Este Libro tiene sentido de lectura oriental. Por lo que el capítulo que hay bajo este es el ÚLTIMO de la primera temporada y no el primero, así que si no quieres AutoSpoilearte mejor vas al primero de todos los posts. Si empiezas por allí y llegas hasta este otra vez ¡¡es que tienes mucho estomago querido lector -o lectora-.
Avisad@s quedais!!
viernes, 15 de abril de 2011
martes, 12 de abril de 2011
EPILOGO DE LA PRIMERA TEMPORADA.
El camión se detuvo en la autopista frente a un edificio demolido. Apenas había coches y a unos kilómetros habían dejado el último control formado por dos tanques abandonados. En la lejanía aún se vislumbraba la silueta de una enorme seta atómica barrida por el viento y recortada por su camión. Dentro del mismo se encontraba una china experta con las espadas, un policía novato, un juez veterano de la segunda guerra mundial, un loco que se creía negro, una holandesa errante, dos soldados gays, un bebe sin nombre y el presidente de los estados unidos. Todos ellos supervivientes del holocausto blondi.
Al saltó el muro de la autopista y se dirigió a las ruinas del edificio, la sirena de una huemante ambulancia aún lanzaba lastimeros aullidos. Ella empezó a buscar entre los despojos, las piedras, la ceniza y los cascotes.
Diez minutos después encontraba lo que buscaba, una enorme escopeta, sucia pero igual de mortal que la última vez que la blandió: La cazamamuts.
Ahora sí que estamos todos suspiró Al. Les quedaba mucho camino por delante.
Al saltó el muro de la autopista y se dirigió a las ruinas del edificio, la sirena de una huemante ambulancia aún lanzaba lastimeros aullidos. Ella empezó a buscar entre los despojos, las piedras, la ceniza y los cascotes.
Diez minutos después encontraba lo que buscaba, una enorme escopeta, sucia pero igual de mortal que la última vez que la blandió: La cazamamuts.
Ahora sí que estamos todos suspiró Al. Les quedaba mucho camino por delante.
CAPITULO 25
MASCHINEGEWEHR NO ES NOMBRE DE CERVEZA.
Sanne reprimió un grito de dolor cuando aquel animal la lanzó contra el frío y sucio suelo de aquel cuartucho trastero. Lo que más le dolía, más que la inminente violación de aquel nazi gigantesco, era la traición de su jefe. Ella había sido una trabajadora incansable, leal y eficaz. Más allá incluso del tema laboral lo había considerado casi como un padre, aquel viejo estirado la había sacado del reformatorio y ella le había compensado siendo ejemplar en todos los aspectos de su vida. Había dejado atrás bandas, robos, violencia y familia para dedicarse en cuerpo y alma a trabajar en aquellos juzgados, bajo las ordenes de aquel hombre que defendía la ley y la justicia como si fueran sangre de sus entrañas. Los dos habían tenido un pasado lleno de violencia y Sanne creía que ambos lo habían dejado atrás...pero parecía haberse equivocado con el Juez.
Un puñetazo de aquel béstia la despertó de sus ensoñaciones lanzándola contra el suelo justo al mismo tiempo que afuera en el parking León recibia un navajazo en el costado, al que respondió de un cabezazo que hundió el tabique nasal de aquel nazi. Este cayó seco, muerto, con el cerebro atravesado por el hueso de la nariz, mientras que el joven –que nunca hasta ese momento había matado a nadie- se quitaba el cuchillo de su propio cuerpo. Alrededor de la pelea de Leon se había formado un círculo de nazis ociosos que aguardaban su turno para hacérselo con la holandesa del cuarto trastero.
No pareció importarles que uno de ellos hubiera muerto, la única respuesta fue que otro de ellos salió del grupo con una barra de hierro en la mano y se dirigió al centro, se colocó delante del policía y se puso en posición de batear.
Al menos dejamé que te lo ponga... dijo Sanne a aquel grandullón que se había acabado de quedar desnudo ante ella con su cosa apuntando hacia ella.
