viernes, 11 de diciembre de 2009

CAPÍTULO 3

AL Y LOS IDIOTAS.
Al y los dos idiotas observaban en total silencio a través de los huecos del mobiliario. Intentaban comprender que cojones estaban haciendo aquellas rubias. A Alicia al principio le había parecido una fiesta de "paisano" organizada por Play Boy, pues todas eran rubísimas y esculturales por lo único que solo podía distinguir a unas de otras era por sus atuendos. Casi todas vestían con ropas de hombres que les venían anchas de algunos sitios y pequeñas de otros, algunas otras vestían como mujeres, unas menos de azafatas e incluso de piloto y por último algunas iban casi desnudas.

Pero eso no era lo extraño, lo realmente raro es que cuando las rubias ya casi habían llegado a su posición, sin parar de reir estúpidamente, de la entrada del local habían escuchado un gritito y una risilla más histérica y tonta aún que la del propio grupo.
La última en entrar -que vestía solo unos gallumbros grises y unas horrorosas pantuflas- se había quedado justo debajo de la puerta automática y esta al cerrarse, chocaba contra sus dos tetas con un sonoro ¡puf!, momento en que todas las rubias -que le habían hecho una especie de coro alrededor para verla mejor- reían casi hipando. Cuando las puertas mecánicas se abrían todas quedaban en silencio, casi aguantando la respiración, con sus diminutas mentes intentando adivinar si aquel prodigio, aquel milagro volvería a repetirse. Parecía que el que ha hubiera sucedido unas doscientas veces no llegaba a sentar precedente en sus cerebros, de manera que cada vez que las puertas automáticas hacian sandwich de tetas todas reían como histéricas.
Silencio,¡puf!,risas histéricas.
Silencio,¡puf!,risas histéricas.
Eso habían sido las tres últimas horas de Al y los dos idiotas.

Mientras habían intentado buscar el water que se enontraba en alguna parte a sus espaldas, sumido en la oscuridad, sin encontrarlo. Al final habían decidido salir en silencio de la barricada tras el siguiente ¡puf! e internarse tras la barra.

Así lo hicieron, se internaron gateando tras la barra. Al iba primera, los otros dos detrás peleándose por ir tras ella para poder ver su culo en primer plano. Ella hizo una parada en la caja y hurgó bajo la misma hasta encontrar una caja de cartuchos para Cazamamuts.
El viejo mecánico llego tras Al y la imitó, como si la realidad fuera a generar otra escopeta y otra caja de cartuchos solo para él. Lo que encontró fué una extraña seta de plástico que pulsó por si acaso.

La alarma empezó a sonar, el suministro eléctrico desapareció y con él los pocos puntos de luz que iluminaban el local, como los leds de la televisión, de la rádio y de todas las máquinas eléctricas. La puerta automática se detuvo en el instante mismo que había hecho ¡puf! dejándo atrapada a la rubia de los gallumbos grises y a las otras rúbias sin diversión.
Esta vez no hubo risas y cuando el alumbrado de emergéncia se encendió sobre las cabezas de Al y los dos idiotas, señalándolos con su haz luminoso, veinticinco melenas rubias se giraron en esa dirección y medio centenar de ojos azules cayeron sobre ellos. El mostrador tras de sí, pese a estar roto parcialmente, les reflejaba delatándolos.

Alicia había intentando ayudar a los dos idiotas, pese a que estos habían intentado matarla, pero ahora si quería vivir había llegado el momento de soltar lastre.

Mientras las rubias saltaban por encima de la barra para caer sobre ellos -salvo algunas de las rubias que se habían puesto a bailar entre ellas encima de la barra- Al había sacado su mechero y había lanzado este sobre la barra, que al momento se convirtió en una enorme flameado de madera y rubias.
Al saltó sobre la barra atravesando el fuego que se prendió en su ropa, rodó por el suelo para apagarlo y chocó contra la mesa de billar.
Ouch!
Saltó la barricada maldiciendo entre dientes, con dos cartuchos sobresaliendo de su boca, como dos horribles y deformados dientes vampíricos. Repuso el cartucho usado mientras levantaba la cabeza.
Lo que vió no le gustó, tenía ya a todas aquellas guarras delante de la barricada.

Juorid Jutas dijo Al antes de disparar a Cazamamuts y desintegrar media barricada, lanzar por el aire la mesa de billar y bañar con pólvora, astillas y sangre a más de la mitad de aquellas zorras. Toda la primera línea de aquel ejército de rúbias se había convertido en puré rojo salpicado por todo el bar. De ellas solo quedaban los pies.

El brutal retroceso del arma la había estampado contra la pared, donde la culata de la escopeta se había incrustado en algo y no podía moverla. Sin poder apuntar con ella solo pudo esperar a que las maltrechas supervivientes se acercaran a ella.
Así lo hizo, temblando de miedo y aguantando la respiración esperó a tener delante de ella a aquel montón de fúrcias y entonces usó el segundo disparo.
Las cabezas de las rubias salieron volando como tapones de botellas de champán tras descorcharlos, los miembros, entrañas y pechos cercenados salieron volando dispersándose por todo el bar quedándose colgados del techo y las paredes.

Al se despertó en el suelo de una habitación blanca, intentó hacer memoria, la habitación tenía bidé, meaderos. Se frotó la cabeza, mientras observaba la puerta de madera abierta, en la misma había atravesada una escopeta como si de una lanza se tratara. Parecía que esta vez el retroceso había sido mucho mayor. Se miró la mano con la que se había frotado la cabeza, en ella había sangre. Intentó levantarse pero no pudo. Su cuerpo no le respondía. Desde su posición en el suelo, entre dos meaderos, observó como una rúbia entraba por la puerta riendo.

De ella solo se podía distinguir unas enormes gafas de pasta que se le resbalaban por la cara ya que su cuerpo era una crepitante antorcha de fuego.

Jierda dijo escupiendo el cartucho.

No hay comentarios: