saltándole en la espalda. El lo llamaba correr aunque cualquiera que fuera por la calle caminando le adelantaba como si estuviera parado.
Se cruzó con los habituales del footing por el desértico parque; un hombre obeso y calvo de media edad, un grupo de cuatro jovenes universitarias y luego desperdigados unos cinco o seis empresarios dando su vuelta matutina.
A las siete menos diez estaba en los vestidores del centro deportivo donde daba sus clases de natación escuchando a los otros ancianos mientras estos se cambiaban.
-¿Chabech lo de la nueva monichora?
-¿Como?
-¡¡Que chi chabech lo de la nueva monichora!!! ¡¡Dichen que ech negra y chiene unach tetach enormech!!!!
-¿Que dices??
-Bah!! ¿y tu Juech?? chabech lo de..
-Sí lo sé, lo acabas de decir dos veces.

No añadió nada más al asunto. Efectivamente había nueva monitora y todos los ancianos se esforzaron como si con ello fueran a llamar la atención de aquella efigie de ébano. Mientras las ancianas no paraban de criticar tanto a la nueva monitora -por indecente-, como a sus "compañeros" de clase -por babosos- como a cualquiera de ellas que se alejara del grupo.
Cuando se acabó la clase la monitora se acercó a la esquina de la piscina donde se encontraba y se agachó para hablar con él, el generoso escote que formó la ley de la gravedad fué el causante de que ni por un momento mirara a la joven a los ojos. Eso no le impidió mantener una corta -pero intensa- conversación con ella basada en monósilabos.
-Veo que su bañador es de cuerpo completo, seguro que ahí bajo tiene muchas cosas que ocultar.¿Usted es el Juez verdad? dijo con voz coqueta mirándole a los ojos.
-Sí. dijo él babeando sobre la piscina.
¿Le gusta lo que ve? Dijo ella susurrando, sin saber que incluso aunque hubiera gritado ninguno de los otros ancianos la hubiera escuchado estando a más de cinco metros de ellos.
-Sí. Juraría que algo se movía allá abajo.
Sabe, estoy sin papeles y quizás podría... dijo ella con voz sensual, arrastrando las palabras como si fueran velos que recorriesen su cuerpo.
No Dijo el siguiendo el ondular de aquellos pechos que marcaban la agitada respiración de aquella mujer. Sabía exactamente que iba a decir.
Que le jodan. Se arrepentirá dijo ella mientras se levantaba y se marchaba dando fuertes zancadas. El Juez levantó los hombros que sobresalieron del agua. Recibía unas doscientas amenazas de muerte al día, aunque aquella iba a contar como Dos.

A las ocho y media y tras desayunar en su bar de cosumbre entró a los juzgados. Allí él era Dios.

viernes, 15 de enero de 2010

CAPÍTULO 9

DOCE CADÁVERES
La puerta secreta daba a un largo y oscuro pasillo que se extendía en ambas direcciones. El corredor estaba lleno de escombros de obra, varillas metálicas oxidadas, trozos de escayola y sobretodo polvo, mucho polvo. Uno de los extremos desaparecía en la oscuridad, el otro en una ténue luz que iluminaba parcialmente el lugar, llenándolo de sombras.
Cuando Loco Jack se reincorporó tras cruzar arrastrándose por debajo de aquella pared dirigió su mirada hacia el extremo iluminado, intentando distinguir en la lejanía a su amada y a su captor. Ese fué su error.
El pasillo se iluminó doce veces, una por disparo. Cuando Loco Jacks cayó al suelo su bata tenía diez agujeros, esta lo tapó casi como una manta a un cadaver mientras su sangre empezaba a formar un charco en el súcio suelo. A su espalda el enfermero sonreía mientras la pistola de su mano aún humeaba. Se guardó el arma en el bolsillo mientras recogía del suelo a su presa. Minutos después abandonaba aquel pasillo internándose en la una amplia y bien iluminada estáncia circular.
En su centro había una piscina con un líquido denso de color carne en la cual se hundían decenas de cadenas que colgaban del alto techo, rodeandola había una veintena de esbirros vestidos de operarios de alcantarilla. Una pequeña pasarela oxidada la atrabesaba y allí mismo es donde el enfermero entregó el pedido a su jefe. Este era un anciano vestido con americana azul, llevaba un gorro y una mascarilla de cirujano que remarcaban unas enormes gafas de culo de baso que convertían sus ojos en algo similar a enormes faros. Se arrodilló con lentitud y observó a la mujer como quién estudia una rana acabada de diseccionar. Asintió para si mismo mientras empezaba a conectar a la joven a su maletín a través de una infinidad de tubos de todos los colores.
Minutos después Gina se hundía en aquella piscina atada a aquellas cadenas metálicas, solo los cables de colores sobresalían del asqueroso líquido de color carne. El anciano se frotaba las manos complacido, contemplado la piscina cuando un segundo cuerpo cayó en ella. Era su matón, con una barra de metal atrabesandole la garganta.
Al caer se enrolló en varias cadenas que hicieron contrapeso, haciendo sobresalir del apestoso líquido la cabeza de la joven que empezó a toser. La mirada de Gina, del anciano y de sus diez secuaces se dirigieron a la entrada de la habitación, donde Loco Jack se encontraba súcio y ensangrentado con una barra de hierro en cada mano. Sangraba por una herida en el hombro, otra en un costado y una tercera en un lado del cuello, su bata revoloteaba alrededor de su cuerpo desnudo llena de agujeros. Lo único bueno de ser un piltrafilla como era Loco Jack era que toda la ropa le venía gigantesca. Le dió al interruptor y todas las luces se apagaron.