Está bien. Le gruñó el musculoso nazi para luego empezar a reir, le encantaba que fueran tan sumisas, que se dieran por vencidas ante su poder. Sanne abrió temblando la cajita de condones que el Juez le había dado y lejos de encontrar ninguna gomita lo único que había era hilo de pescar. ¿Pero que...?
La barra de hierro silvó sobre la cabeza de León que se agachó justo a tiempo para esquivarla, desde esa posición dio un potente salto para golpear de lleno la mandibula del nazi con su cabeza. Se escuchó un horrible Clac tras el cual una decena de dientes y una lengua cercenada por los mismos cayeron al suelo mientras el segundo nazi perdía la conciencia. León se cambió inmediatamente de mano la navaja mientras cogía la barra con su diestra. Dos nazis salieron del círculo, uno de ellos con una cadena y otro con una bate de beisbol. El sudor le picaba en los ojos a León, que no tenía ni un solo segundo para secárselo.
El nazi sonrió al sentir las cálidas manos de Sanne en su miembro, aunque pronto notó una sensación como de algo frío sobre él. Cuando bajó la mirada vió como tenía enrollada en su polla una especie de hilo plateado.
Ni siquiera llegó a formarse en su cabeza la pregunta, Sanne abrió los brazos violentamente como si quisiera apretar bien fuerte un nudo. Lo hizo con tanta fuerza que el hilo de pescar le hizo profundos cortes en la mano y cortó en rodanchas de chorizo el pene de aquel maldito desgraciado. Este apenas pudo lanzar un chillidito de rata antes de caer de rodillas sin respiración.
Sanne nisiquiera lo dudó, no pensaba darle ni un solo segundo para recuperarse. Pasó el hilo de pescar alredor del cuello del nazi castrado y empezó a tirar con todas sus fuerzas.
El primer cadenazo golpeó a León justo en las costillas donde tenía la herida de navaja, la cadena se enrolló en su cintura y de un tirón lo lanzaron hacia delante, justo para recibir el golpe de bate en plena cara. Tras el impacto León sintió el salado gusto de la sangre en su garganta y como le flanqueaban las piernas. Cayó de rodillas y recibió otro golpe de bate en el hombro y una patada en el estómago.
Se dobló sobre si mismo por el dolor y eso le permitió ver, entre el hueco de las piernas de aquellos nazis, que una rúbia vestida con un mono naranja y con un disparo en la cabeza, estaba hechada en el suelo morreando a uno de aquellos nazis. Este no podía gritar y movía las manos violentamente.... pero el grupo estaba demasiado ocupado viendo la pelea para hacerle caso.
León rodó por el suelo liberándose de la cadena y esquivando al bate que estalló en astillas al golpear el suelo.
Mientras rodaba se dio cuenta de que más allá de la rubia presidiaria que una vez fuera Leroy, había varias rubias más en el suelo, reincorporándose a las espaldas del grupo. Todas en topless luciendo tatuajes nazis. Desdeluego la zorra que una vez fuera Leroy no había perdido el tiempo.
Quedate aquí. Le dijo el Juez a Li, dándole el bebé. Ella lo observó con desconfianza, pero esta desapareció cuando el mismo le dio la Luger. Recordó que con esa misma pistola había disparado a Leroy y la desconfianza, ese animal tan escurridizo, volvió renovada. El Juez simplemente la miró-sin decir nada- mientras cogía del suelo de la furgoneta una Maschinegewehr.
Aquella ametralladora debía tener tantos años o más que la Luger, Li la había visto en las viejas películas de guerra. Unas ametralladoras aparatosas con un cañón demasiado largo y dos patas que formaban una enorme V invertida casi al final del mismo. Cuando abrió la puerta del vehiculo y oprimitó el gatillo la furgoneta empezó a temblar como si fuera uno de esos vehículos tuneados que salen en las películas de rap.
Fue una suerte que León estuviera en el suelo, o quizás su caída fuera la señal de partida de aquel infierno. Pero la lluvia de metralla fue tan brutal que evaporó la mitad superior de aquellos nazis que parecían estallar como fruta podrida, el sonido de la ametralladora creaba tal eco en aquel sótano que parecía que era un ejercito entero el que disparaba. Trozos de carne, astillas de hueso, humo de sangre, placas de pared, piedras de hormigón, papel de pintura, todo saltando por todas partes como fuegos artificiales.
