martes, 19 de enero de 2010

CAPÍTULO 11.

MIERCOLES.
Llamaron a la puerta por segunda vez. La puerta tembló a la tercerá y esta vez el seco ruido si llegó a los oidos de la inquilina.
Dos ojos tan finos como cuchillas se abrieron. Li Lee se despertó abrazada a su almohada como una gata sobre sus sábanas, estas ahora hacían la función de improvisada alfombra sobre el suelo lleno de ropa súcia. Su cama ocupaba la mitad de aquella habitación pero siempre se despertaba en el suelo.
Estiró la mano hacia arriba y tras varios manotazos en busca del despertador este le cayó sobre la cabeza y empezó a sonar sobre el suelo por el golpe.
Las diez y cuarenta de la mañana. El maldito despertador no había sonado. Los siguientes golpes en la puerta de la entrada hicieron temblar las paredes. Conocía a su madre, si no abría la puerta inmediatamente la tiraría abajo.
Se levantó y salió corriendo y saltando por encima de la infinidad de vasijas que tenía repartidas por el suelo. Llegó a la puerta casi sin aliento y la abrió de golpe.

A ambos policías se les formó una sonrisa al ver a aquella joven en ropa interior, ambos pensaron que la comida basura americana hacía milagros en la fisonomía asiática. La sonrisa se les borró con un portazo que les hizo temblar los dientes.

Li Lee empezó a maldecir en chino, había acabado de darles con la puerta en las narices a dos policías. Se sintió tonta por haber pensado que era su madre y haber abierto en ropa interior. Soltando tacos indescifrables saltó otra vez sobre las vasijas y se lanzó de cabeza dentro del armario de su habitación. Allí tuvo una lucha a muerte con su ropa que salía volando en todas direcciones.

Una sonriente Li Lee vestida con su uniforme de repartidora abrió la puerta. Hola. Su sonrisa era tan verdadera como una moneda triangular. Uno de lo dos policías era un hombre canoso de media edad, el otro un apuesto joven hispano. Li se lo quedó mirando mordiendose el labio inferior.
Para su decepción fué el otro policía quién le habló mientra le entregaba un sobre.
Esto es una citación para los juzgados. Dijo secamente mientras -paradójicamente- se le escapaba una sonrisita torcida. La mirada que le lanzó Li se la borró de la cara y hizo que su compañero, el hispano, soltara un amago de carcajada que transformó burdamente en una tos.
Firmó el acuse de recibo y aquellos dos policías desaparecieron así que cerró la puerta tras de sí y se dejó caer en el suelo. Cientos de ideas le pasaron por la mente; quizás habían detectado su IP mientras se descargaba peliculas de internet, o puede que sus papeles no estuviesen en regla y quisieran enviarla a china.
Abrió el sobre y leyó la carta mientres entrecerraba los ojos, que ahora eran apanas una fina linea de pestañas. Suspiró tranquila al ver que aquello no tenía nada que ver con ella, era sobre aquel loco que le había intentado robar la moto hacía unas semanas. Unos escalofríos le recorrieron la espalda al recordar los sucesos de aquel día,pero no tenía tiempo para pensar en ello así que dobló el sobre y se lo guardó en la camiseta. Bajó las escaleras saltando los peldaños de tres en tres.
Volvió a subirlas corriendo y envenenando el aire con insultos que harían llorar hasta a las paredes si estas los entendieran. Al cabo de unos minutos bajaba otra vez -casi sin respiración- pero con las llaves de su scutter. Salió quemando rueda del aparcamiento agachándose para no golpearse con la puerta del garaje.
Salió a la calle y observó el frenesí que reinaba en las calles, con cientos de mujeres invandiendo las tiendas y corriendo por las aceras.Era el primer día de rebajas.
En aquellas fechas casi todas las compañías sacaban sus nuevos productos. Era una buena estrategia, una tirada corta de una nueva revista, un lanzamiento de tanteo de una nueva cerbeza o de una nueva colonia... Todo se agotaba siendo rebajas y lanzándolo a buén precio. Si no funcionaba las perdidas eran practicamente nulas, si lo hacía podían sacar una tirada más larga a mayor precio. Li había estudiado Gestión y era una contable excelente, algún día heredaría el negocio de su madre lo cual se debería traducir en un trato extra por parte de esta, pero no. Su madre quería que probara todos los puestos de trabajo -"Solo puedes dominal lo que conoces"-, había sido pinche de cocina y luego cocinera. Aún recordaba cuando llegaba a casa oliendo a aceite y sofritos, ahora en cambio olía a asfalto y gasolina. No parecía haber mejorado mucho.
Su madre salió a interceptarla nada más escuchó su moto, así que Li -que estaba parada en un semáforo en rojo- veía a su madre como un puntito amarillo saltando a dos manzanas de distancia. Apenas la veía, pero la escuchaba perfectamente, sus gritos retumbaban en la enorme avenida, acallando el ruido de los motores.
Bajo su casco se puso roja, pero no de vergüenza, sino de ira. Arrancó sin siquiera esperar a que el semaforo se pusiera en verde obligando a dar bruscos frenazos a varios coches. Se levantó la visera para empezar a gritar también y ambas acapararon toda la atención de la avenida, nadie entendía que decían, pero por el tono parecía que iban a sacar una pistola y inflarse a tiros.
Y la discusión fué a peor, Li y su madre - que era la viva imagen de Li si a esta le añadíesen canas, arrugas y le quitasen las tetas- se gritaban con los rostros tan pegados que sus narices se oprimían como en un saludo esquimal. Sin dejar de gritar Li tiró el casco al suelo y su madre le dió un bofetazo. Ambas callaron.
Toda la calle quedó en silencio.

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