domingo, 10 de enero de 2010

CAPÍTULO 7.

EL DÍA DEL ANCIANO.
La mandíbula de la repartidora de comida china apunto estuvo de caersele al suelo cuando vió a un enfermero salir del hospital con una mujer desnuda cargada al hombro.
Estaba absorta observando como el enfermero la lanzaba como un saco de patatas por la ventanilla trasera -momentos antes de arrancar- cuando algo la empujó haciendola caer junto con todo su reparto. En la bolsa se podía leer "Comida pala lleval".
Millones de improperios e insultos se atragantaron en su bonita boca cuando se levantó del suelo y vió a un hombre desnudo -salvo una bata médica y accesorios de disfraz de todo a cien- subir en una moto en la que colgaban unas llaves del contacto. Su moto de reparto.

El exhibicionista retorció el manillar de la moto mientras el tubo expulsaba un balón de humo y la rueda trasera empezaba a girar con tal brutalidad que la moto empezó a desplazarse de lado. Segundos después el neumático logró aferrarse a la superfície del asfalto y la moto salió disparada hacia adelante como el mismo Halcón Milenario saltando al hiperespacio.
La moto iba sobre su rueda trasera de manera que parecía un caballo salvaje encabritado mientras que la bata de Loco Jack revoloteaba a su espalda. Parecía un jinete del apocalipsis venido para llevarse a toda alma viva o muerta de regreso al infierno.

Todo esto le importaba una mierda a la repartidora que iba a tener que pagar con su sueldo la comida del suelo. Y la moto. Así por encima unos quince años de sueldo.
Y daría igual lo que le contara a la dueña del restaurante chino, conocía a aquella cabrona lunática e insensible y no descansaría hasta recuperar su dinero. Por algo era su madre.

Empezó a correr por la acera -mientras maldecía en chino- esquivando y saltando personas, perros y carros de la compra hasta que vió que una niñita rubia y repipi se acercaba patinando mientras se comía una piruleta.
De una patada giratoria la niña salió volando tan rápido que sus patines -y durante unos cuantos segundos la sombra de la propia niña- se quedaron pegados sobre la acera. Se los ató rapidamente y se sumó a la persecución por la calle. Sabía que todas las cosas con ruedas se desplazaban a la misma velocidad. Lo había visto en Pacific Blue.

"Poom porrom poom" decía la inmensa tuba de la banda de música que presidía el desfile del Día del Anciano antes que la atropellara una ambulancia junto al oboe y al trombón, las noticias de aquel día mostrarían luego como un hombre desnudo perseguía una ambulancia con una scutter esquivando los músicos que caían del cielo.
Media docena de sirenas empezaron a sonar al final del desfile y al momento seis coches patrullas llenos de policías aburridos se apuntaban a la persecución.
El parachoques trasero de uno de estos coches se enganchó a una carroza llena de ancianos, pero no por ello cejó en su empeño persecutorio.

La persecución ya era en si misma un desfile cuando la ambulancia tras un buen bandazo se metió en un enorme parking, la scutter de Loco Jack derrapó tras ella esquivando una cristalera y a sus operarios pero atravesando de lleno una parada de fruta antes de entrar a el parking.
Al cabo de un minuto los coches policiales pasaron como una exhalación por delante de la entrada del parking. No es que no les hubiesen visto entrar sino que por la radio habían dado un aviso de máxima urgéncia a todas las unidades: descuentos del 80% en el DonKing Donuts.

La repartidora de comida china llegó al parking siguiendo el rastro de ancianos decrépitos que se habían ido callendo de la carroza. Incluso había conseguido esquivar alguno. Su instinto femenino -y las marcas del suelo del derrape de la moto- le dijeron que en aquel lugar estaba su moto. Y así fué.
En el último de los sotanos inferiores la encontró atravesada en el parabrisas de la ambulancia. Cientos de insultos comenzaron a brotar de su pequeña boca, los vehículos estaban vacíos y necesitaba el número del seguro de aquel loco o tendría que hacerse cargo de las reparaciones de la scutter. Observó que un rastro de sangre en el suelo llevaba del asiento del conductor a la puerta trasera de la ambulancia y de esta a una puerta de la pared. Entró por esta última, era un pequeño trastero sin ninguna otra puerta que la que ella aferraba con sus manos.

Mielda.

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