Cuando el último casquillo cayó en el interior de la furgoneta León se encontraba cubierto de carne picada. Intentó ponerse de pie, moverse, gritar... pero estaba en shock. Una figura femenina fue corriendo hacia él y lo abrazó para luego besarlo.
O casi besarlo. León había recuperado la conciencia y aunque aún no podía moverse si vió que la mujer que casi lo había besado era la rubia que una vez fuera Leroy, por alguna razón, mantenía su rostro y sus labios a unos centímetros de los suyos.
Quítate de ahí, ¡ya! Gritó la holandesa que con su bikini metálico de Star Wars parecía salida de una película de conan, sus manos goteaban sangre y de ellas salía un filo hilo, casi invisible salvo por las partes que estaba manchado de sangre. Este hilo era lo único que separaba los labios de aquella sicópata rubia de los de Leo. Sanne tiraba con fuerza hacia atrás pero aquella zorra era mucho más fuerte de lo que parecía.
No ayudó en nada el par de rubias nazis que se arrastraban sin piernas hacia Sanne. Aunque antes de que estas llegaran al lugar, Li apartó la cabeza de aquella rubia de una buena patada. Es mío pel-la. Le gritó enfadada mientras arrastraba a León hacia la furgoneta.
Sanne la ayudó en el último tramo y cuando lo subieron el vehículo arrancó con el Juez al volante.
Cinco minutos más tarde el vehículo atravesaba la puerta del garaje y chocaba con un camión conducido por una rubia. El primer disparo de la Luger le voló un trozo de flequillo, el segundo resonó en el aire, desviado por Li. Esta sonrió al escuchar quejarse a Aele.
Joder, necesito ese puto tinte ya.
Sanne reprimió un grito de dolor cuando aquel animal la lanzó contra el frío y sucio suelo de aquel cuartucho trastero. Lo que más le dolía, más que la inminente violación de aquel nazi gigantesco, era la traición de su jefe. Ella había sido una trabajadora incansable, leal y eficaz. Más allá incluso del tema laboral lo había considerado casi como un padre, aquel viejo estirado la había sacado del reformatorio y ella le había compensado siendo ejemplar en todos los aspectos de su vida. Había dejado atrás bandas, robos, violencia y familia para dedicarse en cuerpo y alma a trabajar en aquellos juzgados, bajo las ordenes de aquel hombre que defendía la ley y la justicia como si fueran sangre de sus entrañas. Los dos habían tenido un pasado lleno de violencia y Sanne creía que ambos lo habían dejado atrás...pero parecía haberse equivocado con el Juez.
Un puñetazo de aquel béstia la despertó de sus ensoñaciones lanzándola contra el suelo justo al mismo tiempo que afuera en el parking León recibia un navajazo en el costado, al que respondió de un cabezazo que hundió el tabique nasal de aquel nazi. Este cayó seco, muerto, con el cerebro atravesado por el hueso de la nariz, mientras que el joven –que nunca hasta ese momento había matado a nadie- se quitaba el cuchillo de su propio cuerpo. Alrededor de la pelea de Leon se había formado un círculo de nazis ociosos que aguardaban su turno para hacérselo con la holandesa del cuarto trastero.
No pareció importarles que uno de ellos hubiera muerto, la única respuesta fue que otro de ellos salió del grupo con una barra de hierro en la mano y se dirigió al centro, se colocó delante del policía y se puso en posición de batear.
Al menos dejamé que te lo ponga... dijo Sanne a aquel grandullón que se había acabado de quedar desnudo ante ella con su cosa apuntando hacia ella.
Está bien. Le gruñó el musculoso nazi para luego empezar a reir, le encantaba que fueran tan sumisas, que se dieran por vencidas ante su poder. Sanne abrió temblando la cajita de condones que el Juez le había dado y lejos de encontrar ninguna gomita lo único que había era hilo de pescar. ¿Pero que...?
