lunes, 15 de marzo de 2010

BLONDI STORIES. 1.

Primera entrega de historias cortas para poner entre algunos capítulos, voy a ir escribiendo todas las que se me ocurran, lo que no significa que las vaya a incluir todas. Al final elegiré las que gusten más, razón por la cual vuestra opinión aún es más importante. Ah, si teneis idea para alguna historia corta decidmelo y la desarrollaré, ya vais a salir en los dedicatorias del libro como "testeadores", pero si además dais idea de algun relato corto también se verá reflejado. Ale corto el rollo y os dejo con el primer recopilatorio. Espero que os guste.
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Adam Strewnbawer estaba sentado delante de aquel reloj intentando recordar algo crucial. Escuchaba repetidamente la orden en su oreja. “Corta el cable azul, el cable azul”.
Movió su tijerita de manera titubeante hacia la cascada de cables que unían el reloj con un cacho de pastelina blanca. Todos estaban muy nerviosos de que aquel reloj y la pastelina estuviesen colocadas en un gaseoducto.¿Que era un gaseoducto? ¿Cuándo había olvidado los colores? Se preguntaba Adam rascándose la cabeza.
El 00:01:02 del reloj le ponía nervioso. ¿Qué pasaba cuando esto llegaba a cero?. Volvió a preguntarse. “Pero corta el cable azul, de una maldita vez.” Bramó la voz de su oreja.
Strewnbawer dio un respingo mientras una sonrisa se le formaba en la boca.
Ya recuerdo cual es el azul gritó mientras cortaba el cable rojo.
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Loreen Baker dejó el carrito de su bebe a su espalda apenas tres segundos mientras observaba el escaparate de aquella joyería suspirando. Cuando se giró había una viejecita de pelo amarillento dándole achuchones a su bebe, la apartó a bolsazos y siguió su ruta de escaparates.
Aquel suceso no pareció sentar precedente en la intrépida Loreen, tampoco pareció dar importancia a la multitud de gente que corría sin dirección de aquí para allá. ¿Quién haría caso de semejantes menudencias cuando podía ver gratis –aunque sin sonido- sus anuncios favoritos? Realmente Loreen no entendía porque de vez en cuanto en la tele interrumpían los anuncios para poner tonterías como noticias o documentales que a nadie importaban.
Como por acto de inspiración recordó que tenía el carrito de su bebe en la acera. Se giró hacia el y ¡¡espanto!! Estaba vacío. Loreen se puso a gritar histérica –lanzando discretas miradas al televisor del escaparate, no fuera a perderse algún descuento interesante- y tirarse del pelo hasta que vió delante de ella una mujer rúbia de ojos azules realmente esbelta y totalmente desnuda. Bueno totalmente no.
¿Por qué llevas pañales? Fue la última –y en cierta forma también la primera- pregunta casi inteligente que hizo la señora Baker antes de que lo que había sido su hija se lanzara sobre ella.
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La batalla había sido durísima y el último superviviente con su ropa hecha jirones se había encerrado en la zona de lanzamiento.
Horas después unos enormes pechos asomaban entre los rotos de la camisa y una ondulante melena rubia sobresalía del casco militar. Se llevó su impecablemente pintada uña índice a sus impecablemente pintados labios rojos y un interrogante se formó en sus implacables ojos azules.
Cientos de botones plagaban aquel panel lo que para ella se traducía en horas de diversión. Empezó a saltar excitada sobre la silla y sus tetas empezaron a aplastar botones mientras los misiles surcaban los cielos del planeta.
Rusia nunca se imaginó que un pezón la convertiría en el lago más grande del planeta.
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La sargento Clark Smith levantó la mano y sus hombres se situaron a su izquierda cubriendo todo el ancho de la calle.
Fue entonces cuando aparecieron de entre los coches. Cientos de blondis corriendo a lo largo de la avenida, lanzando estúpidos grititos y risas. Parecían correr a cámara lenta, con sus enormes pechos saltando como balones de futbol.
Apunten. Dijo la sargento cuando las blondis estaban a media calle.
Disparen. Dijo cuando las tenían a distancia de tiro seguro.
Sus hombres no efectuaron ni un solo disparo, la sargento se giró hacia ellos y vió que balanceaban sus armas arriba y abajo siguiendo el movimiento de los turgentes pechos que mostraban sus mirillas. Aquellos pechos saltarines fueron haciéndose más y más grandes en las mirillas hasta que chocaron con las babeantes caras de aquellos soldados.
Clark Smith –que ya se encontraba a varios kilómetros de allí- se preguntó si sus hombres siempre habían sido tan estúpidos o habían esperado a aquel día para sorprenderla.
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El modisto Sidert Picú estaba pintándose las pestañas mientras sus chicas se cambiaban tras de sí. Algo silbó en el aire y el cristal en el que estaba mirándose se resquebrajó convirtiéndose en una maraña de líneas de rotura. Sidert lanzó un gritito ratuno que fue acallado por otro silbido que hizo estallar una de las bombillas de los cambiadores.
Al momento cientos de proyectiles silbaban en el aire mientras que los cristales empezaban a estallar a lo largo de los vestuarios, las lámparas caían acribilladas y encendidas del techo y papeles y telas revoloteaban por todos lados.
Cuando los disparos se detuvieron Sidert se levantó hecho una furia, esperaba encontrar a alguno de sus ex amantes encolerizado luciendo un arma, o algún modisto rival que le odiara por su genialidad. Lo que encontró le enfureció aún más.
Sus pequeñas se habían saltado su dieta, había caderas donde debía de haber huesos, carne donde había de haber costillas y lo peor, tenían tetas. De hecho incluso parecían mujeres.
Sidert notaba como crecía su furia en su interior, iba a descargarla gritando a una de sus modelos que aún conservaba su camiseta abrochada. Pero se quedó sin palabras cuando vió como sus pechos se hinchaban e hinchaban y la prenda empezaba a hacer el ruido de un globo al ser frotado. Los agujeros de la camisa empezaron a dilatarse y el hilo de los botones de deshilachaba bajo la presión.
Los botones salieron disparados como perdigones de escopeta arrancándole la cabeza a Picú que cayó al suelo con gesto indignado: Siempre había pensado que tenía el trasero más bonito.

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