Black Jackson vió caer a aquel cabrón traicionero dentro de aquel pozo del que sobresalían un centenar de tentáculos. Varios de ellos sujetaban a Afrodita, estaba claro que apenas le quedaba tiempo. Otro monstruo avismal que quería zamparse a su chica.
Observó al anciano de la túnica oscura, seguro que el había sido el causante de todo, aunque antes de llegar al puente donde se encontraba tendría que cargarse a sus siervos. Estos -estúpidos de ellos- empezaron a correr hacia él creyendo que estando herido podrían con el. Black Jackson apagó la luz -al ser negro veía en la oscuridad- mientras hacía crujir su cuello. Allí se iban a repartir hostias.
Aquellos encapuchados empezaron a disparar en la oscuridad iluminando a ráfagas la habitación. La mandíbula del primero de ellos desapareció bajo un puñetazo de Black Jakson, el sonido del puñetazo -que doblaba en decibelios al del disparo- atrajo a otros dos de aquellos sectarios satánicos. Jackson les apareció por la espalda sujetándoles las cabezas y haciendolas chocar entre sí con tanta fuerza que los sesos se le escurrieron entre los dedos y las astillas de sus cráneos le rebotaron en la cara como metralla.
Desarmó en un suspiro a su siguiente presa y le arrancó la cabeza de una patada, cogió por el aire su pistola y antes de que aquel decapitado cuerpo cayera en el suelo había llenado de plomo a sus compañeros adoradores de a saber que oscura deidad.
Empezó a correr hacia aquel pozo de oscuras aguas y a saltar de tentáculo en tentáculo hasta llegar al puente de madera. Aquel monje satánico había depositado a su amada en el suelo frente a sus pies, sobre su pecho desnudo se cernía el filo de un cuchillo ritual... parecía que aquel monstruo había considerado apto aquel sacrificio y ese malnacido iba a efectuarlo.
Atracesó como un rayo el puente y cuando iba a arrancarle el corazón a aquel desgraciado se encendieron las luces de la habitación. Durante unos segundos Black Jackson se quedó deslumbrado.
Cuando recuperó la visión encontró a sus pies el cuchillo ensangrentado y a Afrodita ante él. La sangre le manaba indecentemente del corazón y sus ojos estaban entreabiertos, le sonreía y con sus último aliento le susurró Te quiero.
Los herculeos brazos de Black Jackson temblaban mientras sostenía el cuerpo sin vida de su único amor, deseando que aquellos tentáculos que flotaban a su alrededor se lo llevaran a el y la devolvieran a ella. Gritó con tanta fuerza que la garganta a punto estuvo de estallarle cuando vomitó toda su alma por ella en aquel rugido animal.

Treintaicinco fué el número exacto de policías que entraron en aquel lugar donde encontraron a Loco Jack rodeado de doce cadaveres -uno de ellos flotando en aquel líquido asqueroso- a los que no dudaron que había matado él. No se resistió al arresto, de hecho tuvieron que sacarlo a rastras porque ni siquiera quería caminar. Solo repetía sin apenas voz, una y otra vez te mataré, te mataré... como si fuera un mantra que lo mantuviera con vida.
La joven repartidora asiática que los había llevado hasta allí observó muda como se lo llevaban, aunque tenía mucho que decir.

martes, 12 de enero de 2010

CAPÍTULO 8.

EL DESCENSO.
Cuando las ruedas de la Harley empezaron a girar el asfalto de la calle se partió bajo ellas, como el mismo mar muerto abriendose ante Moisés. El rugido ensordecedor del motor hubiera hecho mearse en la cama al mismísimo KingKong.
Cuando Black Jackson le dió gas a aquel monstruo mecánico la tierra giró al revés durante unos segundos hasta que aquel trueno se dirigió calle abajo persiguiendo el cadillac rojo. Este atrabesó un cruce cuyo semáforo se puso en rojo tras él.
Black Jackson entornó los ojos tras sus oscuras gafas, estaba claro que ahora los policías corruptos controlaban las señales viales, pero eso no lo detendría. Nada le detendría hasta dar con Afordita.
Subió con su moto por la acera y embistió un pequeño Kiosco que se deshizo bajo sus ruedas tras una explosión de revistas y diarios que llenó toda la calle de aleteantes papeles. El techo del kiosco había salido despedido y había caido junto a la calle conviertiéndose en una improvisada rampa por la que saltar a casi ciento veinte kilometros por hora.
Como lanzados por una catapulta medieval, Black Jackson y su Harley emprendieron el vuelo, este desde dicha altura tenía mejor ángulo de tiro y empezó a disparar al cadillac consiguiendo acertarle en una rueda.

Decenas de conductores sacaron sus móviles para fotografiar al hombre desnudo que volaba por los aires con su scutter, disparando con una pistola de agua. El enfermero lo vió por el retrovisor, justo a tiempo para ver como su rueda trasera sufría un reventón. No era su día de suerte, eso seguro.

Black Jackson se fumó un cigarrillo durante el trayecto aéreo, para celebrar su buena puntería. Observó como el cadillac perdía durante un momento el control y viraba hacia la derecha. Se hubiera estrellado contra la pared si aquella esquina hubiera alojado cualquier otro negocio, pero salió a la calle continua atrabesando las dos cristaleras de un consecionario de Mustangs. Black Jackson seguía tan de cerca al cadillac que recibió un buen baño de cristales rotos, que recibió con la boca abierta. Se le había acabado el tabaco de mascar.
Durante un momento BJ creyó que lo seguían, pero tubo que olvidar esa sensación y concentrarse en la persecución ya que habían entrado derechos en una manifestación llena de hermanos de color.
Levantó el puño y les gritó "Black Power" mientras pasaba como un disparo por su lado e intentaba esquivar a los hermanos negros que le llovían del cielo.
Siempre intentando humillarnos malditos lechosos. llegó a decir al mismo tiempo que un contingente de unos doscientos coches patrullas hacían sonar las sirenas tras el. Eso le confirmaba sus sospechas, la policía estaba en el ajo.
Todo fué muy rápido, un momento tenía al cadillac delante y al siguiente este había entrado por una puerta secreta seguramente construida por alguna malvada organización secreta. La rueda trasera de la harley imprimió fuego en el suelo cuando derrapó para encarar tras el cadillac una rampa construida con maderas antiguas y lianas que se aferraba a la circular pared rocosa de lo que alguna vez debió de ser un volcán.
El arco de la propia rampa le dio ángulo de disparo a Black Jackson, que disparó a la ventanilla del conductor, sin lograr alcanzarlo pero haciendole perder el control. De esta forma el cadillac que daba vueltas sobre su propio eje, chocó de culo con la pared nada más salir de la rampa y la Harley que iba pegada a este se empotró en el parabrisas del coche lanzando a Black por los aires.

El enfermero salió maldiciendo de la ambuláncia sacándose una pistola de detrás del pantalón, abrió la puerta lateral y sacó a su rubísimamente desnuda prisionera. Empezaba a despertar de su puñetazo así que le dió otro mientras oteaba el inmenso sótano lleno de pilares para ver si conseguía ver a aquel jodido loco. Pero le resultaba bastante dificil ver nada con la cara llena de cristales por el maldito choque de aquella scutter. Sacó unas llaves mirando nerviosamente hacia los lados, abrió la puerta y escuchó el sonido de pared frotándose con pared.

Black Jacson se había escondido tras una gigantesca estalactita, aquello estaba lleno de ellas. Tenía a tiro a aquel cabrón hijo de puta, apenas pudo retener la tentación de disparar cuando lo vió volver a golpear a su diosa de ébano, a su Afrodita. Pero no podía arriesgarse a herirla. Escuchó como una puerta secreta se abría en alguna parte y contó los segundos quee tardaba en acabar su recorrido. Escuchó como aquel desgraciado intentaba cerrar la puerta tras de sí, pero esta había recibido parte del golpe del cadillac y no parecía estar por la labor así que desapareció con su amada por aquella puerta.
Jackson contó los segundos a medida que la puerta empezaba a cerrarse, debía de hacer creer que no iba tras ellos, esperarse al último momento. Y así lo hizo.
Cuando apenas faltaban unos diez segundos empezó a correr hacia aquella puerta tras la que encontró una pared desplazándose hacia el suelo. Apenas quedaba espacio y Jackson se lanzó de cabeza segundos antes de que el hueco desapareciese.