La barra de hierro silvó sobre la cabeza de León que se agachó justo a tiempo para esquivarla, desde esa posición dio un potente salto para golpear de lleno la mandibula del nazi con su cabeza. Se escuchó un horrible Clac tras el cual una decena de dientes y una lengua cercenada por los mismos cayeron al suelo mientras el segundo nazi perdía la conciencia. León se cambió inmediatamente de mano la navaja mientras cogía la barra con su diestra. Dos nazis salieron del círculo, uno de ellos con una cadena y otro con una bate de beisbol. El sudor le picaba en los ojos a León, que no tenía ni un solo segundo para secárselo.
El nazi sonrió al sentir las cálidas manos de Sanne en su miembro, aunque pronto notó una sensación como de algo frío sobre él. Cuando bajó la mirada vió como tenía enrollada en su polla una especie de hilo plateado.
Ni siquiera llegó a formarse en su cabeza la pregunta, Sanne abrió los brazos violentamente como si quisiera apretar bien fuerte un nudo. Lo hizo con tanta fuerza que el hilo de pescar le hizo profundos cortes en la mano y cortó en rodanchas de chorizo el pene de aquel maldito desgraciado. Este apenas pudo lanzar un chillidito de rata antes de caer de rodillas sin respiración.
Sanne nisiquiera lo dudó, no pensaba darle ni un solo segundo para recuperarse. Pasó el hilo de pescar alredor del cuello del nazi castrado y empezó a tirar con todas sus fuerzas.
El primer cadenazo golpeó a León justo en las costillas donde tenía la herida de navaja, la cadena se enrolló en su cintura y de un tirón lo lanzaron hacia delante, justo para recibir el golpe de bate en plena cara. Tras el impacto León sintió el salado gusto de la sangre en su garganta y como le flanqueaban las piernas. Cayó de rodillas y recibió otro golpe de bate en el hombro y una patada en el estómago.
Se dobló sobre si mismo por el dolor y eso le permitió ver, entre el hueco de las piernas de aquellos nazis, que una rúbia vestida con un mono naranja y con un disparo en la cabeza, estaba hechada en el suelo morreando a uno de aquellos nazis. Este no podía gritar y movía las manos violentamente.... pero el grupo estaba demasiado ocupado viendo la pelea para hacerle caso.
León rodó por el suelo liberándose de la cadena y esquivando al bate que estalló en astillas al golpear el suelo.
Mientras rodaba se dio cuenta de que más allá de la rubia presidiaria que una vez fuera Leroy, había varias rubias más en el suelo, reincorporándose a las espaldas del grupo. Todas en topless luciendo tatuajes nazis. Desdeluego la zorra que una vez fuera Leroy no había perdido el tiempo.
Quedate aquí. Le dijo el Juez a Li, dándole el bebé. Ella lo observó con desconfianza, pero esta desapareció cuando el mismo le dio la Luger. Recordó que con esa misma pistola había disparado a Leroy y la desconfianza, ese animal tan escurridizo, volvió renovada. El Juez simplemente la miró-sin decir nada- mientras cogía del suelo de la furgoneta una Maschinegewehr.
Aquella ametralladora debía tener tantos años o más que la Luger, Li la había visto en las viejas películas de guerra. Unas ametralladoras aparatosas con un cañón demasiado largo y dos patas que formaban una enorme V invertida casi al final del mismo. Cuando abrió la puerta del vehiculo y oprimitó el gatillo la furgoneta empezó a temblar como si fuera uno de esos vehículos tuneados que salen en las películas de rap.
Fue una suerte que León estuviera en el suelo, o quizás su caída fuera la señal de partida de aquel infierno. Pero la lluvia de metralla fue tan brutal que evaporó la mitad superior de aquellos nazis que parecían estallar como fruta podrida, el sonido de la ametralladora creaba tal eco en aquel sótano que parecía que era un ejercito entero el que disparaba. Trozos de carne, astillas de hueso, humo de sangre, placas de pared, piedras de hormigón, papel de pintura, todo saltando por todas partes como fuegos artificiales.
Cuando el último casquillo cayó en el interior de la furgoneta León se encontraba cubierto de carne picada. Intentó ponerse de pie, moverse, gritar... pero estaba en shock. Una figura femenina fue corriendo hacia él y lo abrazó para luego besarlo.
O casi besarlo. León había recuperado la conciencia y aunque aún no podía moverse si vió que la mujer que casi lo había besado era la rubia que una vez fuera Leroy, por alguna razón, mantenía su rostro y sus labios a unos centímetros de los suyos.
Quítate de ahí, ¡ya! Gritó la holandesa que con su bikini metálico de Star Wars parecía salida de una película de conan, sus manos goteaban sangre y de ellas salía un filo hilo, casi invisible salvo por las partes que estaba manchado de sangre. Este hilo era lo único que separaba los labios de aquella sicópata rubia de los de Leo. Sanne tiraba con fuerza hacia atrás pero aquella zorra era mucho más fuerte de lo que parecía.
No ayudó en nada el par de rubias nazis que se arrastraban sin piernas hacia Sanne. Aunque antes de que estas llegaran al lugar, Li apartó la cabeza de aquella rubia de una buena patada. Es mío pel-la. Le gritó enfadada mientras arrastraba a León hacia la furgoneta.
Sanne la ayudó en el último tramo y cuando lo subieron el vehículo arrancó con el Juez al volante.
Cinco minutos más tarde el vehículo atravesaba la puerta del garaje y chocaba con un camión conducido por una rubia. El primer disparo de la Luger le voló un trozo de flequillo, el segundo resonó en el aire, desviado por Li. Esta sonrió al escuchar quejarse a Aele.
Joder, necesito ese puto tinte ya.
CAPITULO 24
LA FIESTA DE FIN DE MUNDO.
La limusina se detuvo delante del imponente avión con una brusca frenada que salpicó de piedras a los hombres que allí esperaban. En cualquier otra ocasión lucirían impecables, perfectos, pero todos vestían desaliñados, con sus uniformes a medio abrochar y con el aspecto de alguien que acaba de ser arrollado por una apisonadora. Todos se cuadraron saludando al unísono hacia la puerta que se abría, de ella salieron primero dos soldados apostándose de rodillas a ambos lados de la puerta, como si el lugar no fuera lo suficientemente seguro.
A la docena de soldados y el par de pilotos cuadrados ante el presidente delante del A.F.O no pareció gustarles aquello, era como echarles por tierra, como si con ellos no bastara para tener aquel pequeña pista de aterrizaje asegurada.
El capitán dio un paso adelante sin abandonar su postura.
Primera Dama y Primer Caniche a bordo. Listos para partir.
El presidente asintió sin mirarles, caminó hacia la escalerilla cabizbajo maldiciendo a algo que llevaba entre las manos. Al final le pasó el objeto a uno de los dos guardias que le flanqueaban.
Pásame la pantalla. Es una orden. Y de esta guisa el presidente Osama empezó a subir la escalerilla del Air Force One, con uno de sus guardaespaldas apuntando nerviosamente hacia cada rincón y con el otro recolectando estrellitas para la primera pantalla del Super Mario DS.
Cuando el presidente entró con paso firme dentro del aparato, lejos de escucharse sus varoniles zapatos machacando el suelo con un sonido atronador lo que retumbó dentro del aparato fue un lastimero aullido. Bajo del zapato izquierdo del presidente se había fraguado la desgracia.
El Primer Caniche había muerto.
Se dispararon salvas en su honor, se hizo un desfile de doce soldados, dos pilotos y un guardaespaldas. Si la devastación rubia no barría a la humanidad seguramente algún día se escribirían increíbles gestas de cómo este valiente caniche había dado su canina vida por su país. Se honraría su memoria bautizando con su nombre –Pirrupuchiminí- a alguna ciudad árabe tras ser bombardeada y reconstruida por el país de la Libertad.
Fue un momento realmente entrañable -incluso el presidente lloró- cuando el segundo guardaespaldas le devolvió su DS con todas las estrellitas recolectadas.
Así que tras perder estúpidamente el tiempo y avisar a todo ser viviente de que se encontraban allí, el Air Force One emprendió el vuelo hacia un lugar seguro. Todo estaba planeado a la perfección pero a las dos horas, cinco minutos y tres segundos de viaje sobrevino la tragedia.