Unos minutos después unos patines se detenían en ese mismo lugar, descargando un auténtico vendabal de insultos y maldiciones en chino.

domingo, 10 de enero de 2010

CAPÍTULO 7.

EL DÍA DEL ANCIANO.
La mandíbula de la repartidora de comida china apunto estuvo de caersele al suelo cuando vió a un enfermero salir del hospital con una mujer desnuda cargada al hombro.
Estaba absorta observando como el enfermero la lanzaba como un saco de patatas por la ventanilla trasera -momentos antes de arrancar- cuando algo la empujó haciendola caer junto con todo su reparto. En la bolsa se podía leer "Comida pala lleval".
Millones de improperios e insultos se atragantaron en su bonita boca cuando se levantó del suelo y vió a un hombre desnudo -salvo una bata médica y accesorios de disfraz de todo a cien- subir en una moto en la que colgaban unas llaves del contacto. Su moto de reparto.

El exhibicionista retorció el manillar de la moto mientras el tubo expulsaba un balón de humo y la rueda trasera empezaba a girar con tal brutalidad que la moto empezó a desplazarse de lado. Segundos después el neumático logró aferrarse a la superfície del asfalto y la moto salió disparada hacia adelante como el mismo Halcón Milenario saltando al hiperespacio.
La moto iba sobre su rueda trasera de manera que parecía un caballo salvaje encabritado mientras que la bata de Loco Jack revoloteaba a su espalda. Parecía un jinete del apocalipsis venido para llevarse a toda alma viva o muerta de regreso al infierno.

Todo esto le importaba una mierda a la repartidora que iba a tener que pagar con su sueldo la comida del suelo. Y la moto. Así por encima unos quince años de sueldo.
Y daría igual lo que le contara a la dueña del restaurante chino, conocía a aquella cabrona lunática e insensible y no descansaría hasta recuperar su dinero. Por algo era su madre.

Empezó a correr por la acera -mientras maldecía en chino- esquivando y saltando personas, perros y carros de la compra hasta que vió que una niñita rubia y repipi se acercaba patinando mientras se comía una piruleta.
De una patada giratoria la niña salió volando tan rápido que sus patines -y durante unos cuantos segundos la sombra de la propia niña- se quedaron pegados sobre la acera. Se los ató rapidamente y se sumó a la persecución por la calle. Sabía que todas las cosas con ruedas se desplazaban a la misma velocidad. Lo había visto en Pacific Blue.

"Poom porrom poom" decía la inmensa tuba de la banda de música que presidía el desfile del Día del Anciano antes que la atropellara una ambulancia junto al oboe y al trombón, las noticias de aquel día mostrarían luego como un hombre desnudo perseguía una ambulancia con una scutter esquivando los músicos que caían del cielo.
Media docena de sirenas empezaron a sonar al final del desfile y al momento seis coches patrullas llenos de policías aburridos se apuntaban a la persecución.
El parachoques trasero de uno de estos coches se enganchó a una carroza llena de ancianos, pero no por ello cejó en su empeño persecutorio.

La persecución ya era en si misma un desfile cuando la ambulancia tras un buen bandazo se metió en un enorme parking, la scutter de Loco Jack derrapó tras ella esquivando una cristalera y a sus operarios pero atravesando de lleno una parada de fruta antes de entrar a el parking.
Al cabo de un minuto los coches policiales pasaron como una exhalación por delante de la entrada del parking. No es que no les hubiesen visto entrar sino que por la radio habían dado un aviso de máxima urgéncia a todas las unidades: descuentos del 80% en el DonKing Donuts.

La repartidora de comida china llegó al parking siguiendo el rastro de ancianos decrépitos que se habían ido callendo de la carroza. Incluso había conseguido esquivar alguno. Su instinto femenino -y las marcas del suelo del derrape de la moto- le dijeron que en aquel lugar estaba su moto. Y así fué.
En el último de los sotanos inferiores la encontró atravesada en el parabrisas de la ambulancia. Cientos de insultos comenzaron a brotar de su pequeña boca, los vehículos estaban vacíos y necesitaba el número del seguro de aquel loco o tendría que hacerse cargo de las reparaciones de la scutter. Observó que un rastro de sangre en el suelo llevaba del asiento del conductor a la puerta trasera de la ambulancia y de esta a una puerta de la pared. Entró por esta última, era un pequeño trastero sin ninguna otra puerta que la que ella aferraba con sus manos.

Mielda.