La Nintendo DS del Presidente se quedó sin pilas. Maldeció a todos los chinos por haber construido un artefacto así. Buscó a alguno de los soldados pero ni siquiera encontró a sus propios guardaespaldas. Quizás estuviesen preparándole alguna sorpresa, algo como una fiesta de fin de mundo, así que decidió no molestarles.
En ese momento se acordó de que aún no había visitado a su mujer así que se fue al dormitorio, cuando abrió la puerta le pareció ver durante unos segundos a doce soldados y dos pilotos rodeando a su mujer con los pantalones bajados. Un trueno sacudió el cielo apagando durante unos segundos la luz del avión, tras el mismo vió que la habitación estaba vacía, había sido solo una extraña y perturbadora ilusión.
Porque allí estaba su angelical y –cada vez más escultural- mujer, desnuda, esperándolo con su lencería. Su rizado cabello moreno estaba mojado como si acabara de salir de la ducha, su cuerpo brillaba, reluciendo por algún tipo de aceite. Estaba más bonita que nunca. Sería porque cada vez la quería más pero el presidente incluso juraría que a su mujer le habían desaparecido las pocas arrugas que tenía. Apenas tenía los cuarenta años (cinco menos que el) y siempre se había conservado muy bien pero aquello ya era demasiado. El presidente acostó a su mujer y empezó a masajearle la espalda, aquel líquido que la recubría parecía ayudar a estimularla, aunque francamente olía fatal. Aunque claro, no pensaba decírselo a su mujer. Al fin y al cabo había hecho todo aquello por él.
El presidente le desabrochó el sujetador dejando su espalda totalmente desnuda y luego el mismo se desnudó hasta quedarse en unos enormes calzoncillos con la bandera americana impresa.
Su mujer se hirguió en la cama sobre sus rodillas contoneando sus caderas mientras pasaba sensualmente sus dedos sobre sus braguitas bajandoselas muy poco a poco hasta dejarlas al nivel de sus perfectos muslos. El presidente se quedó asombrado ¡¡su mujer se había tintado el felpudito de rubio!! Desde luego su Daisy era una caja de sorpresas. De alguna parte su mujer sacó un vibrador y se lo ofreció... Los ojos de Osama se abrieron como platos , ¡Si nena eres la mejor!! Le dijo mientras saltaba de la cama con el vibrador en la mano y salía de la habitación chocando en el pasillo con sus dos guardaespaldas que salían -a la vez- del servicio de caballeros.
Cinco minutos después el presidente estaba en su butaca recolectando estrellitas, con uno de sus guardaespaldas –algo nervioso- a su lado y el otro vigilando avión arriba avión abajo. Mientras, en el suelo, el vibrador había sido ultrajado, mancillado. Le habían arrebatado las pilas.
Tres horas, diez minutos y cuarenta segundos más tarde la DS del Presidente de los Estados Unidos volvía a quedarse sin pilas así que este se levantó con clara intención de arrebatarle algún otro juguete sexual a su mujer. Sus dos guardaespaldas, totalmente pálidos, le dijeron que no era buena idea ya que la primera dama seguramente estaría acostada.
Aún así la realidad suele ser mucho más furtiva de lo que uno cree e incluso sorprendió a los dos soldados de la guardia personal del presidente.
Cuando abrieron la puerta había quince rúbias retozando en la habitación, doce de ellas con amplias camisas de soldado desabrochadas, otras dos con gorras de piloto y una última con las mismas braguitas que llevaba su mujer. Las quince rieron tontamente al verlos mientras el presidente gritaba. ¡Lo sabía, me han preparado una fiesta de fin de mundo!!.
Las zorras rubias saltaron con una velocidad pasmosa hacia el presidente que fue lanzado hacia el pasillo del avión por uno de sus guardaespaldas mientras el otro disparaba con su escopeta de combate.
Vació el cargador sobre el interior de la habitación, haciendo saltar por los aires y retroceder a aquella blondis mientras que un último y desgraciado disparo reventaba una de las ventanillas. La propia presión del aire cerró las puertas frente a sus narices mientas el avión empezaba a perder altura. Uno de los guardias de seguridad hecho un último vistazo a través de la cerradura de la puerta, la ventanilla se estaba tragando a aquellas zorras rubias convirtiéndolas en zumo rosa, lejos de gritar mientras esto les sucedía, solo reían. Con un Blop todo se quedó a oscuras y un ojo marrón adornaba ahora la cerradura de la puerta, mientras el soldado gritaba de dolor.
El avión perdía altura cada vez más rápido asi que el presidente Osama fue corriendo a la cabina a hablar con los pilotos que resultaron no estar. Pero eso no lo asustó, se giró hacia el pasillo y les gritó a sus guardias personales.
No os preocupéis, soy el mejor en el “Imagina ser Aviadora”!!
La limusina se detuvo delante del imponente avión con una brusca frenada que salpicó de piedras a los hombres que allí esperaban. En cualquier otra ocasión lucirían impecables, perfectos, pero todos vestían desaliñados, con sus uniformes a medio abrochar y con el aspecto de alguien que acaba de ser arrollado por una apisonadora. Todos se cuadraron saludando al unísono hacia la puerta que se abría, de ella salieron primero dos soldados apostándose de rodillas a ambos lados de la puerta, como si el lugar no fuera lo suficientemente seguro.
A la docena de soldados y el par de pilotos cuadrados ante el presidente delante del A.F.O no pareció gustarles aquello, era como echarles por tierra, como si con ellos no bastara para tener aquel pequeña pista de aterrizaje asegurada.
El capitán dio un paso adelante sin abandonar su postura.
Primera Dama y Primer Caniche a bordo. Listos para partir.
El presidente asintió sin mirarles, caminó hacia la escalerilla cabizbajo maldiciendo a algo que llevaba entre las manos. Al final le pasó el objeto a uno de los dos guardias que le flanqueaban.
Pásame la pantalla. Es una orden. Y de esta guisa el presidente Osama empezó a subir la escalerilla del Air Force One, con uno de sus guardaespaldas apuntando nerviosamente hacia cada rincón y con el otro recolectando estrellitas para la primera pantalla del Super Mario DS.
Cuando el presidente entró con paso firme dentro del aparato, lejos de escucharse sus varoniles zapatos machacando el suelo con un sonido atronador lo que retumbó dentro del aparato fue un lastimero aullido. Bajo del zapato izquierdo del presidente se había fraguado la desgracia.
El Primer Caniche había muerto.
Se dispararon salvas en su honor, se hizo un desfile de doce soldados, dos pilotos y un guardaespaldas. Si la devastación rubia no barría a la humanidad seguramente algún día se escribirían increíbles gestas de cómo este valiente caniche había dado su canina vida por su país. Se honraría su memoria bautizando con su nombre –Pirrupuchiminí- a alguna ciudad árabe tras ser bombardeada y reconstruida por el país de la Libertad.
Fue un momento realmente entrañable -incluso el presidente lloró- cuando el segundo guardaespaldas le devolvió su DS con todas las estrellitas recolectadas.
Así que tras perder estúpidamente el tiempo y avisar a todo ser viviente de que se encontraban allí, el Air Force One emprendió el vuelo hacia un lugar seguro. Todo estaba planeado a la perfección pero a las dos horas, cinco minutos y tres segundos de viaje sobrevino la tragedia.
La Nintendo DS del Presidente se quedó sin pilas. Maldeció a todos los chinos por haber construido un artefacto así. Buscó a alguno de los soldados pero ni siquiera encontró a sus propios guardaespaldas. Quizás estuviesen preparándole alguna sorpresa, algo como una fiesta de fin de mundo, así que decidió no molestarles.
En ese momento se acordó de que aún no había visitado a su mujer así que se fue al dormitorio, cuando abrió la puerta le pareció ver durante unos segundos a doce soldados y dos pilotos rodeando a su mujer con los pantalones bajados. Un trueno sacudió el cielo apagando durante unos segundos la luz del avión, tras el mismo vió que la habitación estaba vacía, había sido solo una extraña y perturbadora ilusión.
Porque allí estaba su angelical y –cada vez más escultural- mujer, desnuda, esperándolo con su lencería. Su rizado cabello moreno estaba mojado como si acabara de salir de la ducha, su cuerpo brillaba, reluciendo por algún tipo de aceite. Estaba más bonita que nunca. Sería porque cada vez la quería más pero el presidente incluso juraría que a su mujer le habían desaparecido las pocas arrugas que tenía. Apenas tenía los cuarenta años (cinco menos que el) y siempre se había conservado muy bien pero aquello ya era demasiado. El presidente acostó a su mujer y empezó a masajearle la espalda, aquel líquido que la recubría parecía ayudar a estimularla, aunque francamente olía fatal. Aunque claro, no pensaba decírselo a su mujer. Al fin y al cabo había hecho todo aquello por él.
El presidente le desabrochó el sujetador dejando su espalda totalmente desnuda y luego el mismo se desnudó hasta quedarse en unos enormes calzoncillos con la bandera americana impresa.
Su mujer se hirguió en la cama sobre sus rodillas contoneando sus caderas mientras pasaba sensualmente sus dedos sobre sus braguitas bajandoselas muy poco a poco hasta dejarlas al nivel de sus perfectos muslos. El presidente se quedó asombrado ¡¡su mujer se había tintado el felpudito de rubio!! Desde luego su Daisy era una caja de sorpresas. De alguna parte su mujer sacó un vibrador y se lo ofreció... Los ojos de Osama se abrieron como platos , ¡Si nena eres la mejor!! Le dijo mientras saltaba de la cama con el vibrador en la mano y salía de la habitación chocando en el pasillo con sus dos guardaespaldas que salían -a la vez- del servicio de caballeros.
Cinco minutos después el presidente estaba en su butaca recolectando estrellitas, con uno de sus guardaespaldas –algo nervioso- a su lado y el otro vigilando avión arriba avión abajo. Mientras, en el suelo, el vibrador había sido ultrajado, mancillado. Le habían arrebatado las pilas.
Tres horas, diez minutos y cuarenta segundos más tarde la DS del Presidente de los Estados Unidos volvía a quedarse sin pilas así que este se levantó con clara intención de arrebatarle algún otro juguete sexual a su mujer. Sus dos guardaespaldas, totalmente pálidos, le dijeron que no era buena idea ya que la primera dama seguramente estaría acostada.
Aún así la realidad suele ser mucho más furtiva de lo que uno cree e incluso sorprendió a los dos soldados de la guardia personal del presidente.
Cuando abrieron la puerta había quince rúbias retozando en la habitación, doce de ellas con amplias camisas de soldado desabrochadas, otras dos con gorras de piloto y una última con las mismas braguitas que llevaba su mujer. Las quince rieron tontamente al verlos mientras el presidente gritaba. ¡Lo sabía, me han preparado una fiesta de fin de mundo!!.
Las zorras rubias saltaron con una velocidad pasmosa hacia el presidente que fue lanzado hacia el pasillo del avión por uno de sus guardaespaldas mientras el otro disparaba con su escopeta de combate.
Vació el cargador sobre el interior de la habitación, haciendo saltar por los aires y retroceder a aquella blondis mientras que un último y desgraciado disparo reventaba una de las ventanillas. La propia presión del aire cerró las puertas frente a sus narices mientas el avión empezaba a perder altura. Uno de los guardias de seguridad hecho un último vistazo a través de la cerradura de la puerta, la ventanilla se estaba tragando a aquellas zorras rubias convirtiéndolas en zumo rosa, lejos de gritar mientras esto les sucedía, solo reían. Con un Blop todo se quedó a oscuras y un ojo marrón adornaba ahora la cerradura de la puerta, mientras el soldado gritaba de dolor.
El avión perdía altura cada vez más rápido asi que el presidente Osama fue corriendo a la cabina a hablar con los pilotos que resultaron no estar. Pero eso no lo asustó, se giró hacia el pasillo y les gritó a sus guardias personales.
No os preocupéis, soy el mejor en el “Imagina ser Aviadora”!!
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